¿A quién no le gusta tener un buen amigo? El verdadero es el que está presente en las buenas y en las malas, el que te impulsa a ser mejor, el que se alegra con tus triunfos, el honesto, el confiable, el leal…
En los tiempos modernos, llenos de una furia de egoísmos y luchas individuales, no es fácil cultivar una buena amistad, pero tampoco imposible, por ese motivo, cuando nos percatemos de que tenemos una relación de este tipo, lo mejor es cuidarla como oro.
Al hablar de este tema, siempre es recurrente recordar a Damón y Pitias, cuya amistad es sinónimo en la cultura griega de la verdadera lealtad, confianza y sacrificio mutuo.
Dice la historia, y eso lo aprendimos desde los libros de lectura de la Primaria, que estos hombres habitaron en Siracusa, durante el siglo IV antes de Cristo, bajo el gobierno del tirano Dionisio.
Sucedió que cuando Dionisio condenó a Pitias a muerte por oponerse a su tiranía, el réprobo pidió permiso para despedirse de su familia, pero el tirano dudaba que regresara, y algo que nos pudiera parecer inconcebible: Damón accedió a quedarse como rehén.
Lo cierto es que Pitias tuvo que vencer grandes obstáculos para llegar a tiempo a la sentencia y salvar a Damón, y de esta manera, a base de fidelidad, ambos sentaron un precedente que enalteció la palabra amistad.
También pudiéramos hablar, por ejemplo, de Carlos Manuel de Céspedes y Pedro (Perucho) Figueredo, amigos desde la infancia.
Se narra que estos buenos cubanos demostraron una lealtad siempre, y que mantuvieron su hermandad aun en situaciones bien difíciles durante la guerra de independencia.
Tuvieron la suerte de tener un origen cercano en el tiempo y en el espacio, de pertenecer al mismo estatus social y de cultivar su hermandad desde la infancia, luego mantenerla de adultos y hasta la muerte.
Otra de las relaciones de amistad que encontramos y que rompe prejuicios y barreras inmensas como la barbarie nazi, es la de Wilm Hosenfeld y Wladyslaw Szpilman, el primero un soldado alemán, que protegió, dio alimento y salvó al otro: un pianista judío.
Hablamos de forma general en este trabajo de uno de los vínculos más valiosos que podemos profesar a lo largo de la vida, diría José Martí, en Galería del Senado, en la Revista Universal de México, el 12 de octubre de 1875: “La amistad es el crisol de la vida”. Y lo escribe él, quien sostuvo con Fermín Valdés Domínguez una de las relaciones de amistad más limpias, claras y paradigmáticas de las que se tenga conocimiento.
Por tanto, un amigo no es solo para diversión, para servirse de él o para explotar sus bondades o compañía, sino para serle fiel, animarlo, sufrir su tristeza, disfrutar sus éxitos y estar codo a codo en los momentos más difíciles. Es la forma en que podemos depurar cualidades y sentimientos, y vivir en armonía y tolerancia.
No hay siquiera que ser iguales, ni pensar lo mismo, ni tener el mismo carácter o temperamento, ni profesar las mismas creencias o ideología, no. Lo importante es el aprecio y, por sobre todas las cosas, el respeto mutuo.
Para mantener una amistad hace falta también la transparencia, la sinceridad, reciprocidad y la empatía, solo así se consigue alimentar este tipo de relación tan vital para el ser humano, y a veces tan poco valorada.
En este mundo materializado, en el que los sentimientos a veces pasan a ser secundarios, contar con amigos de verdad puede ser como encontrar un oasis en el desierto, ellos se convierten en confidentes, portadores de alegrías y motivaciones, y llegan a ser tesoros que contribuyen, junto a la familia, a nuestro bienestar emocional.
Y es en la célula básica de la sociedad en la que debemos enseñar a nuestros hijos a cultivar las buenas amistades, a seleccionar quiénes nos pueden acompañar en el largo camino de la vida, a depurar todo lo que no ennoblece el crecimiento personal y profesional.
Culminar con Don Quijote y Sancho Panza, dos personajes literarios, por supuesto con una relación no real, pero que nos enseña y nos traslada a un tipo de amistad representativa, cifrada por la lealtad de Sancho hacia Don Quijote, quien lo acompaña en sus locuras y aventuras a pesar de las adversidades, pero a la vez él recibe y se nutre de toda la sabiduría de su compañero inseparable.