Se viven tiempos de: sálvese quien pueda, cada uno a lo suyo y ponte para lo tuyo. El egoísmo es la última moda, no mirar a otro lugar que no sea el propio; ya bastante difícil está la vida personal, no es preciso andar complicándose con cuestiones ajenas.
Cuanto más callado estén los planes mejor será, esa frase martiana de: “…ciertas cosas han de andar ocultas”, se convierte en una regla, y no es que esté mal conservar la privacidad o priorizar las gestiones personales por sobre otras colectivas en determinadas circunstancias, pero todo en exceso hace daño, y esto no es la excepción.
Las despedidas son duras e igual son mejores que la ausencia, que el quedarse con el dolor de no saber que después de aquella vez, ya no habría otra. La tecnología avanza, y WhatsApp aún no permite mandar un abrazo que te apriete el cuerpo, ni Facebook deja que los besos se sientan en la mejilla, brindar por la pantalla es un consuelo que no cubre el estar con un mar en el medio.
Duele salir, te obliga a chocar, reconocer realidades que se intentan tapar o disfrazar con nombres elocuentes y elaborados, justificaciones totalmente racionales, argumentos que intentan vencer a la lógica cuando las escenas que llenan las calles hablan con absoluta claridad de una crisis que no es solo económica.
Contrastes que superan los verdes de este paisaje y se dibujan entre la opulencia de los que tienen dinero sin buen gusto, la posibilidad sin la capacidad, el privilegio sin el esfuerzo, para mostrar eso que se reconoce con el nombre de suerte, y es una madre que deja a muchos huérfanos
El éxito se mide en tener y no en ser. Lo que se muestra por sobre lo que se esconde. Esas almas, que de tan pegadas a los reglamentos, se olvidan que en el papel solo caben las letras, mientras que en sus decisiones se implican las vidas de otros. Suele ser fácil ignorar lo que queda lejos y disfrazarse de formalmente correctos, no de moralmente coherentes.
Tantos patrones negativos se comparten y refuerzan, que dar la espalda a lo que no “queda bien” se normaliza, como si no fuese sabido que eso hace cómplices de un dolor que parece distante y; sin embargo, no discrimina a sus víctimas. ¿Se puede pretender recibir lo que no se da?
La antropóloga Margaret Mead, considera que la primera evidencia de civilización es la prueba de un fémur roto que sanó, síntoma inequívoco de que se estuvo bajo cuidado con atenciones suficientes hasta la recuperación, lo que es resultado de la conciencia y empatía.
Entonces, tener la capacidad de sentir por los otros; velar el bienestar de nuestros semejantes que, igual, forma parte del propio, en un momento de la evolución, fue lo que permitió a nuestra especie llegar a lo alto de todas las cadenas naturales.
El ser humano es social, organizar la vida sobre esa estructura fue y es la garantía de permanencia, lo que implica establecer relaciones, vínculos sobre la necesidad de tener, colaborar y construir alianzas que trasciendan lo formal.
En Cuba, es casi que una acción inmediata, y aunque resulta común el pensamiento de que todo está perdido, que ya nada importa, sé que no es así, porque cuando al caerte vienen extraños a ayudar, cuando te asisten solo por la cuestión de coincidir y se quedan hasta la certeza de que estás en condiciones de continuar, no se precisan mayores evidencias de que existen aún buenas personas.
Son los héroes anónimos de historias simples los que van poniendo pedacitos que arman cada pieza que forma el rompecabezas de la armonía y la esperanza, los que recuerdan en medio de tanta carencia que ser sensible continúa siendo el mejor regalo.