Este trabajo –a propósito de su cumpleaños 99– no es un retrato del hombre o del líder, es un mosaico de voces que definen a Fidel Castro Ruz, mientras él definía un siglo
Cuando Gabriel García Márquez lo llamó “el último rey mago de la política”; el Che escribió “nunca vi tanta terquedad convertida en luz”; y Juan Almeida gritó “¡Aquí no se rinde nadie!”, dibujaban la misma figura increíble: un hombre que fue leyenda antes de ser mito.
“Fidel Castro no necesita biógrafos, tiene testigos”, le escuché decir una vez a alguien. Y es muy cierto, por eso, desde poetas hasta guerrilleros, desde premios Nobel hasta campesinos sin zapatos, su nombre resuena en un coro de admiración y respeto.
Estas son pequeñas muestras de testimonios de cómo veían, definían o qué sentían por el Comandante, el líder, el hombre, el amigo… de algunas de las personas que estuvieron vinculadas a Fidel, y de cómo él, vivió para una Isla completa.
Haydée Santamaría: “Cuando empezamos a pensar que había alguna, por lo menos que había posibilidades de la amnistía para Fidel y los demás compañeros, Melba y yo nos dimos a una tarea tremenda. Cuando salieron, imagínate cuando Fidel nos hizo así de lejos, verlo en la calle. Para nosotros fue, yo siempre digo, como ver el sol de verdad otra vez”.
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Cuando el Che conoció a Fidel, dejó escrito en su diario: “Un acontecimiento político es haber conocido a Fidel Castro, el revolucionario cubano, muchacho joven, inteligente, muy seguro de sí mismo y de extraordinaria audacia; creo que simpatizamos mutuamente”.
Se vieron por primera vez tras la llegada de Fidel a México el siete de julio. Luego de conversar un rato, Fidel, Raúl y el Che salieron de casa de María Antonia a cenar en un restaurante cercano. Conversaron durante varias horas, entonces, el líder moncadista invitó al Che a unirse al Movimiento. Aceptó sin vacilar”.
Poco días después de conocer a Fidel, el Che expresó: “Ñico tenía razón en Guatemala cuando decía que lo mejor que había producido Cuba después de José Martí era Fidel Castro. Hará la revolución. Estamos totalmente de acuerdo… es un tipo al que yo seguiría hasta el fin”.
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En El oficio de la palabra hablada, una conmovedora crónica escrita en 1987, Gabriel García Márquez describe a un Fidel que muchos conocían, pero que otros no habían sido capaces de apreciar:
“Como no es un gobernante académico atrincherado en sus oficinas, sino que va a buscar los problemas donde estén, a cualquier hora se ve su automóvil sigiloso, sin estruendos de motocicletas, deslizándose a altas horas de la madrugada por las avenidas desiertas de La Habana, o en una carretera apartada. De todo esto ha surgido la leyenda de que es un solitario sin rumbo, un insomne desordenado e informal, que puede hacer una visita a cualquier hora y desvela r a sus visitados hasta el amanecer”.
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“Este es el Fidel Castro que creo conocer, al cabo de incontables horas de conversaciones, por las que no pasan a menudo los fantasmas de la política. Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues, e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal. Sueña con que sus científicos encuentren la medicina final contra el cáncer, y ha creado una política exterior de potencia mundial en una isla sin agua dulce, ochenta y cuatro veces más pequeña que su enemigo principal”.
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Y el texto finaliza con una pequeña anécdota que describe la sencillez y sensibilidad del Comandante: “Lo he oído en sus escasas horas de añoranza evocando los amaneceres pastorales de su infancia rural, la novia juvenil que se fue, las cosas que hubiera podido hacer de otro modo para ganarle más tiempo a la vida. Una noche, mientras tomaba en cucharaditas lentas un helado de vainilla, lo vi tan abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, tan lejano de sí mismo, que por un instante me pareció distinto del que había sido siempre. Entonces le pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me contestó de inmediato: ‘Pararme en una esquina’”.
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El Comandante de la Revolución, Juan Almeida Bosque, durante una entrevista concedida al realizador cubano Roberto Chile para el documental Elogio a la Virtud, en el cual varias personalidades brindan sus impresiones sobre el Comandante en Jefe con motivo de su cumpleaños 80, refirió:
“Fidel, es de la única persona que hablo con adjetivos y superlativos. Cada siglo tiene su hombre que lo marca en la historia, el siglo XX es el de Fidel.
“Del siglo XIX admiramos a Martí, ese fue su siglo como político, poeta, escritor y su caída en combate. Con él admiramos a Céspedes, a los Maceo, a Gómez, a Agramonte, a Serafín Sánchez, a Flor Crombet y otros patriotas, pero el siglo XX es el de Fidel.
“Me honro en haberlo conocido personalmente en 1952 y desde entonces haber compartido con él todos estos años donde lo he visto engrandecerse como el jefe indiscutido, rebasar los límites de la Patria para adquirir estatura mundial.
“Fidel dignificó el género humano, dio su lugar al negro y a la mujer. Nunca a su lado me he sentido negro. Tiene un gran amor por los niños y una infinita confianza en los jóvenes. No creo necesario decir más; para los grandes no hacen falta tantas palabras”.
Poetas, historiadores, pintores, cantautores…, muchos han dibujado o dejado plasmado en escritos e imágenes, a su forma y semblanza, al Fidel que conocieron o imaginaron.
Por eso, como dijo Carilda Oliver Labra: “Hombre-río que baja de la Sierra,/ que no se agota en el mar,/ sino que vuelve a nacer en cada ola”, pero también, como canta el verso anónimo sobre la guerra en Angola: “Fidel no duerme,/ su barba crece hacia atrás,/ sembrando raíces en el pasado”, él es el único hombre que puede estar en dos mitos a la vez: el que fluye hacia el futuro y el que echa raíces en el ayer. Así, la historia contada por los hombres le recordará, pero la poesía escrita por los poetas le hará vivir, porque Fidel, más que un nombre, es un cauce donde los pueblos beben.