Hacía mucho tiempo que los vecinos le habían perdido la fe. La maleza terminó por ocultar las sillas desvencijadas, los columpios rotos, el tíovivo que ya no giraba. Era un entorno abandonado. Así fue por años, uno tras otro, sin que apareciera una mano para transformar aquella realidad.
Hace apenas una semana el parque ubicado en la calle Los Pinos final, justo al lado del círculo infantil Cochero Azul, cobra vida. El barrio en sí mismo se ve más alegre.
La música para los pequeños, esa que a veces no escuchamos ni en los cumpleaños, no falta un solo minuto en el día, ni el buen trato en la entrada ni en cada uno de los “aparatos” que precisan de un adulto, siempre joven, a su lado.
Lo mejor del parque es su colorido; eso y la risa de los niños que descubrieron, en un abrir y cerrar de ojos, que el sitio abandonado ahora era un lugar lindo para ellos, hecho a su medida, con un pon pintado en el piso, de los que no se borran con las pisadas de los adultos.
Junto a la risa de los niños está también la de sus padres, que encontraron un espacio cerca al cual llevar a sus muchachos cuando cae el sol. Disfrutan los más pequeños, descansan los mayores viendo cómo se columpian y corren sin sentido de un lado para el otro.
He visto a dos niños hacerse amigos allí. “Yo vengo mañana otra vez, te voy a esperar”, dijo él. “¿Mamá, tú me vas a traer?”, preguntó ella. Cuando su madre asintió con la cabeza, se abrazaron los dos. Quizás en 10 años todavía sean amigos.
Un parque en una comunidad es un espacio seguro para que desde los más pequeños hasta los adultos interactúen, desarrollen habilidades sociales, fortalezcan las relaciones entre ellos, e incluso promueven la inclusión, la diversidad y sostenibilidad ambiental.
Hoy el parque Jarachó permite todo eso. Quizás con el paso de los días perfeccione sus mecanismos, agregue otras atracciones. La vida dirá poco a poco cómo hacer de él un mejor lugar. Pero hoy sabemos funciona como un camino a la alegría, esa que en muchos años no tenía el barrio.
El día de su inauguración un señor, de esos que te hablan como si te conociera de toda la vida, decía: “Ojalá en cada lugar en los que hay parques desatendidos, aparezcan iniciativas así; que lleven payasos, que no permitan olvidar a los adultos que un día fueron niños”.
Entonces pensé que este no es un parque solo para los pequeños de casa, y a mi mente vino de repente un fragmento de la magnífica dedicatoria de El Principito:
“Todas las personas grandes han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan”.