Salir a la calle en busca de alimentos se ha convertido en algo así como la caza del mamut. Cada uno de nosotros marcha, con jaba en mano cual lanza de osamenta prehistórica, tratando de “amorralar” lo mejor y más barato posible.
En estos circuitos diarios para hacer despensa, como dijera una buena amiga, caminamos kilómetros, visitamos decenas de establecimientos, y realizamos varias llamadas a quienes, como nosotros, también buscan.
“Ve a tal o más cual lugar”, te dirán algunos; “Fulanito tiene buenas ofertas y no es apretador”, dirán otros. Y así, de quiosco en quiosco, de mipyme en mipyme y de de carretilla en carretilla, intentamos alargar un salario que apenas devengamos… desaparece.
Algo importante hay en esto último, y es que, querido amigo lector, no siempre los precios son como los pintan –y nunca mejor dicho– en las tablillas. No. Aun quien se cree pillo e impune de la ley, abre diariamente su establecimiento con dos caras. Una para los inspectores, y otra para usted y para mí.
No somos pocos los que hemos pasado “vergüenzas” similares al momento de pagar los productos agropecuarios ya pesados y en los morrales, pues nuestras calculadoras o mentes, al parecer, no calculan igual que las de los vendedores.
Las diferencias… abismales entre una y otra ecuación matemática; por supuesto, siempre para bien y a favor del vendedor. De esta forma, una libra de boniato puede pasar de 20 pesos a 80; igual sucede con mangos, calabazas, malangas, frutabombas, y tantos otros productos como a usted se le ocurran.
Pero eso, según mi vecino, tiene una solución, hay que vestirse de manera diferente al resto de los días. Sí, para salir a la “búsqueda” hay que calzarse y entallarse bien, no basta con la “ropa cotidiana”.
Y como usted ahora, yo tampoco entendí a la primera la interlocución de mi vecino, pues la verdad, todos y cada uno de nosotros a diario, y a mi modo de ver, nos cubrimos y calzamos con lo mejor que tengamos en armarios, clósets y gavetas.
Cada cual –como es evidente– se viste a su manera, como mejor le parezca o con lo que le resulte conveniente y disponga, por supuesto. Pero no, la cosa no va por ahí.
Sin importar telas, marcas, etiquetas, prendas de lujo o no, la vestimenta referida no va sino en la mentalidad y las ganas de defender lo que es justo. Tales vestiduras son propias del pensamiento y la acción en contra de un ambiente hostil.
“Hay que vestirse de inspector”. Ese fue el último rafagazo de nuestra conversación, el cual hizo que entendiera rápidamente, como usted ahora seguro ya también comprendió.
La cosa es que ante tantas maldades en contra de cada comprador potencial, suya, mía, debemos pensar con la maldad relativa al asunto, que en cuestiones de alteración de precios, los malhechores, prácticamente, lo tienen todo inventado, a fin de lacerar cada vez más nuestros bolsillos y engrosar los suyos.
No es que sea menor el delito en contra nuestra, y no es por minimizarlo, pero tras esto se esconde una flagrancia aún mayor, la de la evasión del fisco, la especulación y violación de lo dispuesto por nuestro Gobierno para intentar protegernos… no mucho, pero un poco.
Pero si jode imaginárselo, o sea, en palabras entendibles, si molesta saber que el precio de las mencionadas tablillas informativas que contienen los precios de los productos agropecuarios no es el real, enciende la sangre que el vendedor te lo haga saber con cara de “poco me importa si compra usted o no, pues yo vendo como me da la gana y no como ellos dicen”.
Sí… molesta, pica, arde, lacera, y hasta envalentona que actitudes como estas todavía perduren en una sociedad que calamitosamente camina por el mismo trillo ensombrecido.
Pero como dijera el refranero popular: “El mundo para que sea mundo tiene que haber de todo”, y es ahí donde entra la palabrería anterior de la vestimenta. Si ellos –los vendedores– se visten de victimarios impunes, entonces nos toca a nosotros vestirnos de inspectores.
Y sea hoy, mañana o la semana que viene, haga la prueba, querido amigo lector. Si al momento de la compra, usted nota que de forma descarada las facturas no coinciden, haga lo suyo al ponerse en la piel de quien fiscaliza, y defienda sus derechos.
Quizás, la primera respuesta del vendedor ante la acción de llamar a los números habilitados para denunciar violaciones sea la de restarle importancia. Pero créame, que cuando la cosa se ponga seria, entonces le requerirán por llegar a ese punto de no retorno, cuando todo se podría haber solucionado de antemano.
Usted que me lee, estará en alguno de los dos bandos. Si es de los primeros, recuerde que en medio de esta crisis que vivimos todos debemos ayudarnos y no cavar un hoyo que mañana pueda servirnos de mortuario; en cambio, si es de los segundos, haga valer sus derechos sin ceder ni un tantico así.