Cuidar, instruir y proteger a niños en su primera infancia es una tarea ardua y difícil. Guerrillero entrevistó a una pinareña que lleva más de 40 años en esta labor
Zoraida Ramírez Rodríguez quería ser militar, pero al terminar la secundaria en la “Capitán San Luis”, en Guane, le llegó la Escuela para Educadora de Círculos Infantiles. Atrás quedó su sueño con el uniforme verde y demás.
Sanjuanera de origen, nacida y criada en el barrio El Laurel, vino hasta el reparto Hermanos Cruz en la capital provincial a estudiar en la Efeci Doña Rosario García.
Lejos estaba de sospechar que su futuro, sustento, el amor perenne y motivación laboral de su vida estaba en esa preparación que recibió durante los cuatro años de formación en ese centro.
Al principio le temió al trabajo con los niños, pero después…
Era una muchachita cuando se enfrentó por primera vez a su práctica preprofesional y a su actividad laboral. Tal vez ni ella misma sabía que 44 años después, aún estaría frente a un grupo de pequeños de segundo año de vida.
La encontramos en su salón, junto a las titas July y Danay, sus compañeras y amigas, en plena faena. En esa oportunidad no había muchos niños. Pinar del Río se recuperaba de un apagón general eléctrico debido al paso del huracán Rafael; sin embargo, ellas estaban allí, junto a sus niños.
La tita Zory, así es como la llaman sus niños, es de esas personas que se dan a querer. Bonachona, risueña, habladora, pero, sobre todo, con una sonrisa y brazos listos para abrazar, un conjunto que la hacen convertirse en el hada madrina de los pequeñines.
Le gusta trabajar con los niños más chicos, y desde 1981, año en que se graduó, es a lo que dedicó todo su tiempo. Su primer centro fue Los Criollitos, luego, en 1988 pasó a Amiguitos de la Ciencia, que en aquel tiempo era de nueva creación. Para ese entonces, ya había cursado estudios universitarios, por lo que estaba aún más preparada para ejercer su profesión.
“Siempre he trabajado con niños lactantes, de segundo y tercer años, es lo que prefiero. Siento mucho amor por ellos y disfruto verlos crecer y aprender, me regocija ver cómo comienzan a pronunciar sus primeras palabras.
“Por mi experiencia en la edad temprana, he sido tutora de estudiantes que han pasado por el centro, y he ayudado a muchas muchachitas en su preparación. Ya llevo seis años de jubilada reincorporada”.
Zory es un personaje, sencillamente, es una tita que se ganó el amor de bastantes niños, de distintas generaciones, del reparto Villamil y de otras zonas aledañas de la ciudad que han pasado por el círculo infantil.
“¿A quién están entrevistando, a Zory? Ojalá mi niño cuando nazca pueda tenerla como tita, se los digo yo que fui una de sus pequeñas y ella es especial”. Así comentó una joven embarazada que nos vio en medio del trabajo periodístico.
¿Los niños se te pegan?, le preguntamos, y con rapidez y naturalidad Zory nos dijo: “Sí, ellos no se quedan con otras titas que no seamos nosotras, siempre estamos allí temprano, porque ellos no pueden vivir sin nosotras y nosotras sin ellos”.
Al querer saber el secreto del porqué se gana tanto a los niños, se refirió al carisma, pero, incluso, hay algo más importante, y lo expresó bien clarito.
“Los quiero como si fueran mis hijos, a la vez me dan lástima, porque son pequeñitos, no son como los de cuarto año que ya saben, entonces tú vez que ellos se te pegan, te agarran por el vestido y yo les voy cogiendo cariño, ya que nosotras somos como las madres. Es que las mamás nos los dejan, y son ocho horas de trabajo con ellos, y quizás un poco más”.
En tantos años de trabajo con los niños, ¿no te has cansado?
“No, que va, si yo me retiré, y como a los tres meses me llamó Edilia, la directora, me comentó de incorporarme y le dije: “Niña, cómo que no, me gusta lo que hago, además, la casa envejece”. Y ríe mientras conversa.
Lo que más la conmueve es reconocer a los niños que vio desde pequeños y hoy son hombres y mujeres de bien. Entonces cuenta:
“Tengo un muchacho, Yosvani, vive por aquí, es médico, y lo veo con ese amor que siempre me saluda, y un día venía yo cojeando y me dijo: ¿Tita Zory, que te pasa?, le respondí que me dolía la rodilla. Lo cierto es que me planificó para que me atendieran, y al otro día cuando llego al centro de rehabilitación del Hermanos Cruz, ¿quién estaba allí?, Yosvani. Fue él quien me esperó y me presentó al médico. ¡Eso me conmovió tanto!
Sus ojos se volvieron chinitos cuando nos habló de otro niño que no podía jugar pelota, y que ellas, las titas, se percataron de que tenía un problema en el brazo, e inmediatamente, pusieron sobre aviso a la mamá. Asimismo sucedió con otros que eran autistas, o con otra que padecía de vitiligo.
También nos contó con orgullo cómo hay niños fuertes, aun así pequeñitos, y que tienen respuestas propias de adultos.
“Tuve uno que está ahora en cuarto año, que, por ejemplo, yo le decía: ‘Mira, esto tiene que ser así , porque la tita dice que debe de ser así’. Él me miraba y me contestaba: ‘No me hables alto’, y uno tenía que decir: ‘Caballero, cómo sabe ese muchachito, mira cómo se expresa. Es como ver un hombre en miniatura’”.
El compromiso y la laboriosidad son características propias de esta consagrada tita.
“Me gusta trabajar, inventar y crear medios para el salón. No tengo horario, no hay tiempo malo, incluso, me llevo los papeles para la casa y me siento en la mesa, pongo musiquita, y a escribir. Sé que soy disciplinada. En nuestro trabajo lo fundamental es la atención directa al niño, y tenerlo como centro y eje del proceso educativo”.
SUS COMPAÑERAS Y SU FAMILIA
Las personas de bien llevan muy adentro a su gente querida, por eso parece que el pecho se le desborda de sentimientos cuando habla de su colectivo de trabajo y de su familia.
“Me llevo bien con todas mis compañeras de trabajo, sobre todo con July, que es mi amiga y hermana, llevamos juntas mucho tiempo.
“Tengo dos niños que son hombres ya, tres nietos, y mi esposo Roberto, con el que llevo casi 40 años. Soy muy familiar, los viernes mis nietos van para la casa, y es mami, mami, mami, que no me dejan vivir, los quiero muchísimo”.
Las buenas maneras, la entrega diaria a los niños, el amor que emana su persona vienen de atrás, y nos damos cuenta cuando nos habla de sus padres, en especial de su mamá, y de sus hermanos que eran seis hembras y tres varones. “Un problema de uno, lo es de todos”, afirmó.
“Perdí a mi padre a los ocho años, y mi mamá enfrentó la ardua tarea de criar a nueve hijos. Vivíamos en San Juan y ella trabajaba lejísimo, en las Cuchillas de San Simón. Ella nos encaminó, y nos decía: “Ya yo me puedo morir mañana, porque sé que todos estudiaron”. Seguro que muchos de los niños de Zory agradecerán que la reconozcan. El trabajo de las educadoras de círculos infantiles es sacrificado; sin embargo, a veces pasa inadvertido, pero en cada pequeño que sale de sus manos va la semillita de lo aprendido, y van también los valores que, desde esa etapa, comienzan a formarse.