Apenas el sol comienza a estirar sus dedos dorados ya se escucha su voz. Una, dos, hasta veinte melodías diferentes brotan de ese pequeño cuerpo de plumas grises: es el sinsonte, ese pájaro travieso que canta como si tuviera una orquesta dentro. No hay silencio donde hay un sinsonte. Y no hay cubano que no lo reconozca.
Dicen los abuelos que imita al gallo, al gato, a los niños, al silbido del viento y hasta a los pitazos de la guagua. Y no mienten. El sinsonte es un artista nato, un imitador de los sonidos que lo rodean con tal destreza que más de uno ha girado la cabeza pensando que alguien lo llamaba por su nombre. En realidad, era él, el sinsonte, jugando a confundirnos desde una rama alta.
Mimus polyglottos, lo llaman en los libros de ciencia, y eso quiere decir “el que canta en muchos idiomas”. ¡Y vaya si los canta! Tiene un repertorio tan amplio que a veces incluso copia el canto de otras aves más tímidas, dejándolas en silencio y, de paso, sin novia. Porque no es solo por amor al arte: el sinsonte canta por amor, por territorio y, por supuesto, por vanidad.
No es un ave viajera; prefiere quedarse en su zona, fiel a su nido, que arma entre arbustos espinosos para proteger a su familia. La pareja es devota: machos y hembras comparten la crianza, alimentando a sus crías con insectos y frutas. Pero el macho se encarga de la banda sonora: no hay descanso cuando se trata de conquistar o defender.
En la historia natural cubana, pocos pájaros han tenido tanta presencia cultural. El sinsonte aparece en poemas, canciones, refranes y hasta como símbolo de la libertad. Algunos lo han llamado el ruiseñor criollo. Otros, el cantor rebelde del monte. Y no es casualidad. Su capacidad de cantar con fuerza incluso cuando está encerrado en una jaula, le ha dado fama de indomable.
¿Sabías que puede llegar a tener en su memoria más de 200 cantos distintos? ¿O que repite una frase musical varias veces antes de pasar a otra, como si fuera un compositor estructurado? Hasta su canto tiene forma de discurso.
Lo curioso es que, a pesar de su talento y color poco vistoso, no es un ave fácil de ver si no se le escucha primero. Se confunde entre las ramas, discreto en el porte pero orgulloso en el pecho. Y cuando un intruso se atreve a acercarse al nido, el sinsonte no lo piensa: lo ataca con valentía. Pequeño, sí, pero con corazón de guerrero.
Algunos científicos lo estudian para entender la evolución del canto. Otros simplemente lo escuchan, asombrados, cuando desde el patio trasero repite la melodía del celular o el tono de una campanilla.
En Cuba, el sinsonte no es solo un ave. Es un vecino con voz propia. Un cantante sin micrófono, un vigilante del día, un poeta sin lápiz.
Y cuando al caer la tarde se posa sobre el cable de la luz y lanza su última serenata, uno no puede sino sonreír y pensar que, en este país lleno de música, hasta los pájaros nacen con el alma afinada.