Para algunos jóvenes de hoy, el trabajo voluntario está fuera de moda. Los hay que prestan atención a los cuentos nuestros de las escuelas en el campo, las limpiezas en la cuadra y el centro de trabajo en el tiempo de descanso, los domingos rojos, las movilizaciones o preparación para la defensa, pero no son mayoría.
Todos somos responsables de que la memoria resurja y se resignifique y de que el altruismo y las causas sociales no pierdan la batalla frente a la virtualidad y sus banalidades.
A los veinte años, la juventud actual prioriza fiestas, internet, encuentros con amigos, piscina, playa, horas de sueño que dejen la madrugada libre para las redes sociales, series de televisión y música, como los alicientes para desconectar de los mandatos impuestos por el estudio o trabajo. Las responsabilidades se asumen por cumplido como una carga pesada y trabajar gratis es casi una blasfemia, sobre todo cuando consumir y tener destacan en la lista de necesidades.
El pago por estímulo al trabajo es una negociación que se vive en la dinámica de algunas familias. “Si limpias la casa te pago el tratamiento de queratina”, “Si botas la basura y cuidas a tu hermano, te doy el dinero para la recarga de Cubacel”…
En pleno proceso de formación de la integralidad como adultos, somos los padres quienes alimentamos la alienación de cumplir con el deber por el incentivo material, y no por el gusto de servir a las personas que queremos y con la que tenemos, por el principio elemental de la convivencia fraterna, el deber de acompañar.
Esta realidad forma parte de las lógicas de reproducción de la vida moderna, donde aparentar -y no ser- se pondera como medio para la autorrealización, y a veces importa más la sonrisa de la publicación en Facebook que la que le damos a los hijos antes de desearles buenas noches.
Ansiedad y miedo se han convertido en las aliadas de estos meses y, sin darnos cuenta, vamos dejando en el camino nuestro patrimonio más valioso como familia y pueblo: la solidaridad, la modestia, el amor al prójimo, la vida en colectividad, el bien común por encima de la satisfacción individual.
Sin embargo, estas líneas cobran vida con la historia de Carlos Ariel Abreu Cordero, un joven de 22 años que combina la alegría y la socialización propia de su edad, con la voluntad de trabajar y servir a los demás.
Estudiante de Educación de Pedagogía y Psicología en la sede pedagógica de la Universidad de Pinar del Río, tiene el regocijo de contar, en este tiempo de COVID-19, con una experiencia de trabajo que no engrosa billetera, pero alimenta la espiritualidad.
“Las tareas que he desempeñado han sido por el compromiso que tengo con el país, la Revolución y con mi comunidad. He apoyado el control de los productos por la libreta de abastecimiento, trabajé en el empaque y clasificación de medicamentos y materiales sanitarios utilizados en las unidades de salud, cuidé el cumplimiento de medidas sanitarias en las playas y todo ello ha hecho que mi vida no haya sido improductiva, a pesar de la cuarentena”, comentó.
Su mayor satisfacción es recibir el regocijo de la gente. Sobre ello nos cuenta que mientras trabajaba en el kiosco La Única, una señora no podía creer que estuviera cuidando la cola de forma gratuita. “En la tarde de ese mismo día se apareció con dos nasobucos que había hecho especialmente para mí, y en lo adelante cada vez que me ve por la calle me saluda y presenta con un elogio que me compromete más todavía: ‘Este país necesita muchos muchachos como este”’.
De sus padres aprendió las normas básicas del cumplimiento del deber y la ayuda al prójimo. A José Martí, en cambio, le atribuye su vocación por el magisterio. A pesar de estar a la vanguardia como estudiante, por sus resultados en la docencia y la investigación, no sueña con cambio de carrera porque siente que en enseñar a los demás estará su espacio de realización profesional en el futuro.
Muchos como él están a la vuelta de la esquina y de ellos tendrá que auxiliarse la educación que necesita Cuba hoy, a esta hora y desde esta coyuntura. Son los referentes de carne y hueso que comparten con el resto el aula, el banco, la beca y la pista de baile de la disco.
Nuevas formas de reforzamiento al buen gesto deben ser instaladas con urgencia en el país: es deber de quienes educan reforzar entre las mayorías los actos extraordinarios que, como Sergio y Luis en su momento, otros jóvenes pinareños hacen cada día.