Su mirada invoca el color esmeralda de los bosques. Han pasado 40 años desde que los pasillos del pre siete, en Sandino, acogieran sus pasos. Ya el pelo no es color miel y su rostro muestra el paso inexorable del tiempo, pero su sonrisa sí que es la misma de aquella muchacha.
María Elena Baños lleva un segundo apellido muy peculiar: sábado, me dice, ríe de mi asombro y agrega, y con sol.
En el preuniversitario nunca conversamos. Ella era de 12 grado y yo, recién comenzaba el décimo.
“¿De verdad recuerdas los tiempos del pre? Lo más difícil fue la distancia. Era la primera vez que me separaba de la familia, porque la secundaria la hice aquí, en la urbana”.
¿Se te daban los estudios?, pregunto.
“Era buena con las clases, disciplinada hasta recogiendo naranjas; siempre he sido una persona correcta”.
¿Qué sucedió después?
“En el pre conocí a Pedro, el padre de mis hijos. Él no era como es hoy, dice entre risas juguetonas que secundan sus compañeras. Estaba delgado, apuesto y me regalaba rosas”.
¿Así surgió tu pasión por las flores?
“En realidad, nunca pensé trabajar con flores. Me casé con Pedro y tuvimos el primer hijo. Pude haber sido laboratorista porque, de hecho, me llegó a la carrera, pero la maternidad me frenó. Entonces comencé a trabajar en el vivero, allá por los ‘90”.
¿Quién te hizo la propuesta?
“Romero, el director de Comunales en esos años. Allí estuve un tiempo, entre gente muy buena de las que aprendí mucho, recuerdo que era una muchachita”.
¿Cómo llegaste aquí?
“A la florería me trajo el mismo director. Parece que vio en mí responsabilidad y creo que no se equivocó; he sido la administradora desde marzo del ‘93”.
Tiempos bien difíciles aquellos.
“Si, pero la tarea me gustó, y desde ese momento supe buscar la solución, cumplir con lo pactado y dar satisfacción a las personas, lo mismo en el dolor de las coronas para un ser querido, una ofrenda floral para los héroes o los gladiolos envueltos en cintas para el día de las madres, o un 14 de febrero”.
¿Hoy es mejor o peor?
“Mira, esto es muy bonito y no tiene límites para crear e innovar. Desgraciadamente, en Mantua ya no abundan los campos con flores bellas, porque la finca nuestra, sin condiciones y apenas dos trabajadores, casi no las produce, y los campesinos no encuentran incentivos suficientes para plantarlas”.
Entonces, háblame de los buenos tiempos.
“Los actos por el 22 de enero, o cuando las tribunas abiertas. En aquellos años se trabajó muchísimo. Arreglos florales muy complejos, muy exigentes, porque era hacer algo que nunca habíamos hecho, y lo hacíamos bien”.
¿Eran retos?
“Sí, y participaban los nuestros y los de Pinar del Río. Se trabajaba para todas partes de la provincia. Nosotros hicimos la imagen de Maceo con flores. Fue un trabajo grande que dejó huellas en la gente. ¿Te acuerdas?”.
Ya no se hacen esas cosas…
“No, porque hoy es más lo cotidiano. Y eso tiene que ver con los momentos tristes. Se sufre cuando las personas encargan coronas para sus seres queridos, y es más doloroso cuando se trata de jóvenes, de niños…”.
¿Cómo solucionan la escasez de flores?
“Eso no falla, de ninguna manera, porque nos movilizamos y buscamos alternativas en los jardines, en los campos; donde estén las vamos a buscar. Quiero que sepas que aquí se trabaja cualquier día de la semana y a cualquier hora, para que no falten las coronas a quienes fallecen o lo que pidan las personas o las instituciones”.
Las familias, ¿agradecen el esfuerzo?
“La muerte es un imprevisto. Algunos llegan rápido, heridos por la pérdida, recogen el pedido y se marchan con su dolor. Otros tienen palabras de elogio para lo que hacemos, pero es de comprenderse”.
Treinta y dos años como administradora es un lapso de tiempo respetable. Seguramente has visto a muchos trabajadores llegar y marcharse.
“Todas han sido mujeres, y nunca se marcharon disgustadas. Por la edad con la que comencé fueron mis hermanas mayores, mis amigas, mis madres, mi familia. Fueron y son personas sencillas, humildes, que no tienen horario para ir a casa, de las que no se recuestan, de las que no retroceden cuando las cosas marchan mal o la tarea parece imposible. Fíjate, de esta florería han salido vanguardias nacionales como Victoria, que ya está jubilada, pero cuenta entre nosotras”.
¿Nunca hubo un sí o un no?
“En estos años aprendí a seleccionar bien a quienes trabajaron y trabajan conmigo. Claro que puede existir un acuerdo y un desacuerdo, pero la diferencia aquí es que lo que tenemos que hacer, se hace”.
Pasaron los años y llegará la jubilación. ¿Qué sucederá en ese momento?
“Seguramente será así, pero no quiero pensar en eso. ¿Quiénes estarán aquí para hacer este trabajo? Los jóvenes ya no quieren laborar en Comunales, los salarios son bajos. Nosotras somos ya tres, y también nos vamos casi todas las semanas a apoyar en la limpieza de calles, en la poda de áreas verdes, porque hay muy pocos trabajadores”.
Una nube gris ensombrece sus ojos. ¿Quién de experiencia se ocupará de hacer coronas y puchas para los días especiales? “No sé, no sé”.
Si decides quedarte, ¿cómo lo tomarán en casa?
“Mi familia ha sido siempre un gran apoyo. Tengo una suegra excelente, mi cuñada, mi esposo, mis hijos. Sin ellos no hubiese podido llegar tan lejos”.
¿Federada?
“Hasta el fin de mis días. Soy mujer y es ahí donde me corresponde”.
Entonces, ¿es todo?
“Y un poquito más, me dice. Escribe ahí que trabajo con las mejores personas del mundo, que no nos asusta nada, que somos orgullosas guerreras de Mantua y que nuestro trabajo: humilde y anónimo, también es importante, dignifica y marca la diferencia”.