Si hay algo que no necesitamos los cubanos, es un problema más con el cual lidiar, y ante esa oferta, cualquiera diría: gracias, ni uno más. Pero parece que a algunos les gusta poner a prueba la paciencia de sus conciudadanos, especialmente, porque solo piensan en su beneficio y comodidad, olvidando las urgencias de los otros.
Viernes 20 de junio, faltaban 20 minutos para las cinco de la tarde, no había energía eléctrica en la avenida José Martí, -¡qué raro!- la tienda Guamá, a diferencia de otras, estaba iluminada; sin embargo, la puerta cerrada, y según explicó el trabajador que controlaba la salida, porque habían estimado que con los clientes que estaban adentro terminarían alrededor de la hora prevista.
Perdón, si el horario de servicio del establecimiento es hasta las cinco, implica que se mantengan las puertas abiertas para el ingreso al mismo hasta esa hora; y ya sé que la mayoría andamos con premura por llegar a casa, lo más probable es a lidiar con los males cotidianos como apagón, falta de agua o, incluso, a buscar qué cocinar ese día.
Me encantaría saber cómo reaccionaría el compañero que cerró antes de lo estipulado, si las puertas del cuerpo de guardia de un hospital estuviesen clausuradas porque estiman que, con los pacientes que ya están adentro de la institución, el equipo estará ocupado hasta que culmine su guardia.
Hacia lo interno de cualquier colectivo pueden adoptarse medidas para que en esos momentos se roten y no todos tengan que salir tarde cada día, de conjunto entre administración y el sindicato, pero lo que sí es inadmisible es que pongan sobre la población una carga más, porque cobran un salario por la prestación de ese servicio, y el cumplimiento de la jornada laboral, figura entre los requisitos para recibirlo.
Si a la falta de conexión, desabastecimiento e interrupciones eléctricas se adiciona la negligencia, es como fertilizar el descontento ciudadano. Y las tiendas en moneda libremente convertible (MLC) no son el mercadito de la esquina de un barrio, aunque ni esos son accesibles para todos, se trata de centros comerciales a los que se recurre muchas veces en busca de artículos muy específicos, y vale señalar que cada vez están menos surtidas.
La indolencia, indisciplina y falta de control de la administración se revirtió en pinareños insatisfechos, porque ni siquiera anunciaron que estaban cerrados y había personas esperando que abrieran las puertas, creyendo que era para regular el flujo de clientes.
La manera en que nos compartamos con nuestros semejantes puede marcar la diferencia en cómo termina el día de esa otra persona. El sábado 21, en la consulta de Oftalmología del cuerpo de guardia del hospital clínico quirúrgico docente Abel Santamaría Cuadrado: afabilidad, atención esmerada, explicaciones oportunas.
Unos metros más allá, en el mismo pasillo, esta vez en la consulta de Otorrinolaringología, tuve que esperar que una de las doctoras, sentada en una camilla con el rostro fijo en la pantalla de su celular, fuera instada por el colega a retirar el pie de la silla en que debía sentarme para el examen físico. A todas luces era la más experimentada del equipo, y el galeno que me atendió quería la confirmación de su diagnóstico, literalmente, tuvo que quitarle el celular de las manos para que se asomara al otoscopio, porque las palabras no lo lograron.
Tanto los primeros como los segundos se enfrentan a los problemas que conocemos de falta de medicamentos, insumos y el triste momento de preguntar: ¿usted podrá conseguir…? Pero lo afrontan con actitudes distintas, y eso marca la diferencia.
No es un pretexto válido el cansancio acumulado, la desmotivación o el interés individual por lo que se hace; no basta con la presencia física en un lugar, hay que llevar el alma a él y, dentro de lo posible, que cada uno de nosotros haga lo que le compete para que no se transfiera más dolor, frustración e impotencia hacia el otro.
Son tiempos duros, en los que los problemas se anudan como corbata de agobio y la llevamos cotidianamente, pero la empatía y el civismo son hoy tablas de salvación, individuales y colectivas. Si cada quien pone un poco de sí para los demás, será más fácil, aunque ello no repare las termoeléctricas ni nos lleve agua hasta la casa, acorte la distancia a que tenemos seres queridos ni llene el congelador, la bala de gas o la billetera, pero una sonrisa, la amabilidad pueden ser lo que impide se rebose una copa y contenga el estallido ajeno.
La bondad no pesa, y nadie le está pidiendo que se cuelgue como saco de boxeo para recibir embates de golpes, es hacer lo que corresponde, aunque el salario no sea suficiente, porque usted eligió estar ahí.