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Portada Léeme

  Literatura infantil y juvenil

Fermín Sánchez BustamantePorFermín Sánchez Bustamante
junio 30, 2025
en Léeme
Tiempo de lectura: 47 minutos
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  Literatura infantil y juvenil
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  Realidad y fantasía de una verdad (para niños)

                                                Cuento 1

Para: Niños y jóvenes

Ya no están aquellas Nanas, que arrullaban de ternura a los niños con antiguas canciones que aprendían de oír a sus abuelas en los atardeceres.  Y en las noches, para que los más pequeños estuvieran tranquilos en la casa les narraban cuentos nacidos de la fantasía que ponían la carne de gallina. Hoy, como en aquella época, escribo esta quimera para ti y para todos los niños que crecen con la sabiduría de esta nueva era. 

Transportadores de sueños                                             

En una vieja casona tan antigua como mis abuelos, se escuchaban los sueños en forma de narraciones de una época llena de fantasías. Todos los niños de la familia expresaban la curiosidad por conocer aquel mundo ficticio, pero también sentían los temores propios de la edad y del desconocimiento. Por las noches cuando se apagaban las chismosas, en la mente de cada niño rechinaban las cadenas de Bermudes, porque alguien quería robar el cofre donde se guardaba el tesoro de muchos piratas.

En el río de aguas cristalinas que bordeaba la casona se prohibía el baño y la diversión de los más pequeños, aunque este se refugiaba bajo la sombra de abundantes pinares que poblaban las riveras hasta perderse de vista. Los pinares ya no existen, ni son el encanto que dio el nombre a esta ciudad de Pinar del Río.

En aquella casona vivía una niña de diez años, llamada Nancy, quien había perdido las ilusiones de poder compartir sus alegrías con otras niñas y niños de la misma edad por lo distante de las casas, unas de otras.

Los juegos eran inventados por la imaginación de cada cual, pues la pobreza no les permitía tener algún juguete para su entretenimiento. Nancy ya tenía el de ella: una tusa de maíz era su muñeca y las hojas de plátano le servían para arroparla.

Un día en que Nancy arrullaba a su supuesta muñeca recostada sobre el tronco de uno de aquellos pinos, quedó adormecida por la suave brisa y el murmullo de las aguas en su carrera, hasta que se sumergió en un profundo sueño que le concedió vivir una de las más lindas quimeras: 

Ella sintió el canto de una rara ave que surcaba el cielo de pico muy largo, cuerpo estirado y patas delgadas, y por la sombra que proyectó sobre las aguas era una gran cigüeña, quien dejó caer sobre sus pies un añorado regalo: un hermoso muñeco corpulento de ojos avispados y de profunda mirada; y una bella muñeca de pelo largo y piel canela con un hermoso torso, pero limitada físicamente, pues le faltaban los  pies.

Al tomarlos en sus manos Nancy quedó sorprendida, y se dijo: –¡Qué muñecos más hermosos, pero… ¡qué raro!, ella no tiene pies. ¿Cómo irá a caminar, y cómo podrá llevar mi mensaje a otras niñas y niños que viven tan lejos de aquí? 

Se quedó un tanto pensativa y se dijo: –Ah, ya tengo la solución, ceñiré la bella muñeca al costado izquierdo del fuerte varón para que lo acompañe y  puedan llevar mi mensaje a otros niños que viven tan lejos como yo de ellos, y así él no tendrá que ir solo y aburrido por esos montes. Entonces los unió con un bejuco de una planta rastrera para que quedaran fundidos en un solo cuerpo. 

Los muñecos lucían como una mata de maíz con su mazorca en el tallo. 

En realidad habían conformado una especie de bicéfalos de ambos sexos, unidos en el tronco por un fuerte ligamento. 

Entonces pensó en ponerle nombre a los muñecos: –Él se llamará Adonis, por ser apuesto y atractivo y la muñeca Lisa, por lucir tan ingenua y sobria. 

Nancy departía con sus muñecos sus alegrías y tristezas, jugaba con ellos y hasta los escasos alimentos los dividía a partes iguales, aquellos minutos con ellos parecían una eternidad.

Ella quería mucho a sus muñecos pero prefirió no quedarse con ellos, y que estos llevaran un mensaje de ternura a otros niños que ella no conocía.

Cuando los muñecos ya partían le preguntaron cual sería el recado que les darían a los niños que encontrarían en el largo recorrido, Nancy les dijo: 

–Ustedes lo comprenderán en sus propios actos, si son capaces de ser sencillos y tiernos. Antes de que se marcharan los tocó con sus manos para guardar en cada uno de sus dedos el cariño que les profesaba. 

Los vio andar:

Adonis  era agraciado por su fuerza y voluntad, era el soporte de Lisa, su compañera de fortuna, él era el borrico de carga que ensillaba en el costado izquierdo de su cintura la más hábil de los jinetes con aire de amazona. 

Ella, parecía ser una mascota con bello rostro, que no había sido lastimado al igual que sus piernas, y ese hechizo le permitía no ser una carga insoportable para Adonis; y le ofrecía su cándida inocencia al viento cuando galopaba al compás del trote de los pasos de él.

Adonis lo advertía, por ser el único que la observaba de tan cerca y sentía cuando su pelo retozón le golpeaba las mejillas, y cómo se le hacía posible soportar sin rubor la más tierna de las miradas.

Ella no sabía si era placer o poder, pero sentía que en él se atesoraba una energía que le permitía trascender los límites de la individualidad, al no dejar de sostenerla porque ella no tenía pies, por eso él nunca se quejó de no tener zapatos, y convertía su carga en un goce infinito.

Cada muñeco era dueño de su corazón y sentían las sensaciones de frío y calor por igual, pero el dolor, la nostalgia y la alegría las apreciaban de formas diferentes.

Nancy impuso las reglas de juego, y ella en su sueño no pudo cambiarlas; pero luchaba en su letargo porque sobrevivieran, ellos debían de llevar sus ilusiones a otros niños distantes.

Nancy estaba a punto de despertar, había oído voces lejanas que la llamaban y antes de abrir los ojos se dirigió a sus muñecos: –Sigan su camino y lleven a otros niños mis ambiciones.

Entonces despertó, y se quedó quieta pensando en ellos.

Los muñecos caminaron mucho en la tarde, y a Adonis se le cansaron las piernas, y su espíritu se rebozó de una vaga y profunda tristeza, por eso tomó un descanso. Entonces se recostaron bajo un frondoso árbol para tratar de disipar las fatigas y recuperar las energías.

Y fue bajo la sombra de aquel pino con sus finas ramas verdes del que se desprendía un aroma suave y resinoso, más las dulces caricias de Lisa, que hicieron que naciera un nuevo sentimiento en Adonis; una rara pero agradable sensación que no había experimentado: la piel se le puso de gallina, y afloró un deseo humano y un dulce sabor en sus labios.

Lisa sintió el despertar de nuevas emociones, el corazón le latía con más fuerzas, se le había acelerado sus palpitaciones, los ojos le brillaron llenos de picardía y sintió un deseo sofocante. Entonces, no hubo temor ni cansancio que se opusieran a esta invasión del espíritu. No tuvieron otra opción: estrecharon sus manos y se dieron un largo beso que anunciaba el surgimiento del amor que ellos eternizarían en su mensaje para todos los niños del mundo.

Adonis y Lisa sintieron que podía temblar la tierra; desprenderse la más terrible de las tormentas, despertarse el más potente de los volcanes o simplemente romperse el silencio de la tarde, porque ellos habían comprendido el contenido del mensaje de Nancy: “El amor debe nacer y existir en todo ser como la fuerza eterna que los une”.

Entonces los muñecos comprendieron que ellos se habían convertido en los transportadores de sueños. 

Nancy en marcha hacia la casona llevaba a flor de labios una sonrisa, porque encontró una esperanza en ese sueño para seguir ascendiendo en mente y espíritu.

Y aunque ya ella peina canas, sus fantásticos muñecos andan en su pensamiento, y hasta se ríen mientras siguen abrazados uno con el otro, siempre unidos, como únicas criaturas de un ensueño primitivo. 

Para esta alucinación incauta: Lisa sigue siendo el jinete inseparable de aquella unión; Adonis, la montura de carga; en sí son los mensajeros de los sueños de cada niño para que no les falten la ternura, el amor, y la esperanza de crecer con sus manitas cargadas de estrellas para repartir por el mundo.   

VERSION PARA JÓVENES:

Realidad y fantasía de un enigma 

Allá, no muy lejos, en la distancia y en el tiempo, en un lugar del planeta donde el dominio de las armas y la prepotencia de poderes bloquearon a la razón sin dejar crecer la sabia; allí, potentes bombas describieron en el espacio las siluetas de dos gigantescos hongos que pusieron al mundo en alerta y de luto, aunque muchos se asustaron, no se logró con este hecho intimidar a toda la humanidad.

 Para entonces, en aquel rincón del planeta, el sol se había bloqueado y aquella parte de la Tierra se encontraba en penumbras porque la atmósfera había absorbido las cargas contaminantes que no lograba disipar.

Las bombas empleadas eran de tan alto poder destructivo, que estas provocaron lluvias radioactivas en toda aquella zona, y los daños a los animales y a las plantas fueron tan agresivos que pocas especies lograron sobrevivir. 

Los habitantes parecían espantos humanos; el dolor era desgarrador y las enfermedades que eran tan disímiles, hicieron que muchos murieran sin conocer las verdaderas causas por las que se les condenaban; y las secuelas dejadas eran tan profundas que estas se trasmitían de generación en generación.

Nadie pensaba que existían motivos para seguir viviendo. Los sueños de aquellos despojos andantes eran espantados sin el temor a sucumbir ante los ataques de aquel abrupto medio, tan hostil, que las rarezas engendradas ya no despertaban terror en aquellos habitantes, y la tristeza, se ligaba al miedo de los fenómenos esporádicos de aquella naturaleza bruta.

En aquel abrupto mundo, se alteró el espacio y también se rompieron los códigos de la esencia humana.

Porque allí nacieron dos extraños seres fundidos en un solo cuerpo, sin ser esta una tierra habitada por sátiros. Ellos eran los únicos humanos de una monstruosa especie de bicéfalos de uno y otro sexos, unidos en el tronco por un fuerte ligamento muscular, compartiendo parte del tórax, el abdomen, varios órganos, un recto, dos piernas y un solo órgano  reproductor: el masculino, en el que se expresaba la generosidad de aquella fusión sexual.

A pesar de todo:

Ademy  era agraciado por su fuerza y voluntad, era el soporte de Amy, su hermana de infortunio, él era la bestia de carga que ensillaba en el costado izquierdo de su cintura la más hábil de los jinetes con aire de amazona; ella poseía un único talismán, su bello rostro, que no había sido lastimado por la crueldad de aquel entorno, y este hechizo le permitía no ser una carga insoportable en tales circunstancias; y ofrecía su cándida inocencia al viento cuando galopaba al compás del trote de los pasos de él.

Ademy lo advertía, por ser el único que la observaba de tan cerca y sentía cuando su pelo retozón le golpeaba las mejillas y cómo se le hacía soportable sostener sin rubor la más tierna de las miradas.

Por eso nunca se quejó por tal dependencia y se sentía conforme en ser el caballo de monta de ella y de sí mismo.

Él sería siempre su albardón, no sabía si era prudencia, placer o poder, pero en él subyacía una energía que le permitía trascender los límites de la individualidad y convertía su carga en un goce infinito.

Sabían que estaban condenados de por vida, cada cual dependía del otro, los dos eran uno, enlazados en el mismo tronco y compartiendo los mismos influjos sanguíneos; una rama no podía ser desprendida de la otra, en fin…; eran dos, pero a la vez eran uno, se hacía cumplir una contradicción ilógica: uno más una, era igual a uno.

Pero cada cual era dueño de su corazón y a pesar de su enlace genético, sus pensamientos diferían; las sensaciones de frío y calor se repartían por igual, pero el dolor, la nostalgia y la alegría los sentían de forma diferente; sin embargo, los deseos de micción sólo correspondían a él, al igual que la exaltación de impulsos sexuales pero que ella notaba en los latidos de su corazón.

No podía ser un acto contra Natura esta contradicción, pero a ella la forzaron, entonces impuso las reglas del juego y fue piadosa, con esta barbaridad.

Sus vidas estaban sujetas a las circunstancias y modos de vida, no tenían acierto; podía temblar la tierra; desprenderse la más terrible de las tormentas, despertarse el más potente de los volcanes o simplemente romperse el silencio de la noche, que ellos seguirían desandando caminos como dos trotamundos sin destino.

Uno de esos días grises, en que el alma se cansa más que el cuerpo y el espíritu se reboza de una vaga y profunda tristeza, Ademy no quiso andar, entonces se recostaron bajo una frondosa sabina para tratar de disipar aquella melancólica amargura.

El color rojizo de su tronco, su agradable aroma, y las dulces caricias de Amy, hicieron que naciera un sentimiento en él…, una rara sensación que no había experimentado jamás: la piel se le ruborizó y afloró un deseo inconmensurable circunstancial, un apetito incontrolable varonil que despertó todo lo que estaba dormido en él, hasta el instinto salvaje que todo hombre guarda en sí.

Amy notó el gran despertar de nuevas sensaciones, el corazón le latía con más fuerzas por el influjo sanguíneo que compartían, se le había acelerado sus palpitaciones y la boca se le llenó de desespero y de un deseo sofocante. Entonces, no tuvieron temor, se dejaron arrastrar por sus impulsos.

Habían encontrado una nueva forma de disipar aquella inspiración biológica; hallaron el artilugio de un instinto prematuro, como una forma de aliviar aquella vida nómada y bohemia.

No tenían de que abochornarse, ellos eran un ser fantástico, fruto de lo irracional y lo deshumano de otros hombres, por eso no sería monstruoso dar rienda suelta a aquellos impulsos vacíos de prejuicios. 

Se había desencadenado un motivo ante sus vidas, una esperanza ante la desesperación, se inició en ellos una nueva interpretación de la derrota a la vacuidad, en el que se destierra lo imposible y nace el motivo.

Ahora andan, y hasta se ríen, siguen abrazados uno con el otro, siempre unidos como únicas criaturas de una nueva generación monstruosa de siameses. 

Ella sigue siendo el jinete inseparable de aquella unión; él, la montura de carga. 

Allá van, buscando un nuevo espacio de paz y sosiego, un lugar donde burlar lo irracional del crimen injustificado y el incesto circunstancial.

Aunque todavía no se han preguntado ¿Qué le sucederá al otro cuando uno de los dos desfallezca?                                                                              

                                            Fin

                                            Cuento 2

Para niños:

Era un día gris y seco, las lágrimas del niño corrían como riachuelo por un camino ladeado y pulido, sin encontrar arrastre de impurezas que arrullar corriente abajo, atraído por la gravedad, todo el líquido salado paraba en un boquete lleno de marfiles tiernos y blancos como calizas, esa humedad enfrió a las más crueles de las miradas que llevaron al consuelo obligado, al desconsolado.

Amigo del silencio

Luisito está a punto de cumplir los seis años y vive ajeno a todo tipo de ruido que se produce en la ciudad que está poblada de pinos nuevos y rodeada de ríos, él desconoce la belleza de la música, el chapoteo de la lluvia, la sonoridad que provoca el invisible viento cuando choca con las plantas y cierra las puertas de un tirón; no conoce el sonido que desborda la alegría de otros niños al correr, ni el tormento que provocan las tempestades ciclónicas en los adultos.

Tampoco conoce el nombre de algunas cosas que lo rodean, en sus cortos años de vida no ha escuchado el sonido gutural de la voz; esa que comunica y educa y nos aparta de la soledad.

Por esas razones posee una rebeldía interna que lo hace estallar con quejidos sonoros y la pronunciación de algunas sílabas difusas que obliga a los curiosos transeúntes a una mirada de consuelo para él y la abuelita que lo cuida.

Un día de marzo me detuve frente a su casa para saludar a José, un niño  muy querido por Luisito que siempre va a jugar con él. 

Luisito se me quedó mirando fijamente y pude ver la tristeza de sus ojos pardos que no provocan pena porque dejan escapar la inteligencia que les aflora y la picardía que guardan para ganar amigos.

Ya me marchaba cuando Luisito a través de gestos rápidos, incomprensibles para mí, invitó a jugar a José en el parque, entonces la mirada se le tornó caprichosa y la mano le quedó tendida para estrechar la suya dispuesto a la partida; no permitió que este se negara a acompañarlo.

La abuela hizo un gesto de aprobación y sin pedírmelo a mí, me incluyó en el paseo, al recomendarme que los cuidara de los peligros de la vía y que no los dejara subir en los bancos del parque y que si llovía que no se mojaran, y que no regresáramos tarde y otras más; por lo que me vi comprometido en esta aventura.

Apenas les había indicado cruzar la calle con precaución, Luisito y José se precipitaron en loca carrera por la acera que era contraria a la de los rayos de sol y se detuvieron justamente bajo un frondoso árbol que guarda en su tronco los corazones de muchos enamorados.

Allí, tirado entre las hojas secas y un poco de basura callejera, Luisito divisó un lindo caballito carmelita hecho de goma y relleno de lana que semejaba un lindo potrico recién nacido.

A él le llamó mucho la atención pero no se inclinó a recogerlo. Sentía la resistencia de la mano de José, pero el corazón le latía con mucha rapidez y la fuerza de su naturaleza interna delataba su deseo, pero se mantuvo inmóvil con la mirada fija y se sintió dueño del silencio, al sostener el impulso reprimido; José no lo comprendió.

El caballito tenía en el hombro derecho, muy cerca de la crin una profunda mordida, hecha por un gran animal, y uno de los botones que le servía de ojo, colgaba de un fino hilo, por lo que semejaba a un papalote empinado sin cola.

Las patas estaban firmes, se les veía con la fuerza necesaria para salir a galopar por los campos y correr y correr sin parar.

Luisito se vio tentado a alcanzar una paz espiritual y pudo ver en el caballito a un amigo más, que podía comprenderlo y guardarle los secretos y sueños.

Entonces, de un tirón se soltó de la mano de su acompañante, se cruzó de brazos y adoptó una postura de rechazo a cualquier insinuación de seguir caminando.

La inmovilidad de Luisito multiplicó el silencio, y la mirada se le torno tierna y lastimera y empezó a ahogar su pensamiento: 

Caballito mío, voy a jugar contigo  cada vez que me lo pidas, dormirás a mi lado y serás mi amigo, te voy a bañar los domingos y cuando vaya a la escuela te llevaré en mi mochila y correrás sobre mi espalda y te sentarás debajo de mi mesa y descansarás en el bolsillo de mi abrigo.

Entonces José comprendió su actitud, recogió el caballito y se lo puso en el pecho a Luisito, este lo apretó contra él con una mano y le extendió la otra a su amigo. 

Un largo camino de juegos y carreras deparó los juegos entre aquellos amigos, ya cansados los regresé al hogar.

Ayer camino al trabajo vi a Luisito jugando con el eterno potrico, retozaban en el portal de su casa, ya no se le escucha gritar, a cada rato le hablaba en una de sus orejas; el caballito tenía la herida curada y veía bien de los dos ojos; la felicidad los invadía. 

                                           Fin

                                              Cuento 3

      Para los niños del mundo:

  “Voy a bajar el sol y descomponer su luz, y repartir sus rayos entre todos los niños del mundo para que cada uno tenga su arco iris, y maticen con sus colores el andar por la vida: el rojo, les permitirá crecer alegres y saludables; el azul, velará por sus dulces sueños; el verde, les dará el conocimiento de la naturaleza y del universo; el índigo (azul añil), no dejará que se destiñen los buenos sentimientos; el amarillo, para que miren el sol y les dé la honra que ofrece el trabajo; el anaranjado, les brindará la pureza del corazón y el violeta, les permitirá reconocer los tropiezos para obtener las experiencias en la porfía”. 

           El niño que vio la luz

Una fría mañana de febrero, en una pequeña y humilde de aquellas casitas levantadas muy cerca de la base de una de las grumosas y empinadas montañas, las que fueron bautizadas con el nombre de Cerro de Autana; el niño Yosep cumplía siete años.

El dolor y el llanto de sus jóvenes padres de descendencia india de las tribus Waraos, eran sepultados con el silencio de sus pensamientos en cada cumpleaños, y creían que haciendo actos de clemencias y rindiendo culto a la sagrada montaña, que ellos veían como pedestal del caserío, podrían despertar la conciencia dormida de sus ancestros para que realizaran el milagro de una pronta justicia.

Ni las milenarias plantas carnívoras que reposan en su cumbre ni la tristeza del eco con sus lamentos, pudieron surcar la brisa de aquellos tiempos.

Yosep, el pequeño niño, tenía un andar despacio y sus tiernos hombros parecían atraídos por la fuerza de gravedad hacia el centro de la tierra; siempre iba tocándolo todo con un fino palo que le servía de bastón, llevaba los ojos bien abiertos, y la mirada fija se le perdía en la inmensidad de la luz, pero no la alcanzaba; no podía ver el rostro de sus padres, no podía jugar con los demás niños ni percibir la belleza de la naturaleza, no podía ver el agua ni a los animales ni a las plantas ni lo más simple aún: no podía ver el sol. 

A Yosep los vecinos le tenían una consideración lastimera por su condición de ciego, y  despertaba en ellos la compasión, pero siempre pensaban que Yosep sería una dura carga para su familia. 

Mientras que el padre dejaba ocultas las semillas en la fértil tierra del pequeño valle para producir los alimentos de la subsistencia; la madre había empezado a sembrar en el niño la semilla del conocimiento práctico, a través de una enseñanza empírica que le permitiera el desenvolvimiento ante la vida, pues ya sólo creía que la resignación sería el único remedio para su enfermedad.

Uno de esos tantos días le dijo la madre al desdichado Yosep: 

–¡ven y dame una de tus manos!, siguiendo la dirección en que le llegaron las palabras, se acercó hasta ella, y le tendió la diestra, ella tomándola con suavidad le acercó un tizón de madera, al punto que lo obligó a retirarla; luego le explicó:

–Eso que quema y arde en la piel, es el fuego. Es bueno que lo sepas, porque su llama controlada es útil, pero si la dejas libre, es devoradora y hace tanto daño como el rayo.

–¡Ahora siéntate aquí!, para que tomes un poco de leche, le dijo, tomándolo del brazo y guiándolo hasta un banco que tenía en el patio, muy cerca de la cocina.

–¿Y de dónde sacas la leche mamá?, preguntó él.

–De la ubre de la cabra, contestó ella.

–Es muy rica, pero a mí me gusta bien dulce. Échale bastante dulce, replicó con su tierna voz.

–Será miel, dijo ella en forma de aclaración.

 –¿De dónde sale la miel?, volvió a preguntar.

–Del panal de abejas, entonces le detalló: –ese animalito que te picó en la mejilla, ¡lo recuerdas!, fue una de esas abejas, ellas chupan de las flores el azúcar y la depositan en el panal ya echa miel, le explicaba con una sonrisa que él no podía ver, pero que sí la sentía por el tono suave y delicado de las palabras.

Ella arrancó una flor de lis, que es muy olorosa, de esas pocas que tienen seis pétalos, y se la dio a oler.

El sintió el deleite embriagador de su aroma y volvió acariciarla con su pequeña nariz; ella depositó un dulce beso en su frente y le dijo jocosamente; –de ahí sale la miel, ¡preguntón!

Ella se sentó junto a él y le acarició el pelo, él se paró frente a ella que lo observaba con lástima y un profundo amor, y sus manos palparon cada centímetro y línea del rostro de la madre: el largo de las cejas, la protuberancia de los pómulos, la falta de dos muelas eran investigadas por sus sensibles dedos, delineó sus carnosos labios con el índice, como si este fuese un creyón labial, entonces guardó para sí la impresión obtenida.

Otro día la madre le enseñó a percibir el nacimiento del sol, tomó al niño por los hombros y lo paró frente a él, y le preguntó: 

–¿Sientes el calor de la luz del sol?, –sí mamá, contestó él. 

Entonces le explicó ella.

–Ese que alumbra y da calor es el sol, el nace por la mañana y hace que desaparezca la noche, es el que le da vida a todos: a las plantas, a las personas y a los animales. Y cuando quieras saber si ya se esconde, te paras aquí mismo y sentirás su débil calor en tu espalda.

–Cuando él se esconde todo se vuelve oscuro porque se hace de noche y yo lo siento porque los ojos no me arden, dijo Yosep y continuó hablando, aunque él vuelva a salir, yo sigo viendo la noche, replicó y después le confesó:

–Yo conozco la noche mamá, porque el silencio es casi total y no oigo a los pájaros cantar y la brisa se hace más fría, yo lo siento porque me llega la soledad y el silencio y un sueño que no me deja pensar.

El niño fue afianzando su aprendizaje: ya distinguía casi todos los sonidos y de dónde estos les llegaban, conocía la dirección del viento, ¡ah y los olores!, ya sabía distinguir lo que se cocinaba para la cena, reconocer a los distintos animales y diferenciar  a las personas aunque no les hablasen. Así fue desarrollando la capacidad de andar.

Yosep nunca había soñado, sólo se le aparecían objetos no definidos en sus alucinaciones nocturnas; sentía el sonido de las voces de personas, y algún que otro alboroto de animales domésticos, el canto y el aleteo de los pájaros que huían en bandadas, y veía una oscuridad infinita que se le hacía eterna, como si estuviera en el espacio vagando por un agujero negro.

Una noche mientras todos dormían en el caserío, después de varios días de intensas lluvias, el pequeño Yosep se despertó sobresaltado, los oídos le zumbaban y entonces aguzó los sentidos, sintió la estampida de algunos animales de labranza y el murmullo acelerado de las aguas arrastrando cosas. Llamó muy asustado a los padres y les explicó lo que había oído; el padre comprendió el peligro al cual estaban expuestos y dio la alarma a todos los vecinos; el desprendimiento de lodo de los cerros se les venía encima.

¡Todos corrieron en la oscuridad!

¡Todos querían seguir viviendo!

¡Todos se salvaron! 

¡Hasta Yosep corrió aquella noche!, y se convirtió en el héroe de las tinieblas, el cieguito se hizo famoso. ¡Todos agradecieron que fuera ciego!

Al amanecer, ya el lodo había destruido y tapado el caserío, pero todos estaban vivos.

Mientras que el nombre de Yosep corría de boca en boca y se reconstruía el poblado, pasaron varios meses. 

Los padres pensaban que la acción del niño había quedado en el olvido, y se conformaban con el agradecimiento de los vecinos y algunas palabras de consuelo para la familia.

A pocos días de cumplir el cieguito –como algunos le decían–, los ocho años de edad, algo había pasado en el país que él no comprendía, pero la esperanza de los padres por curarlo estaba casi en la puerta, y aquel día en que se despertó un poco más tarde de lo acostumbrado y se quedó meciéndose en la hamaca que le servía de cama, sintió voces no conocidas, hablaban su idioma pero con un acento diferente: –Buenos días…, buenos días, repetían los recién llegados.

Hasta que los padres del niño salieron al encuentro y quedaron sorprendidos al ver a una pareja de jóvenes vestidos con batas blancas.

–Somos médicos cubanos y queremos saber ¿cómo están de salud, y si aquí vive un niño llamado Yosep?

–¡hay benditos sean!, ¡no lo puedo creer…!, exclamó muy nerviosa la madre que había salido al encuentro de los visitantes, la sorpresa la hizo tartamudear, pero al fin les explicó la ceguera que padecía el niño. 

–Y, ¿Dónde está él? , preguntó uno de los galenos.

–Aquí, pasen para que lo vean, dijo el padre y los llevó hasta su hamaca.

 El niño fue examinado, y la propuesta hecha a los sufridos padres fue que sería atendido urgentemente en Cuba.

El niño padecía de una catarata congénita bilateral, como un defecto de la naturaleza que tenía que ser corregido para que el pequeño pudiera ver. 

–Pero nosotros no tenemos recursos para esto, explicó el padre abochornado: Fíjense que llevamos casi ocho años tratando de curarlo y no lo hemos logrado por la falta de dinero.

 Dos lágrimas reprimidas por el sufrimiento en silencio surcaron sus mejillas, y el brillo de sus ojos traspasaron la humedad, y se formaron dos gotas que cayeron sobre el papel donde el médico escribía sonando como toques de tambor, y llenaron su mente de lejanos recuerdos: la abuela del niño y dos hermanos de esta habían abandonado este mundo sin poder ver en su vida a los seres más queridos.

Por esta razón, el padre no acababa de salir de su asombro. El médico con una pronta respuesta lo sacó de aquel mutismo que no lo dejaba reaccionar. –No, no se preocupe, esto será gratis, sólo tienen que preocuparse por hacer los papeles del niño y del acompañante para el viaje, le dijo con voz segura y confiada. Y preguntó, –¿Cuál de los dos irá con el niño? 

–La madre, la madre, dijo el padre un tanto perturbado. 

El consuelo y la alegría rompieron con la ingrata desesperanza, nuevas lágrimas y abrazos acompañaron la sorpresa de esta familia.

A tiempo, y para suerte, pudo ser operado el niño en pocos días, en la Isla de los “milagros”, en la que el mundo pobre llena sus esperanzas y agradece con gratitud la generosidad humana.

Cuando le quitaron la venda del primer ojo operado, ¡qué grande fue su sorpresa!, era como un despertar después de siglos de sueños.

Yosep fue sacado de aquella oscuridad, fue arrancado de la inmensa soledad que lo absorbía en cada minuto de su vida. 

¡Pero que sorpresa más grande se llevó, cuando vio aquellas dos mujeres frente a él, aguardando en silencio!

Sólo pudo exclamar: 

–¡Ay!, ¡qué lindo está todo!, ¿pero, quién es mi mamá?, decía.

 Pero no sabía distinguir entre la madre y la doctora, entonces cerró los ojos y se acercó despacito a ambas, y les palpó la cara y sintió su olor, y no le quedaron dudas, por eso se abrazó a la madre sin pensarlo, y dijo: –Tú eres mi mamita, y ella es la doctora que me curó, pero ahora es también mi linda mamita. 

–¡Ahora ya puedo ver!, exclama a cada rato. 

Y se ríe, y despierta con asombro, ahora descubre cada detalle de la naturaleza y de cada objeto creado por el hombre. ¡Qué feliz se siente Yosep y su madre!, Ya, nunca más, le podrán decir el cieguito.

De vuelta a casa y con la gratitud desbordada del amor recibido por todos con quienes se relacionó en Cuba.

El niño, no salía todavía de su asombro; todo lo miraba y lo preguntaba, al ver la montaña sagrada le dijo al padre: –La montaña padre, ella no fue quien me ayudó, lo hicieron los hermanos cubanos. Este contestó:

–Es cierto hijo, si no es la hermandad entre los pueblos y el triunfo de la justicia social, no hubiese sido posible. Pero esa montaña guarda el dolor y las angustias de los abuelos de los abuelos de muchos pobladores, por eso nosotros la seguimos amando y tú también debes hacerlo, y los hijos de tus nietos, para que sean dueños de nuestras costumbres y tradiciones.

–Sí padre, así será, y podré aprender a leer ahora, porque quiero saber lo que cuentan estos libros que me regalaron en La Habana.

Ahora Yosep narra que en sus sueños ve en la cima de la montaña, a muchos hombres de batas blancas que irradian la luz más allá de sus fronteras, repartiendo los colores del derecho a la vida. 

                                             Cuento 4

 El gorrión agradecido

Hace mucho tiempo en un pequeño pueblo provinciano en el que reinaba la tranquilidad y el respeto entre todos los vecinos, vivía una buena mujer que por desgracia se había quedado sola y enferma. Pero como era muy generosa y servicial, todos la llamaban Dulce María.

Un día al lado de su casa fue a vivir una señora de aspecto terrible, tenía la nariz larga y jorobada como el pico de una cotorra, la quijada recortada con los pómulos anchos y los ojos tan profundos que parecía que se perdían en una cueva; además de no ser agraciada por la belleza, poseía un mal carácter y una descortés simpatía por las demás personas, por eso nadie la visitaba… Y como el que de amigo carece es porque no los merece, fue bautizada por todos los vecinos como Amargura.

Cierta vez se apareció en el patio de Amargura un pequeño gorrión que apenas podía volar y le regaló con alegría uno de sus sonoros cantos, y hasta tan insignificante hecho la puso de tan mal genio que gritó a todo pulmón: –¡Maldito pajarraco! Y con el palo de la escoba le remetió que lo lanzó casi muerto para el patio de Dulce María. Porque ella que quiso matar al gorrión le tiró con un cañón.

–¡Oh, pobre animalito! Dijo la Dulce María y lo tomó en sus manos, lo acarició con ternura, le revisó las alas y tenía una de ellas dañada, entonces lo curó y alimento durante varios días y como el tiempo todo lo alcanza a la corta o a la larga, el gorrión se vio protegido bajo aquel cálido abrigo.

Así que a los pocos días ya cantaba de nuevo y Dulce le decía: –Cuando alguien es malo y rémalo, de nada le sirve el palo.

Uno de esos días en que la soledad embarga el alma, Dulce se sentó en el banco detrás de su casa y apareció el pequeño gorrión con una semilla en el pico y la depositó en sus manos, ella quedó muy sorprendida pero comprendió el gesto de aquel pequeño que ella había cuidado y salvado, así que quiso tenerlo por siempre en su corazón y en su mente por lo que sembró la semilla en el lindero de la cerca que separaba la casa de Amargura de la de ella.

Con mucho amor cuidó de la planta que fue creciendo y engordando su tronco hasta convertirse en un hermoso naranjo; en el ramaje que creció para el terreno de Dulce era frondoso y no poseía espinas, sin embargo el que tiró para casa de Amargura estaba copado de estas y las hojas de las ramas se tornaban de un color más oscuro.

En aquel árbol que creció en el patio de Dulce retozaban, cantaban y hasta anidaban comunidades de gorriones como un gesto de gratitud, como si supieran que allí iban a estar protegidos.

Cuando llegó la primavera el naranjo floreció y se copó de muchos frutos, pero qué rareza, para la parte de Amargura nacieron todas las naranjas dulces como la almíbar y para la parte de Dulce María todas eran ácidas.

 Cuando estuvieron ya maduras, Amargura dijo: todas las naranjas dulces son mías qué ricas y deliciosas están y no le ofreció ni una a su buena vecina, tanto se atragantó de ellas que le provocó un colapso y cayó al suelo muertecita. Porque el que se harta y no da, el diablo se lo llevará. 

Sin embargo Dulce tomó todas las de ellas, las peló, y utilizó los hollejos en hacer un exquisito manjar con el que deleitó a sus buenos vecinos, y con el jugo hacía refrescos que bebía en sus meriendas y empezó a notar que su salud mejoraba poco a poco cada vez que bebía de aquel delicioso néctar hasta quedar completamente curada. Ella quedó completamente agradecida de aquel gorrión y comprendió una vez más que si no se tiene lo que uno quiere, se debe querer lo que se tiene. 

                                      Cuento 5

A él, que sin proponérselo:

El andar le dio la luz, la reflexión le abrió el camino a la esperanza, la luz y la confianza abrieron su corazón a la virtud, el buen gesto lo llevó a lo divino y por eso tuvo su aureola.

El Tritón del Bosque

Hace mucho tiempo cerca de una comarca vivió un solitario hombre que dedicó su vida al estudio de la Geología, pero había contraído grandes deudas con personas ricas de aquel lugar, y cuyo dinero utilizaba en realizar investigaciones muy avanzadas para la época.

El Geólogo, así de simple lo llamaban todos los que lo conocían, hasta que un día desapareció, había recibido advertencias y amenazas de muerte de sus prestamistas, nadie supo de su paradero hasta que ocurre un hecho que lo puso al borde de la desaparición eterna.

 Y aunque haya pasado tanto tiempo, todavía allí está él (…), vivo en la leyenda, como parte de una historia del Sur, en un lugar donde un árbol comenzó a ser monte y este, se convirtió en un espeso bosque.

Allí, en aquel apartado sitio se formó su hogar, en la covacha leñosa de un centenario y nutrido árbol de hojas palmadas y grandes flores acampanadas. Con el algodón de sus semillas acolchonó el confortable sitio donde desvelaba la pereza y gastaba la soledad de los días.

Entonces se despojó de toda la indumentaria que guardó junto a unos usados libros y algunos medios que le serían de utilidad.

Para enmascarar su identidad se procuró como abrigo una rústica manta de piel de conejos que empató con los fuertes pelos de la cola de una zorra. Corriendo el tiempo, dejó morir sus finos modales: su cabello de ángel se puso greñudo y horquilloso, y su barba y bigotes crecieron hasta cubrir las finas líneas de su rostro hasta tomar el aspecto de un espanto diabólico, que le permitió autonombrarse: El Tritón del Bosque, sin ser él deidad alguna. Pues sólo conservaba del mar la habilidad de ser buen nadador.

Los alimentos los tomaba de las semillas aceitadas de algunas plantas, de aquel extenso bosque, y el agua la obtenía de los piñones silvestres que recogían el rocío en las largas y frías noches.

Así vivió este hombre como un salvaje pero como sabio que huía de sus grandes deudas monetarias, de las amenazas de muerte avisadas, de los fracasos y los golpes que le había guardado su desafortunada suerte. Conocía de la conducta de malos hombres, de la hipocresía y de la ambición de otros, del abuso y la explotación a que eran sometidos muchos de sus semejantes.  

Por esas razones se fue al bosque, quería vivir en estado libre y se convirtió en esclavo de la supervivencia y un defensor de la Naturaleza.

Su única compañía era su perro, muy conocido en toda la comarca. Se llamaba Lobo, su buen amigo de infortunio, quien tenía el rostro aleonado y el pelaje gralte lanoso por ser hijo de Dogo y Galgo, poseía las cualidades del Mastín: pecho ancho, cabeza redonda y dientes fuertes, su cuello era corto y las orejas pequeñas, poseía mucha fuerza y valor por eso sobrevivió a las duras condiciones que le impuso su fidelidad.

Cuando Tritón salía a investigar por las rocosas montañas o se perdía en la inmensidad del bosque, se orientaba por los aullidos prolongados de Lobo, que resonaban en sus oídos como el llanto de violines, que sólo él oía en largas distancias, pues se había acostumbrado al infinito silencio que propicia el aislamiento y la soledad; por eso era capaz de escuchar los pasos del sol sobre las sombras cada vez que caminaba el día, y sentía pasar el tiempo cuando este corría dejando las huellas del recuerdo de la voz del viento.

Por eso, Tritón escuchaba con su agudo oído cuando los cazadores mataban animales más por placer que por necesidad, y entonces le decía a su amigo: –¡Vamos Lobo, ándate rápido! Que aquí cada cazador tiene que ser cazado. 

Y entonces hombre y perro emboscaban y atacaban al depredador insolente, que espantado corría dejando parte o toda la carga. Entonces Tritón le advertía en su estampida frenética:

 –¡Si vuelves a matar por deleite a indefensos animales, serás sentenciado por la ley de la selva! 

Y Lobo lo corría entre la espesa maleza, hasta que se perdía.

Tantos fueron los asustados que surgieron leyendas que fueron corriendo de boca en boca por toda la comarca, que existía un ser diabólico en el. bosque que atemorizaba a todo aquel que se entraba en él. 

Una y otra vez se repetían los hechos y las leyendas hasta que un cazador que andaba por el bosque, reconoció al perro y dijo a los demás hombres: 

–El perro que ataca como una sedienta fiera es del Geólogo que desapareció de la vida de la región.

–Entonces, ese diablo es él, dijo otro, y más adelante exclamó: ¡es el mismo!, que se ha escondido en el bosque. 

Otro afirmó tajantemente: – ¡Sí, es él, no cabe duda!, pues el muy pícaro, está lleno de deudas y le debe a mi patrón y a otros negociantes mucho dinero, y estos lo mandaron a matar.

Los rumores llegaron además a los oídos de algunos enemigos del Geólogo, que intentaron saquear las maderas del bosque sin importarles los daños ecológicos, y él denunció tales desmanes.

Tanta osadía de un hombre, no podía quedar como una burla hecha a los que poseían el poder del dinero, y que pensaban que todo les pertenecía.

Un odio descomunal se había cernido en las mentes de aquellos oportunistas ocasionales, y por eso se unieron a los patrones y cazadores para saldar la deuda contra aquel hombre de pensamiento avanzado.

Bastó poco tiempo para que EL Tritón del Bosque perdiera la paz. Y fue un amanecer en que el arco de luz de la aurora austral era más intenso, y él lo observaba con mucha atención entre el follaje y las flores de los árboles que le anunciaban la cercanía del equinoccio primaveral; cuando escuchó algo lejano: los ladridos continuos de perros que se acercaban y el bullicio de voces que a cada minuto se oían más cercanos.

 Esto le bastó para ponerse sobre aviso pues se dio cuenta que sería casado como uno de aquellos animales del bosque, y pensó para sí: –para mantenerme vivo tengo que seguir huyendo.

Y empezó a huir:

Tomó algunos de los implementos de trabajo que había guardado y alimentos cocidos que conservaba, y le dijo a su amigo:

 – ¡Vamos Lobo!, que hay que seguir huyendo de la mala suerte y no tengo modo de enfrentarla.

Vamos a caminar hacia el sur, siempre al sur donde están los límites del bosque y las empinadas montañas de piedras, porque allá lejos, a donde a nadie le importa ir, salvo a nosotros; estaremos a salvo.

Los rastreadores exploraban con esmero y los perros de caza rompían con sus aullidos el silencio, pero la persecución se mantenía a cierta distancia por la ventaja que le había proporcionado a Tritón el andar por el bosque, y lo pesada que se hacía la maleza para aquellos perseguidores que temían separarse, no obstante cada vez que azuzaban a los perros para que siguieran el rastro del Geólogo, aparecía Lobo, fiero dueño de sus fuerzas y atacador sorpresivo que dejaba al instante vencido a su oponente con su mortal mordida en la parte superior del cuello que le desgarraba la piel hasta llegar a los huesos.

Después de cada pelea Lobo corría y alcanzaba a Tritón, y este le pasaba la mano por el lomo y lo estimulaba:

 –¡bravo, bravo mi gran amigo!, esos eran los que podían ponerme en apuros, si alcanzamos las montañas, ellos no podrán con nosotros.

Así anduvieron hasta llegar a las primeras montañas. 

La persecución no había terminado, pero los dos amigos continuaban penetrando en un mundo desconocido y poco explorado.

Después de mucho esfuerzo en escalar la primicia del primer macizo montañoso; descendieron, el paso quedó trunco, por los elevados peñascos verticales que se alzaban mostrando las paredes lizas inalcanzables por hombre alguno. Allí mismo, entre las bases de aquellas montañas, nacía un fuerte e incontrolable borbotón de agua que se perdía a pocos metros por dentro de un hoyo que se abría en uno de aquellos elevados peñascos. 

Tritón se dio cuenta que estaban atrapados, pero sin tiempo de desandar el camino intento beber de aquella cristalina y fresca agua; y sin proponérselo, pudo ver cuando Lobo era absorbido y arrastrado por aquella furiosa corriente, y que sólo le dio tiempo a gritar:

 –Loboooo, ¡lo he perdido!

Todo pasó tan rápido que Tritón sólo pudo gritar por su amigo como queriendo auxiliarlo con la voz, se volvió a lamentar.

–Maldición, ahora sí estoy solo, ¡pobre perro!

Pero no tuvo mucho tiempo para angustiarse, en pocos minutos transcurridos, los oídos no podían traicionarlo, escuchó los aullidos de Lobo, una y otra vez y a la sazón…

Pensó:

Si Lobo está vivo, entonces este boquete es una cueva que sale al otro lado, de esa muralla montañosa, sólo me queda la posibilidad de correr la misma suerte que él. 

 Todavía no había tomado una resolución, cuando lo ultimaron sus perseguidores a entregarse, estaba acorralado, no tenía otra opción y la tomó: se lanzó al naciente río para hacerse arrastrar por la entraña de aquella mole de piedra.

Sus perseguidores quedaron desconcertados y lo dieron por muerto cuando vieron que las aguas se tragaban el cuerpo del Geólogo.

En breves momentos Tritón salió a flote del otro lado y pudo ver una inmensa claridad y un gran valle que estaba sembrado de piedras, que era oculto a los ojos de los que estaban detrás de aquella montaña; mientras el río salía y se perdía nuevamente en la profundidad de la tierra. Después vio a su fiel amigo que daba saltos de alegría y se regocijaba de estar de nuevo juntos.

Tritón se dio cuenta que estaban a salvo y que allí nadie los encontraría, que habían burlado la muerte, tan cumplidora de su deber, pero que esta vez se había hecho la de la vista gorda para que él engañara a sus perseguidores.

Se abrió el camino a la esperanza:

 Mientras se asombraba de cómo había sobrevivido, abrazó a su perro y le comentó:

 – hacemos tremendo dúo tú y yo…, y le hizo caricias por largo rato y su demostración amorosa fue tan tierna que despertó la ternura y un sentimiento de amor nostálgico afloró un deseo carnal; se dio cuenta que estaba abrazando a Lobo, y extrañó vivir en sociedad.  

Y ¡de pronto, se asombró!

 Con una simple mirada reconoció el extenso valle como un naciente bosque sembrado de piedras, y se lamentó de su inutilidad.

Pero allí estaba el valle, prisionero al igual que ellos, entre las paredes lizas de las montañas que lo hacía inaccesible, incultivable e inútil.

Y reflexionó:

La Naturaleza no puede haber cimentado algo tan trivial, quizás por millones de años, esto sería una burla a su capacidad de creación.

Ahora dijo en alta voz: –Su sabiduría es grande, tal vez su valor no está a la vista.

Y se dijo:

– Pero, las rocas son sedimentarias, ¡cómo no me había dado cuenta de esto!

–Esta serranía, este valle tan extenso que se pierde a la vista donde nace el curso fluvial del río y que posee un sistema de alimentación subterráneo y una llanura sedimentaria, ¡tengo que estudiarlo! 

Entonces, durante muchos días exploró y fue cavando hasta con las manos y fue llegando a conclusiones parciales: “aquí existe una gran cuenca de rocas sedimentarias con esquistos ricos en materia orgánica”.

Pero no era suficiente, entonces perforó varios lugares con mucho trabajo y extrajo muestras de las capas rocosas en la tierra y pudo comprobar que: había presencia de filtraciones superficiales aceitosas, por aquí, por allá, en varias partes del valle.

Y llenó el corazón de regocijo:

–¡Existe todo un campo petrolífero y de gas Lobooo!; es increíble, qué dicha siento por mí, mi nación es rica y yo soy dichoso. Ahora sí podré vencer; seré respetado y podré salir de las deudas y proteger a la Naturaleza de verdad.

–Pero esta inmensa riqueza es para mi país, no venderé mi descubrimiento a los oportunistas y aprovechadores, se decía mientras andaba.

En varias semanas la prensa se hacia eco del gran hallazgo que había hecho El eminente geólogo, que abrió la esperanza a todos los hombres y mujeres de su tierra; a ellos se les abría la vida llena de ilusión de una pronta mejoría económica y social.

–El Tritón del Bosque–, fue asignado por el Gobierno como director ejecutivo y administrativo del gran complejo petrolífero que constituye la riqueza más grande de esa nación. Y durante muchos años de trabajo duro y constante, el país fue incrementando el nivel de vida de la población y pudo dar empleos a muchos nativos en diferentes ramas de la economía.

Y aunque ya jubilado, todavía el Geólogo goza de gran prestigio, no por la riqueza que acumuló ni por el gran descubrimiento que hizo para su pueblo, sino porque dejó una herencia cultural para preservar la Naturaleza: el más preciado legado que se le puede dejar a los hombres que nos seguirán sucediendo, cuando la riqueza se agote. 

En uno de los artículos que escribió acerca de su trabajo, reza

“El petróleo un día se extinguirá, pero el bosque seguirá existiendo para que la humanidad sobreviva”. E.T.B.                      

                                             Cuento 6

Corre que corre, como un correcaminos estaba aquel pajarillo, y en su carrera rompía el silencio con su cantillo: tinguilillo, tinguilicho… y de tanto repetirlo se escuchaba como el hipo, tinguilillo o tinguilicho, así suena en mis oídos. ¿Cómo lo escuchas tú?

El niño astuto que fue burlado

Hace algún tiempo conocí a un niño llamado Miloy que vivía en Campo Milagroso, cerca de un palmar, allí crecía con sus padres y algunos animales que les hacían la vida más llevadera y les eran de mucha utilidad. La casita estaba construida de madera del bosque que sembró su abuelo materno, y cobijada de guano de palma cana, que abunda en casi toda esa campiña.

La audacia y fortaleza de aquel niño era el orgullo de la familia, pues él doblegaba a su antojo a los animales y utilizaba un lenguaje gesticulado para cada uno de ellos que estos atinaban entender.

Un día en que me encontraba de visita en su casa, el padre le pidió que hiciera una demostración del dominio que él tenía sobre aquellos graciosos animales. Orgulloso y solícito, retiró de su cabeza un rústico sombrero dejando al descubierto su crispada cabellera, con la frente fruncida como el que guiña un ojo se hizo el desentendido para que el padre insistiera en la petición, y así fue, enseguida se movió con la picardía propia de sus ocho años y dijo:

– ¡Pelón ven aquí! Inmediatamente corrió hacia él un perro sato dando saltos y moviendo la cola.

– ¡Ahulla como un lobo!, le ordenó. 

El perro se estiró, paró la larga cola y después se escuchó un largo jahuuuuuuu.

– Ahora vez y busca a Polito, le dijo otra vez a la mascota. 

La que salió disparada movida por la fuerza de la orden. 

En breves segundos Pelón apareció saltando y ladrando acompañado de un gallito fino que se acercó a Miloy receloso e intranquilo, quien lo tomó en una de sus manos y con el índice de la otra, le indicaba picar el dedo; entonces lo puso en el suelo y al mover la mano en círculo, el gallito danzaba como una bailarina que busca alcanzar el cielo, pero siempre caía casi mareado sin encontrar la presa.

Padre e hijo no ocultaban su gran orgullo y se reían inocentemente como un par de chiquillos, porque ellos consideraban esto, un acto de poder. 

Contagiados con sus alegrías dejé escapar una exclamación de asombro que estimuló a Miloy mostrar la destreza nunca vista.

Muy cerca de allí se extendía un sembrado de calabazas en el que la hierba fresca se peinaba con el suave viento, y en que las guías de las plantas se confundían con algunos bejucos que regalan flores campestres en el naciente invierno, entonces, se escuchó el canto de un pichón que gritaba a todo pulmón: tinguilillo, tinguilillo, así, como se le llama en esta región campestre.

– Voy tras él, dijo Miloy. 

Y corrió veloz para alcanzarlo, lo hizo de forma resuelta para hacer creíble que podría lograrlo, pues la sorpresa y lo nunca visto me hizo dudar en que alguien pudiera cazar a uno de esos pajarillos en una loca carrera.

Corre que corre el correcaminos que no desmayaba en su cantillo: 

– tinguilillo,  tinguilicho…, así repetía en su estribillo.

El pajarillo con sus patas flacas como palillos y largas como palitos chinos, corría y corría en aquella porfía y como un grito de auxilio el repetía:

 – tinguilillo, tinguilicho…, me esconderé en un nicho.

El niño lo seguía de cerca y en cada giro rompía las guías de las calabazas, y ante la luz del sol dejaba marchita la flor que serviría para dar el fruto que alimentaría al benefactor.

Pero él vanidoso niño no cesaba de correr para alcanzar al infortunado animalito, había puesto su voluntad y endeudado su palabra, así que sólo le importaba atrapar al bribón que lo ridiculizaba tan hábilmente.

Correcaminos se detuvo un instante y el niño se abalanzó para atraparlo, como se lanza un portero sobre una pelota de fútbol y rompió las matas que ya mostraban pequeñas calabazas, pero no pudo alcanzarlo, se paró y continúo la carrera tras él.

-¡Lo tengo cansado!, exclamó Miloy y corrió nuevamente… 

Entonces, se volvió a proyectar sobre el indefenso pichón y lo tomó con una de sus manecitas de pequeño hombre, alzó un puño como señal de triunfo, y gritó embravecido: -¡lo tengo, lo tengo!

Ya no se oía el lamento del avispado animalito, este paisano tenía los ojos cerrados, no se le sentía respirar y no se le movía ni una pizca de su plumear lanoso.

-¡Miren qué mansito!, lo tengo domesticado como a mi gallito pinto, entonces abrió la mano para mostrarlo:

El pajarillo estaba tumbado sobre aquella pequeña mano que le servía de cama, con las patas hacia arriba disimulaba una serenidad eterna, y se mostraba inmóvil ante la mirada de todos, lo había vencido aquel niño, la derrota era evidente y la escondía con los ojos cerrados como si estuviera domado por la muerte. 

Pero ante la mirada atónita  de todos, aquel indefenso pillo ¡saltó de la mano de Miloy y cayó sobre la tierra y permaneció perezoso!, otra vez tan quieto como las calabazas que yacían inertes abandonadas en el campo. 

-¡Ahora si se murió!, exclamé sin disimulo. Todos quedamos atentos mirándonos con sentido de culpabilidad por lo ocurrido. ¡De pronto, aquel pajarillo nos sorprendió!  Se paró tan rápido como un rayo y salió corriendo y gritando tinguilillo, tinguilillo aún estoy vivo, y mientras corría se les unieron otros haciendo un coro gigante que resonaba como eco en el bajío del palmar. 

Ahora cada vez que escucho a uno, así lo oigo en mis oídos: tinguilillo, tinguilillo a dónde vas de prisa, pajarillo.

Aquella temporada la familia no comió calabazas, pero yo conocí de la fuerza y la astucia de uno de aquellos niños que conforman la campiña cubana.

                                              Cuento 7

Gnosis

En una zona apartada de la ciudad de Pinar del Río, llamada Lagunilla, caminaba por un paraje fangoso un hombre de campo junto a su borrico, que colmado de sacos de carbón no dejaba de resoplar por lo pesado de la carga y el cansancio de tantas jornadas de labor sin tregua, cuando un avezado figurante de la lengua, los detuvo para presumir de su cultura. 

Ante los humildes ojos del andariego y del lerdo subió las gafas a la cabeza para dejar libre la mirada y poder contemplar con mayor claridad la expresión del interpelado.

–“¡Señor!”, le encrespó con una sátira pregunta: – “Usted pudiera ser tan amable y revelarme ¿cuánto es el valor del ébano negro que reposa sobre la columna vertebral de su endeble y rumiante ecuestre?”. 

El carbonero quedó reflexivo, mordió el mocho de tabaco que sostenía en los labios, sacudió el cisco de su viejo sombrero de guano y mirando la carga que sostenía el asno dijo: 

–“Amigo, la larga y fría noche velando el pequeño horno caló mis huesos, las aguijadas recibidas talando el duro marabú han dejado heridas sobre mi piel, aunque también experimento un gran orgullo al limpiar la tierra de tan mala planta y de que mi cocina no cause daños al medio ambiente con el consumo de diesel, por lo que ayudo a proteger a la capa de ozono al no emitir gases de efecto invernadero, y también contribuyo a la sustitución de importaciones para bien de nuestro país.

Estos elementos le dan a usted razones para que valore la cuantía de mi morenillo vegetal”. 

El hispano hablante quedó sorprendido de tan lúcida respuesta, entonces no dijo palabra alguna, sacó la mano derecha del bolsillo de su reversible abrigo y dio una palmada sarcástica en una de las ancas del cuadrúpedo, quien con un roznido burlón lanzó con fuerza de sus patas traseras haciendo un remolino de fango en el aire que salpicó al atrevido que lo había espantado y dispuso la marcha hacia la casa de su dueño. 

Entonces, el letrado cubrió sus ojos con las oscuras gafas y evocó en alta voz el pensamiento del Maestro: “La inteligencia da bondad, justicia y hermosura; como un ala, levanta el espíritu, como una corona, hace monarca al que la ostenta”.

                                                 FIN       

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Fermín Sánchez Bustamante

Fermín Sánchez Bustamante

Graduado del Instituto Superior Pedagógico en Pinar del Río, Cuba. Diplomado en Periodismo Internacional.

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