Dicen que el silencio de la noche es sagrado, que es ese espacio donde el cuerpo descansa, los pensamientos se aquietan y las almas se renuevan, pero en muchos hogares el silencio se rompe con una sinfonía involuntaria: los ronquidos.
A veces comienzan como un murmullo suave, casi tierno, ese resuello que parece acompañar el sueño profundo de alguien que ha tenido un día largo y otras veces… ¡ay!, otras veces se transforman en un trueno que no deja dormir ni al más paciente. En cada casa donde alguien ronca, hay también un insomne dando vueltas en la cama, mirando el techo, rogando por unos minutos de paz.
El ronquido, aunque muchos lo tomen a broma, es un asunto serio. No solo por el desvelo que causa a quien duerme al lado, sino por lo que puede significar para la salud de quien lo padece. En lenguaje médico asevera que es una vibración del aire al pasar por las vías respiratorias superiores cuando hay una obstrucción parcial. En lenguaje de vida cotidiana: es ese ruido que puede acabar con la paciencia de cualquiera y poner a prueba hasta el amor más fuerte.
Hay parejas que se aman de día y se separan por las noches. Ella, armada con su almohada, se marcha al sofá de la sala mientras él sigue dormido, ajeno al vendaval que provoca, o al revés, y al otro día, entre risas forzadas, los dos comentan: “Anoche no dormí nada”. Lo que empieza como un chiste se convierte en costumbre, y esa costumbre, en muchas ocasiones, en distancia.
Muchas personas han probado de todo: desde tiritas nasales y almohadas especiales, hasta infusiones de miel y jengibre antes de dormir. Algunos cambian de posición al acostarse, han dejado el tabaco, reducido el peso, y aun así… el ronquido persiste, implacable, como un compañero indeseado.
El asunto es que el ronquido no distingue edades, aunque suele ser más frecuente en hombres y en personas con sobrepeso, también hay mujeres que roncan, incluso jóvenes y en muchos casos, el cuerpo está mandando señales: problemas respiratorios, apnea del sueño, exceso de alcohol, cansancio extremo o simplemente una mala postura nocturna.
Pero más allá de la ciencia, está la vida misma, porque el ronquido no solo afecta al que lo sufre, sino también a los que comparten su espacio. Hay quienes se levantan con ojeras que parecen medallas de guerra, después de noches enteras luchando con el ruido ajeno. Y otros que confiesan, entre risas y resignación, que ya aprendieron a dormirse con ese sonido, “como quien se acostumbra al mar o a la lluvia”.
El ronquido también es un símbolo, si se mira con ternura. Representa la vulnerabilidad humana, ese momento donde el cuerpo se abandona, donde la conciencia descansa y lo único que queda es el sonido de la respiración, imperfecta, a veces exagerada, pero viva.
Claro, eso no significa que no deba tratarse. En Cuba, existen consultas médicas donde se evalúan los trastornos del sueño, y donde los ronquidos pueden ser la punta del iceberg de un problema mayor. La apnea del sueño, por ejemplo, provoca pausas respiratorias que reducen el oxígeno en sangre y pueden causar hipertensión, somnolencia diurna o incluso complicaciones cardíacas. No es poca cosa.
Lo curioso es que, a pesar de ser tan común, el ronquido sigue siendo un tema tabú. A muchos les da pena admitirlo, como si se tratara de un defecto personal y la realidad es que roncar no es una falta de educación ni de respeto, es una condición fisiológica que merece atención y comprensión.
Quizás, si aprendiéramos a hablar del tema con naturalidad, muchas parejas se ahorrarían discusiones y muchas personas se cuidarían más, pues dormir bien es tan importante como comer sano o hacer ejercicio. El descanso también es salud, y el cuerpo pasa factura cuando se le quita ese derecho.
Entonces, más allá de los chistes y las bromas de sobremesa, el ronquido debería mirarse con seriedad, no para reírse del que lo sufre, sino para acompañarlo en la búsqueda de una solución. A fin de cuentas, todos queremos dormir tranquilos, en paz, sin sobresaltos ni serenatas involuntarias.