Llega la primavera, y con ella ya estamos listos para activar el modo verano, como dijera un conocido. Con el advenimiento de julio y agosto llegan también las vacaciones, las reuniones familiares y las fiestas.
Esta, por supuesto, es una etapa en la que la preocupación y el estrés ceden su paso a la diversión y al relego de tareas y compromisos laborales. Y no es para menos, tras varios meses de intensos compromisos, es justo que nos merezcamos un breve descanso.
No obstante, muchos olvidan que esta etapa también guarda ciertos y determinados peligros, hasta para la vida, que no debemos obviar. Ya lo conversábamos usted y yo la semana pasada en este mismo espacio de opinión, cuando comentábamos sobre el consumo de alcohol y las manos al volante.
Pero, existe otro riesgo no tan notable a considerar en estas fechas, uno que muchos pasamos por alto y subestimamos. Incluso, se atrevería a decir el escriba, que ante la pregunta, quizás ni siquiera se considere un peligro en sí.
Hablo de los mosquitos, sí, de esos insectos que en las noches sin electricidad nos hacen imposible el sueño, pero que también molestan y pican durante el resto del día.
Hablo de ellos, porque es, precisamente, con la llegada de la primavera, con la que afloran estos vectores en campos y ciudades, en barrios, en zanjas, herbazales, caminos, basureros, patios descuidados, y tantos otros lugares donde pueda albergarse un palmo de agua limpia.
Advierto que es un problema subestimado, pues poco a poco le hemos restado la debida importancia a la fumigación, al autofocal, a la limpieza de zanjas, a los trabajos voluntarios vecinales y a las inspecciones sanitarias.
Y es en esta despreocupación, en esta falta de acciones, en la que el riesgo se incrementa, en la que nuestras casas se convierten en un hospedero, y ponemos la vida como primera línea de defensa.
Sí, es cierto, la picadura de un mosquito adulto no mata en sí, pero las enfermedades de las que son portadores sí: dengue, zhikungunya, fiebre amarilla, y ahora el más reciente oropouche, cobran vidas.
No podrá negar que en numerosísimas ocasiones ha escuchado de personas ingresadas, complicadas con alguna de estas enfermedades, qué digo escuchar, usted o alguien de su familia seguro también las han padecido.
No es solo el Aedes aegypti, ahora, además, son los jejenes (Culicoides paraensis), y hasta los Culex quinquefasciatus, —el mosquito tradicional e inofensivo de toda la vida— los causantes hoy de que enfermedades tropicales incrementen su incidencia en la población cubana, y los padecimientos e ingresos vayan en alza vertiginosa, aunque no se hable mucho de esto último.
Tampoco ya es preciso que el reservorio o poquito de agua almacenada tenga necesariamente que estar limpia, —como lo requiere el primero de estas especies mencionadas— pues los dos últimos son capaces de depositar larvas hasta en aguas albañales.
Algo importante a recordar es que estos dípteros, en el caso de las hembras, que son las que pican, tienen una esperanza de vida que alcanza hasta los 56 días, puede depositar hasta 200 huevos, e infectar a cuanta persona pique durante ese tiempo en un radio de 400 metros.
Sí, querido amigo lector, hasta 400 metros puede volar el insecto desde su escondite para posarse sobre usted. Por supuesto, no todos están infectados, y eso hace que con cada picada que usted reciba de estos bichos, se incrementen sus posibilidades de salir perdiendo en tal ruleta rusa.
Pero en esto, debemos hacer un alto, pues para ser honestos usted y yo, y quitarnos la camisa, somos nosotros los verdaderos culpables de las altas incidencias de las enfermedades mencionadas.
Hemos perdido la cultura —para no levantar llagas al decir otras cosas— de fumigar las viviendas y las calles varias veces al mes. Recuerdo que las campañas de fumigación eran obligatorias en las viviendas, y si te ponías de “suerte”, en las noches o en las mañanas podías quedar atrapado en una nube de humo en plena vía.
Hoy, al menos en mi locación, la fumigación es demanda del propio vecino o poblador. Y esto está mal. De nada vale que usted fumigue su casa si su vecino es un criador empedernido.
Es mucho más fácil decir “aquí todo está tapado”, “no hijo no, aquí no hay mosquitos”, que realizar una guardia vieja. En ese sentido, la indisciplina de unos pocos, fomenta entonces la preocupación de todos.
Ya lo decía, desafortunadamente nos ha dado por jugar con cosas tan serias como la muerte. Bien creo que es hora de revertir esta tendencia, pues la mejor prevención recae en nosotros mismos. Tengamos siempre presente que nuestra mejor aliada para estas fechas, es, precisamente, esta lucha que no debe cesar, y la etapa venidera, es una de intensivos.