En torno a la invasión a Playa Girón se desarrollaron otras acciones de forma paralela en la que también participaron
jóvenes pinareños. La fragata Baire fue uno de los escenarios del ataque de esas jornadas. Sirva este trabajo como homenaje a todos los que combatieron en aquellos difíciles días
“Soy nacido y criado en el barrio El Corojo, en San Luis, de hecho, soy medio poeta, no completo. Hablarte de la niñez es rápido, ¿por qué?, pues en realidad yo conozco eso de los pocos libros que leí en algún lugar, pero, físicamente, no tuve niñez. Yo fui un niño que, como niño, a la escuela y al trabajo nada más», rememora Pablo Esteban Gómez Puente, un hombre que con casi 83 años de vida, no se arrepiente de haberle dado un giro a su vida en la década del ‘60.
«Éramos nueve hermanos, pero dos murieron chiquitos, de hambre fundamentalmente. Mi papá era jornalero en el tabaco, pero eso era dos meses en el año, el resto del tiempo había que guapear e inventar.
«Ya desde chiquito ayudaba mucho a mis padres, andaba atrás del medio y la peseta, cuando aquello no había peso. El tiempo del mango cogía un carrito y lo llenaba, a veces corría todo El Corojo y no se vendía ninguno; otras, compraba un pomito de tinta y una latica de betún, los echaba en una cajita y me ponía a limpiar zapatos, pero no siempre se conseguían clientes, y así fue mi niñez, no jugué pelota, no empiné papalote…
«Un 25 de enero del año ’43/ yo vi por primera vez/ la miseria sin dinero./ De trapo me hacían culeros/ y me daban agua de arroz/ y mi vida comenzó/ya gateando como un gato/ y corriendo sin zapatos/ muy pronto he crecido yo».
«Cuando terminaba, lo que salía era una tapa de sidra para la casa, me cambiaba, pasaba por la cocina, y si había un boniato bien o una cucharada de harina, comía, y a cambiarme para la escuela, ¿con qué?, con pedazos de papel de la bodega, pues andaba detrás de los bodegueros para que me dieran una ramita de papel, y con mochitos de lápices que encontraba, los recogía todos. Ya en cuarto grado tuve que dejar la escuela y dedicarme por completo a las labores en el campo, a hacer lo poco que se conseguía.
«En mi casa se compraba una libra de pan los viernes, no todos, aquellos en los que el viejo podía hacer algún trabajito extra en la finca y ahorraba los 10 quilos que costaba. ¿Leche?, ninguno de nosotros tomamos leche, nos criamos con agua de arroz y comíamos lo que aparecía. El tiempo del cangrejo nos aliviaba, allá íbamos todos los muchachos pal’ monte a buscar, por eso yo digo que a mí este tiempo no me ha afectado tanto, porque yo sí conozco el hambre», cuenta Pablo entre décimas y algún que otro gesto triste que delata la dura existencia que le tocó vivir en sus primeros años de vida.
ENERO DE 1959
«Cuando cumplí 15 años, ya hacía unos 20 días que había triunfado la Revolución, y no es un secreto para nadie la efervescencia que había en ese tiempo. Para el año ‘60 tenía cumplido los 16, entonces, no recuerdo en que mes, me visitó un compañero, me dice que sabía que yo era un joven inteligente y con deseos de estudiar, por lo que me ofrecen una beca de estudio, como parte de las orientaciones de la naciente Revolución».
Refiere que le comunicaron que era en Minas de Frío, Oriente, y él aceptó, pues la edad se lo permitía, así como otros jóvenes del barrio. «Me embullé, fui y hablé con el viejo, solo me dijo ‘Bueno hijo, ustedes ninguno nunca se ha apartado de la casa, pero si es por tu bien y tu futuro, que tengas suerte’.
«Pero no era tal Minas de Frío, era para una ‘escuela militar’ que se había abierto en el conocido campamento nombrado Pedro Esperón, al final de la Sierra de los Órganos, entre Guanajay y Caimito, pero allí no había nada, solo monte, muchas matas, aroma, lo poco que se cocinaba se hacía en un caldero con tres piedras en medio de aquellos matorrales.
«Entonces nos hablaron claro: ‘Miren, aquí lo que hay es esto, en realidad es un proyecto para hacer una escuela militar, el que quiera quedarse se queda, y el que no, puede irse, allá abajo están los camiones todavía’. Muchos se fueron, yo no, opté por quedarme, nunca he dicho que no a nada, a ver qué fin tenía eso, ¿cuál fue el fin?, un año de estudio militar», prosigue este hombre de hablar pausado, pero firme.
«Pasó un año y terminamos los estudios, a los pocos días, cuando vengo a ver, una pila de camiones nos esperaban, nos había llegado el traslada para Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, sin ver más familia ni nada. Esto, después que nosotros hicimos las naves y creamos toda la estructura necesaria para permanecer en ese lugar. Imagínese, cargamos todos esos materiales al hombre, loma arriba, pues allí no podía subir ningún camión, y así, poco a poco, con mucho esfuerzo y trabajo, terminamos, y cuando teníamos todas las comodidades, pues pa’ la Isla».
LOS ATAQUES MERCENARIOS Y LA FRAGATA BAIRE
Al llegar a Gerona, dividen la columna. Pablo pertenecía a la compañía C, la cual se quedó en el escuadrón 57 que colindaba con el Presidio Modelo. Allí, relata, no duraron mucho, pues seleccionaron a un grupo para ir a atender una batería antiaérea que se encontraba instalada en Sierra Caballo, (la zona más alta que tiene la Isla), muy cerca del aeropuerto.
«En ese lugar había unos 12 cañones, sin guardia, por eso nos enviaron para allá; dormíamos arriba de losas de mármol y la comida se bajaba a buscar. El tiempo pasa y llega abril. Se escuchaba hablar de un ataque mercenario, pero no se sabía nada claro aún, pero me di cuenta de que el traslado de nosotros era para reforzar la seguridad de la Isla, ya que el Gobierno sabía que había preparada una invasión a Cuba, pero no porque lugar exactamente.
«Pasan los días y comienzan los ataques mercenarios. Al amanecer del 17 de abril de 1961 me encontraba de guardia, de dos a seis de la mañana, aproximadamente, a las cinco, siento el ruido de un avión que entraba a tierra por playa Colombo, me pongo en alerta y pienso ‘a esta hora un avión aquí en la Isla, no es costumbre’, pero como ya aclaraba, me fijé bien y vi que era un avión con la insignia de la Fuerza Aérea Cubana, respire, e imaginé que era nuestro.
“Pero de pronto entra en tierra y veo que hace un giro encima del área del Presidio, en redonda para salir por la misma dirección, y eso sí no me gustó, salí corriendo y di la voz de alarma, despierto a todos, el jefe de la batería coge el teléfono de campaña para llamar al escuadrón donde radicaba el mando superior, pero este no funcionaba. Nos quedamos sin comunicación y sin orientación.
«De improviso, el avión regresa, pero va rumbo a donde se encontraba anclada la fragata Baire, la cual hacía varios días que la habían situado allí, con el mismo fin que a nosotros para custodiar la costa, y enseguida comenzó a ametrallarla. El jefe de la batería tomó la decisión de disparar al avión, este se retira rumbo al Presidio, pero llega otro a hacer la misma operación contra la fragata y entre los dos atacan al ‘Baire’, uno entra y otro sale y, simultáneamente, realizan la operación varias veces, en tanto nosotros, no paramos en ningún momento de disparar con los cañones Hotchkiss, así como los tripulantes de la fragata.
«En medio del tiroteo, vemos que uno de los dos aviones comienza a desprender un humo negro por un ala, se pega al agua y se pierde, entonces el otro, que parece que lo vio, hizo lo mismo. Jamás supimos cuál fue el destino de aquellas aeronaves.
«Todo parece indicar que fuimos nosotros los que le dimos al cazabombardero B-26, de fabricación estadounidense, porque éramos los que teníamos armamento pesado, pues la fragata con lo que contaba, según supimos después, eran fusiles y dos ametralladoras 50.
«Cuando se retiran los aviones, hasta la fragata llega un guardacostas cubano que no estaba muy lejos, y detrás un pesquero con civiles, estos fueron los primeros en prestarle auxilio a la tripulación que estaba integrada por alrededor de 32 jóvenes, la mayoría de ellos, hacía práctica en la Marina de Guerra de Cuba. Un saldo de más de 10 heridos y dos muertos fue el resultado del ataque mercenario».
La fragata fue dañada seriamente en el motor y en el casco con múltiples perforaciones, por lo que es remolcada hasta el puerto de Gerona, donde el pueblo esperaba a que llegara para sumarse al auxilio de los heridos para trasladarlos al hospital. En el trayecto, a la embarcación le iba entrando agua, por lo que al llegar, casi al mismo tiempo en que terminaban de desembarcar, la fragata se hundió ante los ojos de todos los presentes.
«Esta acción, en la que participamos muchos jóvenes, aunque no fue en las arenas de Paya Girón, sí contribuyó a la victoria de aquellas duras jornadas, a consolidar al nuevo gobierno en el poder y a asestarle un duro golpe al imperialismo, pues por la Isla no permitimos que entrara ningún invasor”, expresa Pablo, con voz algo quebrada, quizás por los recuerdos, pero más firme que nunca y con la certeza de quien sabe que ha cumplido bien con su deber.
A su lado, escuchando atenta cada palabra, está su esposa, una artemiseña de cuna y madre de sus dos hijos, quien lo ha acompañado, por unas cuatro décadas, en cada una de las tareas que posteriormente le fueron encomendadas.
Años más tarde, le fue otorgada la medalla Victoria de Playa Girón, la cual muestra orgulloso, además de la de la Alfabetización, de la Lucha contra Bandidos, la de la Crisis de Octubre y del Minint, pues fue fundador de la DTI en Pinar del Río. En una maleta, su “baúl de los recuerdos”, como la llama, resguarda con celo sus tesoros, junto a recortes de periódicos, revistas; imágenes de Fidel y una pequeña bandera, que confiesa, lo acompañó a muchos desfiles en apoyo a la Revolución.
Cada abril es, para Pablo, un viaje al pasado, en los que se encuentran diferentes sentimientos y se renuevan las fuerzas y bríos de lucha. Entonces siente que no fue en vano esa pasión y entrega que los caracterizó a él y a sus compañeros, así como a los valerosos tripulantes de la fragata Baire.