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Portada Opinión

Las cosas por su nombre…

Yolanda Molina PérezPorYolanda Molina Pérez
julio 18, 2025
en Opinión
Tiempo de lectura: 5 minutos
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Las palabras ofensivas son como el salfumán en el piso, dejan mancha, y si bien a veces hablamos a la ligera, no creo que el titular de un ramo vaya sin preparación a una comparecencia ante el Parlamento, mucho menos cuando hasta concibió un conjunto de diapositivas para apoyar su intervención.

Indignación provocó la exposición de Martha Elena Feitó Cabrera, ministra de Trabajo y Seguridad Social, -hasta el pasado martes 15- fecha en que renunció a su cargo tras la repercusión social de su comparecencia en sesión conjunta de dos comisiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) el 14 de julio, cuando afirmó que en Cuba no hay mendigos y llamó a “enfrentar” a quienes piden en las calles, limpian parabrisas en semáforos o hurgan entre los desechos.  

Según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), el primer sinónimo de mendigo es pobre, el que a su vez define como “Necesitado, que no tiene lo necesario para vivir”, lo que aplica a muchos más cubanos que aquellos que piden a transeúntes alimento o dinero en las calles para subsistir.

Puertas adentro de nuestros hogares son muchas las carencias existentes, desde alimentos – combustibles para elaborarlos, energía eléctrica para conservarlos- hasta medicamentos, transitando por todo aquello que se requiere en la vida doméstica, sin dejar fuera las condiciones de las viviendas, que si nos fuéramos a aferrar a tecnicismos, muchas no responden al mínimo de parámetros para considerarlas habitables.

Lo más doloroso es que mientras la penuria se ensaña en la mayoría, una parte de la población vive en medio del esplendor y la opulencia; lo que gastan en un cóctel, lo añoran madres para servir la mesa a sus hijos.

En el IX Congreso de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores (ANEC) trascendió que el 60 por ciento del efectivo circulante está en manos del 10 por ciento de la población, y la mitad de los saldos en cuentas bancarias pertenece a dos puntos porcentuales de los habitantes de este país, estas cifras por sí solas, hablan a las claras de las desigualdades sociales.

Que existen políticas para tratar de acortar las brechas, es cierto, como lo es también que no consiguen ser efectivas, que los presupuestos muchas veces se ejecutan con premura y sin objetividad, como entregar sábanas a quien carece de cama. Sin olvidar que falta integralidad en el enfoque y abordaje de estos problemas, y que el triunfalismo del discurso oficialista que asumen ciertos funcionarios, limita la posibilidad de encontrar soluciones.

No develo ningún secreto al decir que conquistas sociales como Salud y Educación no son ni una ligera sombra de lo que fueron, beneficios que, en un tiempo, por su calidad y seguridad, mitigaban el impacto de otras necesidades sobre la cotidianidad. 

Hoy el costo de un tratamiento, gestionado en el mercado informal, entre medicamentos y material gastable puede superar las decenas de miles de pesos, y en centros de trabajo o en familias se hacen “poninas” para ayudar a los necesitados, desafortunadamente, no todos los enfermos cuentan con esa red de apoyo.

El envejecimiento poblacional es un hecho, una cuarta parte de los habitantes de esta Isla supera los 60 años de edad, segmento que en su mayoría reciben bajas pensiones y que lidian también con la soledad. En Pinar del Río están identificados más de 20 000 que viven solos, la migración del último trienio, igualmente dejó a muchos desamparados y se reconfiguraron las estructuras de las familias. 

La crisis económica también hace mella en la funcionalidad de la célula fundamental de la sociedad, y los niños no siempre reciben el cuidado y protección que merecen, pero, incluso, dentro de clanes armoniosos es complicado asegurarles la calidad de vida que garantice su desarrollo físico y emocional, porque solo el privarles de la calidad del sueño por los apagones es, sin duda, una expresión de maltrato.

La Organización de Naciones Unidas (ONU) creó en 1997 una serie de parámetros para establecer el índice de pobreza y desarrollo humano, son nueve: Ingreso corriente per cápita, rezago educativo promedio en el hogar, calidad y espacios de la vivienda, así como el acceso a servicios básico en la misma, además, incluye salud, seguridad social, alimentación, grado de cohesión social y de accesibilidad a carretera pavimentada.

De sobra sabemos que los ingresos por concepto de salario no cubren los gastos de una canasta básica de bienes y servicios, que los profesionales no estamos en la cima de los mejores pagados y, que llegar a fin de mes, es una práctica de deporte extremo generalizado, sazonado por malestares como la irregularidad del servicio eléctrico, el abasto de agua, la deficiente transportación, el deplorable estado de los viales…

Si vamos a tomar algo de las palabras de la exministra, que sea el deseo de llamar las cosas por su nombre, para que asumamos que la pobreza forma parte de la realidad del cubano, y que no solo incide sobre los que viven en condición de calle, vayamos a la raíz del problema, que no es el bloqueo,-aunque pone lo suyo y agrava el contexto- es la ineficiencia e ineficacia de las respuestas que se articulan, es el tardío reconocimiento de los hechos que nos abruman y el empecinamiento de reiterar modos de hacer que han probado a lo largo de décadas que no son el camino a seguir.

La liberación total de las fuerzas productivas, la erradicación de la burocracia y especialmente el destierro del triunfalismo son impostergables, para transitar hacia una calidad de vida real que nos aleje del actual modo de subsistencia.

Y Cuba, nación que en el Artículo Uno de su Constitución se define como “un Estado socialista de derecho y justicia social…”, tiene mucho por hacer para darle cuerpo a esa letra, recuperar lo perdido y llegar a lo que nunca tuvimos. Importante es que se haga desde la coherencia que presupone la teoría marxista que enfatiza en el carácter determinante de las condiciones materiales, y como secundario el reflejo de esta en nuestro pensamiento, y es ahí donde se construyen las ideologías.

Dejemos a un lado el discurso encomioso de los esfuerzos y centrémonos en los resultados productivos para que se conviertan en calidad de vida y no en glosario estadístico, pues serán ellos, de ser positivos, los que transformen la sociedad y nos devuelvan a estándares de valores morales, éticos y cívicos compatibles con un país que preconiza no abandonar a sus ciudadanos, pero que en la práctica no logra abarcarlos a todos.

Sí, hay mendigos en Cuba, niños que no son protegidos en sus hogares, personas que viven con hambre y no consiguen satisfacer sus necesidades básicas. Para saberlo, solo hace falta mirar hacia las calles, incluso, ventanilla mediante, escuchar las conversaciones de cualquier grupo de ciudadanos y acercarse a las comunidades, esto último no con un programa preconcebido que días antes pone a las autoridades locales en vilo, sino de forma imprevista, espontánea, tomar un camino vecinal en cualquier ruta y adentrarse para conocer una nación que entre las pérdidas más lamentables cuenta la de la esperanza.

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Yolanda Molina Pérez

Yolanda Molina Pérez

Licenciada en Periodismo de la Universidad de Oriente.

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