Cuando era solo un niño, Antonio Jesús Rodríguez Cruz perdió su nombre original. Una de sus tías lo apodó Tite Mora, y así se ha hecho llamar hasta hoy. Más de 80 años carga, bien ligero, a sus espaldas, y ni esa longevidad lo detiene para trabajar en el campo o seguir aportando a los anapistas.
En El Gacho, la comunidad sanjuanera donde ha vivido desde que nació, este equipo lo encontró una mañana bajo la sombra de un almendro. Su porte de guajiro reyoyo lo delataba, pues no deja a un lado el sombrero y, como él mismo dice, “tengo la ropa siempre actualizada para despegar”.
Socio de la CCS Rigoberto Fuentes, la cooperativa más grande del país, siembra, junto a su hijo, unas 90 000 posturas de tabaco de sol, que luego se convierten en 90 o 100 quintales. Pero más allá del cultivo de la hoja, lleva un recorrido meritorio en la ANAP, el cual lo ha hecho merecedor del Escudo Sanjuanero.
UNA VIDA PARA LA ANAP
“Esta cultura tabacalera y del campo viene desde chiquito, cuando trabajaba con mi padre en la vega. Me he preparado mucho en Sanidad Vegetal, y eso lo trato de transmitir en la cooperativa. Hoy se hacen atrocidades, sobre todo por desconocimiento, por eso me ves siempre ‘batí’o’ con los campesinos para que se inserten en las buenas prácticas, porque ya con el deterioro del clima tenemos bastante”.

Tite Mora no falta a una asamblea de la cooperativa. Quienes lo conocen dan fe de que prefiere estar en medio de un debate o buscando soluciones a los problemas antes de permanecer sentado en su casa.
“Tengo 82 años y me he pasado la vida trabajando. Todavía me meto en las campañas de lleno, desde la preparación de la tierra hasta el acopio, pero me cuido mucho, ni fumo ni tomo, eso no es lo mío. La vida del campesino es dura. Fíjate que esa casa de cura la han tumbado unos cuantos ciclones, pero siempre la levantamos, uno no puede quedarse de brazos cruzados”, comenta.
Y hasta de escogida han servido los aposentos. Cuando el huracán Ian se ensañó con Pinar del Río, fue en ella donde se benefició una buena parte del tabaco de la cooperativa y de algunos productores de la zona.
Ser un anapista destacado y contribuir al crecimiento de la Asociación, desde la base y hasta instancias nacionales, son logros que atesora en su trayectoria. “Esa ha sido mi inclinación siempre, y no la he perdido aún. Para ser líder hay que predicar con el ejemplo, no puedes decirle a alguien que trabaje y tú quedarte sentado.
“Hay que reconocer que hoy tenemos muchos problemas, pero tenemos que guapear, antes y ahora, da igual la época. No hay peor esfuerzo que el que no se haga”.
UN CERCO EN EL GACHO
El hecho de que lo conozcan en todo San Juan no se debe solamente a su labor como campesino, sino a una historia un poco más antigua:
“Resulta que en una casa que hay un poco más arriba, en el camino, vivía Pepe Mora, a quien le decían el cacique de la finca. A la tierra de nosotros la dividía una cerca, y el viejo estaba loco porque brincáramos y nos fuéramos con él, porque siempre le llamó la atención lo duro que trabajábamos. Ese cacique era tío de Menelao Mora.
“Un día esto se llenó de guardias, porque decían que el combatiente se había escondido aquí. Eran las cuatro de la mañana, rodearon todo con armamento largo, nada de pistolitas. Revisaron todas las casitas de la zona y no lo encontraron. Dicen, yo no lo vi, que lo habían metido dentro de un tanque de agua que estaba vacío.
“Recuerdo muy bien aquella madrugada, a los niños nos tenían agarrados de la mano para que no nos asustáramos, pero era una invasión de policías. Es por aquel suceso que la gente siempre me pregunta si soy familia de Menelao Mora”.
VIVO DE CASUALIDAD
Lo único que lamenta Tite Mora es no poder nadar como lo hacía en sus años mozos. “No había arroyo que se me escapara. Si no hubiera sido así, no habría sobrevivido al Servicio Militar”.

“Tres años estuve en la Marina, navegando, con un cubo al lado para vomitar. Y claro que me tuve que lanzar al mar varias veces, incluso, puedo decirte que estoy vivo de casualidad. Un día nos dijeron que preparáramos la embarcación para combate y navegación, eso era una semana entera trabajando en el barco, metidos a veces en el cuarto de máquinas, con combustible… era duro.
“Nos mandaron al Golfo de México a cuidar los pesqueros que estaban en la zona. Íbamos en dos barcos cargados de armamentos. El mío era el número cuatro y el otro el tres. Entonces hubo un error en la telegrafía y el otro barco nos chocó por el centro. Estábamos en altamar, donde el tiburón se hacía ola”.
Tite Mora describe aquellos momentos como quien vivió una película. Con lujo de detalles cuenta cuando la proa del barco, que había impactado al otro hasta la quilla, despegó hacia atrás e hizo que el otro se escorara, o sea, se virara de un solo lado.
“Era la 1:30 a.m. Empezó a salir la luna, aquello era un zafarrancho de combate, todo el mundo quería salir vivo de allí. A las ocho de la mañana no nos habíamos tropezado con ninguna embarcación. En el cuarto del telegrafista se hizo un hueco y por ahí se nos fue un compañero.
“Se les dijo a los tripulantes que el que quisiera podía tirarse, pero quién se iba a mover con la cantidad de tiburones que había. Cuando despegaron aquello nos remolcaron hasta la costa norte de aquí de Pinar del Río, reabastecieron de combustible y provisiones y seguimos rumbo al Mariel”.
Por si fuera poca la odisea, los agarró un frente frío durante el trayecto. A la madrugada del otro día llegaron a la costa. Recuerda Tite que eran unos 60 marineros, ensopados en agua salada y exhaustos de aquellas horas de zozobra.
“Lo más difícil fue darle a un padre la triste noticia de que había perdido a su hijo. Nos dieron un pase de dos o tres días para la casa y luego a seguir. Cumplí con los tres años, y el 27 de abril de 1968 terminé el Servicio Militar. Cuando llegué a la casa iba con una propuesta de incorporarme a la Marina Mercante, pero eso implicaba dejar a mi padre solo en la vega, así que me quedé, desde ese entonces no me he apartado de la Anap”.
VIVIR PARA LA TIERRA
A Tite Mora no hay quien le haga cuento cuando de trabajo duro se habla, y eso también se lo ha inculcado a sus hijos y nietos. Se enorgullece de haber asistido a varios congresos de la ANAP y de que tanta dedicación le haya valido obtener un homenaje tan distinguido como el Escudo Sanjuanero.
“No soy militante del Partido, y a veces la gente no lo entiende y me pregunta el porqué. Te explico la razón: eso es algo muy fuerte. Para ser militante del Partido no se puede estar flaqueando, lo considero una responsabilidad muy grande. La verdad, eso no ha sido un obstáculo para nada. Mira todas las misiones que he cumplido, no solo en la ANAP, sino en la caña, en la Marina y muchas más, y no pedí ningún reconocimiento por eso.
“Soy feliz compartiendo lo que tengo. Me encanta ayudar a la gente, recibir visitas en la casa, y guapear con este pedacito de tierra. Hemos creado un sistema de trabajo fuerte y de tradición. Ni siquiera usamos tractores, sino tracción animal”.
Tite Mora ha sacado experiencias de todos los lugares donde ha estado a lo largo de su vida. Lo que aprendió del mar, de la tierra, de la sanidad vegetal, del tabaco, de la vida del campesino, lo han convertido en el hombre sabio que es hoy.
Para él, no hay mayor goce que sentarse bajo el almendro, con su atuendo inconfundible de guajiro y contemplar la riqueza y la tranquilidad que el trabajo y el sacrificio de una vida entera le han dado.















