Dicen por ahí, en el argot popular, que padre es cualquiera, y eso siempre resulta demasiado injusto, porque, sencillamente, conozco a hombres que atienden y educan a sus hijos con mucha responsabilidad y amor, desde el corazón y no como un “simple error de calzoncillo”.
Igual es cierto que los hay que solo aportaron los espermatozoides, y que están muy lejos de ser un progenitor real, así como a hacer gala del concepto social que encierra la palabra: “papá”.
En realidad, ser padre significa asumir una tarea para toda la vida y preocuparse desde el mismo momento del embarazo, y por supuesto, durante el proceso del nacimiento, la crianza, el sostén material y la educación.
Procrear un hijo conlleva una eterna tarea que no culmina nunca, porque nuestros descendientes siempre van a ser un motivo de preocupación y ocupación.
Antiguamente, era muy común que los padres, cabezas de familia, y los que trabajaban para mantener a su prole, se ocuparan solemnemente de dirigir a la familia, y era muy poco frecuente verlos en cuestiones tan sensibles como asistir a una consulta del pediatra, llevarlos al estomatólogo, a la escuela, a un parque…
Eran, por lo general, padres queridos y respetados, sobre todo, pero con un rol diferente en la sociedad. Ellos aportaban el dinero en casa, y de casi todo lo demás se ocupaban las madres.
Los tiempos y los cambios trajeron a unos progenitores más cariñosos y apegados, no quiere decir más preocupados y amantes, eso es difícil de medir, pero sí con más desenfado y menos seriedad a la hora de demostrarlo, lo cual tiene consecuencias buenas, otras no tanto.
Un poco más acá, la relación padre-hijos también se ha visto perjudicada por la situación económica, política y social del país, en especial, por el fenómeno de la emigración, así como por otros motivos que propician las separaciones.
Muchos hombres jóvenes han partido hacia otros países, principalmente, en la búsqueda de mejorías materiales, pero… ¿qué dejan detrás una parte de ellos?
Esos, aunque hayan viajado con su prole en el pensamiento y en el corazón, dejaron un vacío y establecieron una distancia, y hoy se tienen que conformar con ser papás de “por teléfono, messenger o WhatsApp”.
El dinero para mantenerlos y que vivan un poco mejor lo mandan, o no, pero, ¿qué hay de la necesaria comunicación y relación diaria, del acompañamiento constante, la preocupación, el cuidado, educación y vigilancia sistemática? Y aquí se cumple lo que decían nuestros abuelos de que “el ojo del amo engorda el caballo”.
Y hablamos sin ánimos de criticar, solo de reflexionar en cómo repercute cualquier fenómeno social en una relación tan importante como la de los padres y sus descendientes.
La Constitución de la República establece bien definida, en diversos artículos, como el 84, (y generalizamos), la obligación que tienen los padres (ambos) de garantizar el desarrollo integral de sus hijos, siempre en beneficio del menor. Responsabilidad parental que abarca derechos, deberes, facultades y obligaciones.
Somos defensores de que el padre cubano es protector, entregado y sacrificado. A veces se menosprecia cuánto se sacrifican por la familia, y por los hijos de forma especial. No importa su profesión, lo importante es que tratan por todos los medios de, a la par de la búsqueda cotidiana del sostén, encontrar un tiempo para el mimo, el apego y la responsabilidad.
Para esos últimos de los que hablamos, que son la gran mayoría, estén lejos o cerca, nuestros respetos. Al ocuparnos de los hijos aprendemos cada día, ya sea en el rol de madre o padre, que lo más importante es querer.
Querer entregar lo mejor de sí; querer educarlos lo mejor posible con el ejemplo y valores; querer darles lo necesario y a veces más; querer profesarles todo el cariño y amor posibles; querer entregarles presencia y disponibilidad; querer exigirles disciplina; querer apoyarlos y motivarlos, y en especial: querer que sean personas que aprendan a respetar a los demás, a servir y a valorarse a sí mismos.