En medio de los días que se viven, del estrés, de las complicaciones que acarrean los molestos y continuos apagones, y el ritmo vertiginoso que llevamos por otros asuntos derivados de lo anterior, contar o apoyarnos en algo novedoso nos resulta, a veces, necesario.
Y lo digo por aquello de que siempre nos regocija, nos complace, nos ayuda y mejora nuestra calidad de vida la habilitación de nuevos servicios, la apertura de nuevas tiendas, comercios y otros en los que se expenden productos necesarios con calidades óptimas y, como extra, también se ofrecen atenciones un tanto extintas al cliente.
No le es común al cubano, y usted lo sabrá tan bien como yo, amigo lector, que al adentrarnos en uno de estos nuevos comercios y puntos, nos colmen de atenciones, se nos indague y asesore sobre lo que precisamos, y una tercera persona se enfoque y dedique por completo a nuestros deseos y necesidades dentro del local.
Por supuesto, lo normal y correcto sería que siempre sucediera como en las últimas líneas, pues lo más preciado que tiene un comerciante no es su mercancía en sí, sino sus compradores y todo lo que pueda hacer para mantener a la clientela contenta y regresando por más.
Sin embargo, muy lamentablemente, salvo en raras excepciones, en nuestros comercios no se goza de tales atenciones, más bien, todo lo contrario, y tanto usted como yo lo sabemos, ya que somos víctimas cotidianas de insensibilidades, vistas perdidas y hacia otro lado, y hasta maltratos verbales a menor escala.
Duele decir lo anterior, pues ahora, solo un poco, es que estamos conociendo en instalaciones privadas, y todavía asustados debe decir quien suscribe, el buen trato, la amabilidad y las ansias para que no solo miremos la mercancía, sino que la llevemos a casa.
Repito, solo un poco, y en lugares privados o en emprendimientos de nuevo tipo.
No hablemos de nuestras arcaicas, vetustas, desbastecidas y desprovistas de unas cuantas cosas, tiendas estatales. Comparar ambas sería descabellado en muchos sentidos. Por qué…, usted lo sabe bien, no hagamos más leña de un árbol caído, y podrido.
Pero… y siempre hay un pero, en los lugares que hoy desdeñamos también hubo un ayer luminoso. Entiéndase la referencia y la analogía, ya que en tales sitios brilló alguna vez el buen gusto y el buen trato.
No obstante, el tiempo, la apatía, la parsimonia e inamovible sensación de que “total, da igual si…”, arrastraron todo lo deseable y obligatorio si de modales, atenciones y calidad hablamos, y peor aún, igualmente nosotros fuimos arrastrados por tales desidias y desencantos acostumbrándonos a “esto es lo que hay”.
En este sentido, valdría recordar y parafrasear al refranero popular, aludiendo a que “todo lo que brilla a primera vista, no es oro”. Esto, sumado a darle tiempo al propio tiempo, nos da una idea de qué esperar, y ahí radica la problemática y punto de mira del escriba en estas líneas.
Hablo de lo que quien suscribe ha llegado a denominar como el síndrome del “segundo día”, sí, lugares en los que la excelencia era la carta de presentación, en los que la calidad primaba, y tras algún tiempo, pues… ya sabemos todos.
Para nuestra mala fortuna, esta es una “enfermedad” endémica, también padecida hoy ya por las mipymes y franquicias no estatales que en inicios se consideraban estandartes y puntales.
Conoce el escriba lugares, como también los conocerá usted, amigo lector, en que las barras de pan se han convertido en “palitroques”, y los precios de las bolsas del mismo han aumentado con impunidad; comercios en el que las pizzas con harina dudosa y ausentes de cantidades necesarias de otros ingredientes ya son ley; quioscos en el que se bautizan refrescos, jugos y otras bebidas; establecimientos donde ya de los “buenos días”, el “gracias por elegirnos”, “vuelva pronto” y otros, solo quedan los recuerdos.
Tal síndrome –diría tal maldición– continúa pasándonos factura sin importar pertenencia, territorialidad o señoría, pues como dijeran muchos: “el cubano empieza bien, pero después se achanta”.
Es una verdad a voces, tan grande como un templo, que luego de los días inaugurales, tras el furor del momento, las visitas gubernamentales y el foco mediático de la prensa… el deterioro de la calidad, la involución del progreso… la realidad es que al cubano lo bueno le dura poco.
Consideremos entonces, al momento de notar el más mínimo cambio, de hacer respetar nuestros derechos, de hacer valer nuestro tiempo y nuestro dinero; de no conformarnos solo porque sí, porque es lo que hay.
El “síndrome del segundo día” es tan culpa nuestra como de quienes “no(s) sirven”. No creo tener que recordar que el verdadero poder está en nosotros los clientes, por tal motivo, actuemos en consecuencia y con consecuencias, para que la calidad y el buen trato no dejen de ser obligatorios en el presente.