Hace poco tiempo usted y yo discutíamos –más bien debatíamos por aquí– en este mismo espacio, sobre los accidentes de tránsito, sus peculiaridades y agravantes de cara al verano. También comentábamos sobre las indisciplinas sociales y las irresponsabilidades de unos y otros tras el timón.
Al concluir nuestro diálogo semanal, llegamos a la conclusión inequívoca, que el mal estado de los vehículos y el excesivo consumo de bebidas alcohólicas eran los principales responsables de tantos desastres, desmanes y desvelos en la vía.
Sin embargo, muy relacionado con este tema –y lo analizábamos también aquí– estaba el asunto de la crítica situación de las carreteras y caminos a circular. Y es, precisamente, sobre este particular, que me gustaría versar las líneas de esta edición.
“Pongamos el parche antes de que salga el hueco”, para quienes se empeñan en taparlo todo con un dedo, y se escudan al disfrazar la realidad con palabras bonitas, o discursan sobre carencias y demás.
Sí, es cierto que nuestros recursos son limitadísimos, que estamos bloqueados, que el tema energético nos golpea –y de qué manera–, que los recursos humanos son escasos al igual que la obsolescencia más que reprogramada de nuestras maquinarias para las funciones asociadas al asunto.
Sí, es cierto, tenemos dificultades mayúsculas a nivel económico. Somos un país que actualmente atraviesa por una crisis compleja a todos los niveles y escenarios, pero no es eso lo que quisiera cuestionar el escriba.
Quizás algunos dirán que las plantas de asfalto y las canteras son de subordinación nacional y lo entiendo, quizás no tengamos un plan propio para la reparación de nuestras carreteras, y también puede comprenderse.
No obstante, lo que sí –bajo ningún concepto– puede permitirse, es que los exiguos recursos que se logren destinar para dichos fines; se desperdicien; se usen mal; se utilicen para cumplir un fin, un plan en un papel, uno que al final de la jornada deja un mal sabor, un escenario caótico… un trabajo pésimo.
“Ya los baches no son pa’bajo, ahora los baches son pa’rriba. Ya no tenemos huecos, ahora tenemos badenes”. Esta frase, compartida a quien suscribe por un lector asiduo, fue la tapa del pomo. Y si usted no me cree, querido amigo lector, circule por la Carretera Central hacia la zona de La Conchita, y lo podrá evidenciar y sentir en su carro o moto propia.
Evidencias muy similares de malos trabajos y procederes pueden “verse”, también, en las carreteras –si es que pueden llamarse así– que van hacia las demarcaciones de Alonso de Rojas y Entronque de Herradura.
“Pero bueno, ahora está mejor que como estaba”, dirán muchos. Y lamento poner la nota discordante y discrepar, pues en tal horrorosa frase, solo cabe el conformismo, la falta de compromiso, la poca profesionalidad… entre otras muchísimas calamidades.
Llegados a este punto, no sé si coincidirá conmigo usted, pero el que algo “esté mejor que como estaba”, no es sinónimo de calidad, ni mucho menos de bienhechuría”. Todo lo contrario, según la poca experiencia de este columnista.
En el caso de las dos últimas vías mencionadas, tampoco me atrevería a negar las buenas intenciones, pero… como dijera el refranero popular… “de buenas intenciones…”. Usted sabe. Y lo digo porque tras sondear el criterio de no pocos poseedores de vehículos, sí era preferible haber dejado estas carreteras destruidas como estaban. No es que los “trabajos” ejecutados solo para cumplir vayan a perdurar.
Para quienes deseen justificar, sí, también es verdad que se trabaja con lo poco que se tiene. Sin embargo, lo que cuestiona estas líneas solo tiene que ver con el apartado del terminado, de la calidad, de la durabilidad, del buen uso de los recursos destinados para ello.
No es que la “curita” en sí sea el mal. A veces también con menos se hace más, si tenemos que decirlas todas, pues no pocos son los casos en que las alternativas menos costosas han solucionado complejos escenarios. Pero… hagámoslo bien.
Las arterias, vías principales o de acceso o enlace a comunidades son todas de igual importancia. Son un legado histórico, un bien público que merece ser cuidado y tratado con respeto. Un patrimonio que no debe, sino que tiene que mejorarse con el debido respeto.
De ello no solo depende y se desprende un mejor y mayor beneficio económico – social para todos, sino también una certeza y garantía para nuestras vidas y las de terceros.
Todos somos conscientes que el completo restablecimiento de carreteras de importancia provincial no puede ser. No obstante, mientras el escenario económico no mejore, optimicemos, entonces, lo dispuesto.
Y hablo quizás en nombre de usted, amigo lector, –permítame esta atribución– cuando digo que se agradecería mucho más un tramo de 100 metros al detalle, que 800 al descuido.
Pensemos en ello.