Luego de siete décadas de su primera publicación e incontables investigaciones dedicadas a ella, en la única novela escrita por Dulce María Loynaz sigue habiendo mucho por decir y descifrar
Cuando Jardín, la conocida novela lírica de Dulce María Loynaz, se publicara por primera vez en la España de 1951, connotadas voces la llamaron el acontecimiento literario más importante de los últimos 50 años. Cuentan que la gran poetisa chilena Gabriela Mistral, al terminar de leerla, dijo que se trataba del mejor repaso de idioma español que había hecho en mucho tiempo.
Pero, no solo el exquisito manejo de la lengua otorga trascendencia a la obra. De acuerdo con varios estudiosos, también sobresale en sus páginas la exhaustiva reflexión sobre la existencia humana, la integración de narrativa y poesía, el admirable uso del símbolo y el anuncio del boom de la novela latinoamericana.
Su autora, Premio Nacional de Literatura y Premio Cervantes, confirmó con este título su lugar entre las voces más singulares de la literatura. Y aunque ella misma, en el Preludio, lo calificara como “la historia incoherente y monótona de una mujer y un jardín”, mucha significación e interés ha despertado el texto en lectores de varias generaciones.
La investigadora pinareña Teonila Álvarez Echevarría confiesa que es esta su novela preferida. Con orgullo, se cuenta entre el grupo de profesores del otrora Instituto Superior Pedagógico de Pinar del Río que impulsó los estudios sobre la vida y obra de Dulce María, cuando parecía olvidada en el panorama literario nacional.
“Y así me tropiezo con Jardín, y en cuanto la leí me apasionó, fue como si un vendaval me hubiera tumbado con la fuerza de su aire. Le he dedicado una tesis y varios ensayos y conferencias porque Jardín es insondable”, cuenta.
Dulce María demoró siete años en escribirla y por mucho tiempo más, la mantuvo engavetada. Cuando se publicara por primera vez, en junio de 1951, ya habían transcurrido 16 años de ese silencio.
La crítica la ha considerado una obra autobiográfica, aunque se dice que la eminente escritora nunca lo reconoció públicamente. La profesora Álvarez Echevarría, que pudo conocer en vida a la autora, ratifica los múltiples puntos de contacto entre ella y Bárbara, el personaje principal.
“Bárbara es Dulce María: con sus rebeldías, sus añoranzas e insatisfacciones. Y como Bárbara, después que amó mucho, se quedó sola y vino a morir al jardín”, destaca.
En esa amalgama de ficción y realidad, la estudiosa otorga especial simbolismo a la lagartija amarilla, – que aparece al inicio y al final de la obra- que sobrevive al derrumbe de los muros del jardín. “Así sabía Dulce María que su espíritu iba a trascender –sentencia- Aunque nunca tuvo hambre de fama”.
Como toda obra prominente, Jardín no está exenta de polémicas. Su clasificación en el género novela ha sido una de las más discutidas. Al respecto, la profesora Teonila reconoce que es poca la acción que se narra; “pero hay un desarrollo en tiempo y espacio, aunque el tiempo sea psicológico, que justifica su carácter de novela”.
En cuanto a la condición lírica que se adjudica al texto, tratándose de una historia escrita en prosa, subraya la entrevistada que el lirismo subyace en la belleza y la cadencia de las imágenes que relata, las cuales se pueden considerar cinematográficas.
Luego de una revisión de la autora, la novela también fue publicada en Cuba en 1993. Hace pocos años, se ha sumado a las anteriores una edición crítica de la ensayista y crítica literaria Zaida Capote Cruz. Jardín, tiene mucho por decir todavía.
“Hay una parte de la novela en que el personaje principal sale de la casa para ir a navegar por el mundo y conoce entonces muchos horrores; sin embargo, nunca perdió su esencia, es decir, tú puedes vivir en las situaciones y en los contextos más difíciles que puedan haber y mantener tu integridad espiritual, sin mancharte con los antivalores.
“Eso necesitamos decirlo, sobre todo a los jóvenes, quienes además necesitan mucho, en estos tiempos de tanta vulgaridad, conocer la belleza y Jardín, por la forma en que está escrita, es delicadeza pura”, concluyó Álvarez Echevarría.