Hay gestos que parecen pequeños, casi invisibles, pero que contienen revoluciones, abrir un libro es uno de ellos. Mientras el mundo acelera, mientras los teléfonos suenan, las redes arden y las noticias corren sin detenerse, hay quien abre una página con la calma de quien sabe que dentro lo espera un universo completo. Leer, en estos tiempos, no es solo un hábito sano: es una forma de resistencia, una trinchera silenciosa y un acto íntimo que te reconstruye sin hacer alarde.
La lectura no es solo cosa de estudiosos, ni de aquellos con gafas y títulos, tampoco es un lujo reservado para días tranquilos. Leer es tan necesario como comer con lentitud o respirar hondo al final de la jornada.
Recuerdo aquella etapa en la que dejaba algún libro al alcance de mi hija, como un sano sonsacamiento para introducirla en ese mundo, pues siempre he pensado que leer no sirve solo para acumular datos ni responder exámenes, sirve para vivir mejor, para entenderte y entender a los otros, para no repetir errores que ya alguien escribió antes que tú, y para nombrar emociones que a veces no sabes decir.
Lo hermoso de leer no es solo lo que encuentras, sino lo que te despierta. Un poema sencillo puede hacerte llorar sin entender por qué. Una novela escrita hace cien años puede describirte mejor que una selfie. Un cuento de cinco páginas puede cambiarte la forma de mirar a tu amiga, tu barrio, tu historia.
Desde pequeña descubrí leyendo la importancia del silencio interior y la paciencia. Mi madre un día llegó con Rompetacones y cuentos y más cuentos, yo nunca había visto un libro con tantas hojas, parecía tan inmenso, interminable, pero se convirtió en noches de aventuras y de vuelo imaginativo y aprendí a esperar, a detenerme y volver a empezar.
Leer también educa el alma, te vuelve más justo, empático y lúcido. Enseña que la verdad puede tener muchas caras y que nadie tiene siempre la razón. Nos recuerda que el otro existe, y que su dolor, aunque ajeno, también importa. Quien lee con hondura difícilmente será indiferente.
Hay algo casi mágico en saber que, aunque nunca hayas salido de tu ciudad, puedes recorrer África, los Andes, la antigua Grecia o la luna, con solo pasar la página, que puedes vivir amores imposibles, temer guerras que no viviste, reírte con personajes que jamás verás, porque la lectura te convierte en muchos sin dejar de ser tú.
Pero también hay que decirlo: fomentar el hábito de leer no es solo responsabilidad de las escuelas, es tarea de los hogares, los medios, la comunidad. A veces un niño no lee porque nadie le leyó y creció creyendo que leer era aburrido o castigo, y sin embargo, basta con el libro adecuado, en el momento justo, para cambiarle la vida.
Leer no está de moda, no da likes ni garantiza aplausos, pero te hace libre, te da criterio y te construye por dentro. Leer te ayuda a estar contigo mismo sin miedo, y eso, en una sociedad saturada de ruido y poses, es casi un superpoder.
En Cuba, donde tanto se ha apostado por la cultura, defender el hábito lector no es solo un deber educativo, es un acto de amor, porque un pueblo que lee piensa mejor, y uno que piensa mejor, decide con más firmeza, actúa con más sentido, transforma con menos ingenuidad.
No se trata de leer por leer, se trata de encontrar lo que nos conmueva, lo que nos desafíe, nos sacuda o simplemente nos abrace. Un libro no cura todos los males, pero a veces basta con una línea para que no te sientas solo, a veces, una frase te acompaña toda la vida.
Por eso, cada vez que veas a alguien con un libro en la mano, no pienses que está solo, realmente puede estar viajando, salvándose, quizá está entendiendo algo que tú también necesitas saber.