Aún estoy choqueado, lo admito. Y es que en medio de los tiempos que corren, ser testigo de tales actitudes cromañónicas es muy difícil de ver, e incómodo de asimilar o asumir.
Y para los puristas, –antes de entrar en el tema– no digo que los procederes o estándares implantados en nuestro cerebro sobre este aspecto estén mal o estén bien, entiendo que es una cuestión de culturas arraigadas, de ascendencias, de patrones y tantas otras cosas. Pero, de igual forma, en mi hogar no lo aceptaría.
Para decirlo sin tapujos y de una vez: una niña en un taller con su padre, jugando a mecanear no es nada del otro mundo, ni un asunto por el cual escandalizarse.
La pequeña que hoy protagoniza estas líneas, sencillamente, tiene delirio con su progenitor, le gusta pasar tiempo con él, y es visible lo bien que la pasa imitando las labores manuales que este realiza. Lo mismo puede vérsele con una pinza en mano que martillando algo. Ella sonríe, es feliz.
Sin embargo, tanto él como su esposa y abuelos paternos la reprimen, la regañan, la castigan, por el mero hecho de hacer lo que, supuestamente, no debe por las convenciones sociales que nos legaron, y que a criterio del escriba, hoy hacen más daños que beneficios en cuanto al desarrollo de los pequeños se refiere.
Por tal motivo, ante el castigo severo porque “eso” es de machos y las niñas deben estar en sus casas con escobas y demás, ella no lo entiende. -“Pero, ¿por qué papá?”, pregunta.
Seamos conscientes de algo y no satanicemos de forma ciega solo porque sí: una niña jugando a ser mecánica no es un sacrilegio, como tampoco lo es un varón jugando a las casitas. Y usted, querido amigo lector, si es de los “temporalmente rezagados”, podrá atacarme con todas las armas, oprobios, criterios y desazones del mundo.
Quizás crea tener razón en sus múltiples, controvertidos y sumamente discutibles argumentos, pero… déjeme preguntarle algo y reflexione usted mientras intenta responder.
¿Le gustaría que en un futuro su hija deba esperar por un hombre para cambiar un simple tomacorriente, o para intentar arreglar algo con sus manos? Recuerde que no siempre papá o hermanos estarán presentes.
Ahora bien, cambiemos de sexo, y la pregunta será la misma, pero enfocada de otra forma: ¿qué pasaría si su hijo se divorcia y no tiene quien le cocine o le lave la ropa o limpie su casa? Mamá tampoco estará para siempre.
Estos son solo simples ejemplos de las múltiples situaciones en las que de adultos podemos encontrarnos, sin tener la más mínima idea de qué hacer o cómo salir del apuro, porque algunos padres creyeron, y quizás hasta usted mismo lo creyó, que jugar o relacionarse con algo no era cosa de varón o de niña.
Al punto de reflexión y concientización que deseo llegar junto a usted, sin que para ello nuestra controversia se torne encarnizada, es que lo único que no ocupa espacio en esta vida, y que es en verdad nuestro, son los conocimientos y las habilidades que seamos capaces de poseer, replicar o utilizar.
Cercenar la formación de habilidades o inquietudes tempranas en los infantes nunca es una buena idea, pues se corre el riesgo de evitar, de forma inconsciente, que nuestros hijos puedan ser brillantes en campos para los que la sociedad aún no los tiene en cuenta.
Y no es solo con los niños, pues, aun de mayores, se puede seguir siendo prejuicioso al juzgar actitudes supuestamente erróneas ante la vida. Tiene el escriba anécdotas personales realmente hilarantes sobre el asunto, como aquella ocasión en la que abrió la puerta con delantal.
No por realizar o preferir tareas ajenas a su sexo, su hijo o hija perderán su esencia femenina o masculina. Eso se lleva en la sangre, en los genes, no en la mente ni en la formación o preparación para la vida que se les pueda dar. La femineidad o masculinidad no dependen de si se prefiere un martillo o una cazuela.
El punto es, querido amigo lector, que si lo analizamos desde un punto de vista práctico, solo venimos a este mundo una vez, y, ciertamente, desde nuestra llegada, el ambiente no es nada más que hostil.
Cada día está cargado de problemas, de acertijos, de inconvenientes o vicisitudes que a lo largo de nuestro desarrollo tendremos y deberemos resolver, por tanto, contar con todas las herramientas posibles para darle solución a cada prueba será la mejor de las suertes.
Piénselo, medítelo, y si usted todavía tiene dudas sobre lo que hoy hemos conversado, estudie, lea más al respecto. Aún está a tiempo de ofrecerle a su descendencia un mejor y más brillante futuro. Para ello, solo es necesario dejar atrás la arcaica concepción de que los niños van de azul y las niñas de rosado.