Neysi Betancourt Ramírez es una mujer decidida, que desde muy pronto en la vida supo lo que iba a ser en el futuro. Escogió, para sí, enseñar, educar y querer a sus alumnos. Sería maestra, se propuso desde chica, pero maestra de corazón.
Creció viendo a su mamá, María Elena Ramírez, quien era educadora de la Primera Infancia, cuidando a los niños con mucha pasión y observando las diferentes actividades con los pequeños, además, un tío que se dedicó al oficio de enseñar influyó mucho en ella.
“Mi mamá nos crio sola, estudiando y trabajando a la vez, y nos inculcó con su ejemplo, a mi hermano y a mí, valores como la responsabilidad, la laboriosidad, la humildad y muchos más”.
Nos dijo con sencillez, esta profe que hoy lleva cerca de 35 años dedicados a forjar hombres, que sabe muy bien de dónde le vienen las buenas costumbres y la honradez.
“Recuerdo que cuando mi mamá defendió su tesis final para la Licenciatura en Prescolar, nos pasamos una tarde buscando un pajarito, porque al final de la actividad tenía que dejarlo libre. Aquello fue una odisea, tenía 14 años en aquel entonces”.
Son imágenes que pasan por la cabeza de esta mujer, fiel seguidora de los ejemplos filiales, tanto, que lo primero que hizo durante la entrevista fue pensar en su progenitora, hoy jubilada.
“El magisterio para mí es una profesión clave para el desarrollo de la educación y de la sociedad. En las escuelas hemos logrado mucho, aunque nos queda bastante aún, por eso pienso que debemos enfatizar más en la utilización de las nuevas tecnologías, para enriquecer el aprendizaje y adaptarnos a las nuevas formas de enseñanza”.
Así, esta pinareña, graduada en Licenciatura en Inglés, y que ha dedicado su vida al mundo de las tizas y los desafíos, nos dice de sus gratificaciones.
“No hay mayor satisfacción para un docente que el abrazo y el saludo de un niño. No hay un día que esté en el pasillo o vaya al aula, que todos quieran abrazarme a la vez, hacen una rueda y me aprietan tanto, que no me dejan ni caminar, y donde quiera que me ven se me acercan para que les pase la mano por la carita, eso es lo mejor que como educadora tengo, porque los niños son mi pasión”.
Nos contó cómo en una edición de Planeta Azul, en el que actuaba su hija, de pronto una voz infantil resonó en el silencio del cine Praga: “¡Mamá, mamá, mira a mi ‘dire’. Era con ella, la expresión en voz alta venía de uno de sus antiguos alumnos, que con mucha alegría la reconoció y saludó con la forma más efusiva y natural, como solo un niño sabe.
Esas son las muestras de cariño que alimentan el alma de Neysi, la misma maestra que desde hace algunos años asumió la dirección de la escuela Vladimir Ilich Lenin, de la ciudad pinareña.
“Me gusta mucho el entorno visual sonoro, el embellecimiento, la cultura del detalle”, nos confiesa esta mujer, quien laboró primero en centros escolares en Consolación del Sur y luego vino para Pinar del Río.
“Cada vez que llegaba a una escuela esperaba a entrar en confianza, y me acercaba a la directora y le decía: ‘¿Usted no se pone brava y me deja hacer el mural tal?’, y cogía con mis materiales, porque siempre ha habido escasez, pero los cubanos inventamos mucho, y ponía el centro poco a poco a mi gusto y al de los demás. A eso ayuda que me gustan muchos las artes plásticas: pinto, dibujo y se me dan las cosas con la computación, con los diferentes programas”.
Neysi es licenciada en Lengua Inglesa, pero cuando llegó a la Vladimir Ilich Lenin hacía falta docentes y se puso a trabajar como maestra.
“Me tuve que estudiar todos los programas habidos y por haber. Me tocó en el aula con una maestra de mucha experiencia, ella impartía las ciencias y yo las humanidades. Después, para aprender, me quedaba en sus turnos de clases, con mi libreta como si fuera un alumnos más, para ver cómo ella hacía, actuaba y daba las demás áreas”.
Al visitarla en su escuela la encontramos llamando a la disciplina a una alumna, de una forma recta, pero respetuosa. Suave en el trato, pero firme y segura en sus decisiones, es la madre amorosa y comprensiva. Tiene una hija de 20 años: Melany Paredes, quien estudia tercer año de Medicina.
“Ella es mi fundamental fuente de inspiración y mi día a día. En el hogar congeniamos muy bien mi mamá y nosotras dos. Pienso que lo principal es el respeto mutuo, el compañerismo y la cooperación.
“Mi madre, cuando se siente bien, me ayuda en las tareas de la cocina, el resto es de la niña y mío: ella lava y yo me dedico a la limpieza, entre otros millones de cosas más que hacemos junticas y con muy buena química. Nos llevamos muy bien, tenemos muy buena comunicación madre e hija, una experiencia que ojalá y todos pudieran tener.
“Antes de dormir converso con ella, le pregunto cómo le fue el día, qué hizo, qué pudo haber hecho mejor, todo me lo cuenta. Es una niña muy buena, es mi vida, no es exigente, no pide nada que no le pueda dar”.
Así la dejamos en los pasillos de su escuela, entre su gente: los maestros, trabajadores y alumnos de su centro. De su colectivo nos dijo que eran su familia, y sabemos por sus palabras que en sus órdenes, desde su cargo de dirección, hay mucho respeto y consideración.