Ya hace casi un mes que comenzó el curso escolar 2025-2026. Ha pasado tiempo suficiente para que los estudiantes ahora, con sus estrenados uniformes, ya hayan comenzado a aclimatarse a sus nuevas rutinas, sistemas de estudios y ritmos de aprendizaje.
Por supuesto, el cambio de escuela –entiéndase como el salto entre enseñanzas– siempre trae consigo algún que otro rechazo, excitación y exaltación, desavenencias, así como las típicas dificultades para congeniar entre círculos más grandes con intereses sumamente diversos más allá de lo escolar.
Sin embargo, la llegada a nuevos centros de instrucción, también traen consigo la posibilidad innegable del desarrollo cognitivo de nuestros hijos, sobrinos, nietos… Es ante estas nuevas puertas de la enseñanza, en las se empiezan, igual, a descubrir pasiones e intereses.
Y me interesa este tema específico, pues conversando con uno de mis sobrinos postizos, quien recientemente inició su séptimo grado, conocí sobre su nueva asignatura Educación Moral y Ciudadana.
Rápidamente, como un flashazo de esos que te estremecen, volví a sentarme en lo último de mi aula de séptimo Dos, escuchando las clases magistrales de la querida profe Cary, en los turnos de la entonces llamada Educación Cívica.
Interesado, indagué sobre sus impresiones sobre el tema: “Mauro, ¿y qué te parece la asignatura?, le pregunté. “Es interesante, pues nos explicaron que va a tratar sobre la preparación para la vida, conocer más sobre nuestras leyes, sobre nuestra cubanía”.
No obstante la respuesta exhaustiva, debido a la alta capacidad de retentiva del jovenzuelo, decidí adentrarme más en los planes de estudio de la asignatura. Tras indagar, descubrí que los tópicos no van mucho más allá de lo que estudió mi generación en esas clases.
Las leyes y fundamentos de derechos y deberes de nuestro país, la familia y la comunidad, la responsabilidad de los adolescentes de cara al futuro de nuestra sociedad socialista, entre otros.
Pero, tras evaluar los contenidos de lo que se conoce como el Tercer perfeccionamiento continuo del sistema nacional para la educación general, me encantaría compartir y razonar con usted esta semana, querido amigo lector, algunas consideraciones al respecto.
Sin ánimo del escriba de “sabérselas todas”, mucho menos a razón de la mera crítica per sé, me encantaría partir del hecho de que las juventudes se parecen a sus tiempos, por lo que es entendible que la de hoy, nada tenga que ver con las nuestras.
Lo digo por el hecho de las peleas, problemas y broncas dentro y fuera de las escuelas, el flagelo de la droga, la prostitución en edades tempranas, el embarazo en la adolescencia, y tantos otros flagelos de esta época, que aunque nos sean grotescos y decidamos obviarlos o no verlos, están ahí.
Por supuesto, riñas siempre van a existir entre los jóvenes, “es normal y entendible”, dirían algunos. Pero lo que no lo es, es la escalada de violencia y las consecuencias y represalias posteriores que en nuestro tiempo no existían. Para nosotros era un pescozón… ganabas o perdías, estrechabas la mano del otro y ya, cada uno para su casa.
Pero ya lo hablábamos, los tiempos son otros, la sociedad ha involucionado en cuanto a la palabra, y en su lugar se dirime la ley del más fuerte, y eso nuestros jóvenes lo viven, lo sienten, lo saben, lo asumen.
Personalmente, me alegra muchísimo que se consoliden y se estudien las leyes, deberes y derechos para con nuestro país y su Carta Magna; sin embargo, –y siendo bastante atrevido– a quien suscribe le gustaría que en la asignatura se introdujeran, también, temas de índole social más cercanos a la preocupación de nuestros jóvenes, a los peligros que estos pueden correr por desconocimientos y demás.
No sería del todo descabellado tratar tópicos sobre la no violencia, la resolución y mediación de conflictos, la consolidación de valores que incluyan la solidaridad, lealtad, fraternidad, amistad y el decoro.
Asimismo, pudiera hablarse sobre el racismo y su errático legado en la sociedad actual, los peligros y azares que conlleva el quemar etapas y adentrarse en espirales y hoyos de los que son difíciles de escapar como los mencionados líneas arriba para no repetirnos.
A fin de cuentas, la “educación moral y ciudadana”, igualmente versa sobre eso, sobre la superioridad y dominio sobre los vicios, tapujos, trampas, situaciones y traspiés que pone la vida para demeritar todo lo que nuestros educandos pueden llegar a ser.
Quizás, solo quizás, incorporar unas cuantas horas clases más, o alternar contenidos con anécdotas, situaciones o conversatorios sobre lo que más preocupa hoy a hijos y padres. Podría ser al final del día, la otra cara de esa civilidad que tanto necesitamos en la Cuba contemporánea.