No siempre tenemos las de ganar… bueno, para decirlo más en serio, casi siempre tenemos las de perder si de compras y otros asuntos relativos a estas se habla.
El hecho es que, seguramente usted lo sabe y lo ha experimentado al igual que el escriba, las dificultades que se derivan de algún intento de compra, tanto así como las malas atenciones y las faltas al respeto y a la ética, ya no solo son en el sector estatal.
Sí, por mucho que duela y levante ronchas, el mencionado sector es quien más deudas tiene con nosotros, con sus clientes y sus consumidores. Pero… con todas las letras ya podemos decir, sin temor a equivocarnos, que no es el único que echa por tierra los buenos valores cívicos de nuestra cubanía.
Y tal parecería que –con tantos decretos, normas, medidas e infinidad de actores económicos y demás variaciones en nuestro hoy deprimido sistema mercantil– a nosotros, los consumidores/compradores/clientes nos llegaría una etapa de bonanza en cuanto a mejorías de servicios y atenciones. Pero no.
Contrario a lo que pudiese pensarse –por aquello de las competencias profesionales, y las otras competitividades referidas a precios y preferencias llamados a mejorar criterios y hacer llevaderas las vidas– la suerte se ha echado, pero para peor.
El descalabro subyacente sobre las miras de los bienes y servicios estatales ha descendido también sobre mipymes y demás TCP. La mala atención se ha pegado, se ha transmitido, ha brincado la brecha hacia el sector privado, del que hasta ahora solo se han visto los colmillos.
Coincidirá conmigo, querido lector, en que, igual, usted esperaba que las nuevas empresas funcionaran bien, o que quizás por los “precios asequibles” el trato fuera distinto.
Sin embargo, la realidad es bien distante en la actualidad, pues a modo de mala pasada, nos acentúa que nuestras agonías, entendámonos como consumidores, mutan en los nuevos escenarios, coincidiendo en vulneración de derechos y adulteración y disfraces de deberes.
Sobran los ejemplos de locales privados en los que al comienzo todo era color de rosa, pan y gloria… pero con el tiempo… “lo mismo con lo mismo”, como diríamos en buen cubano.
Paladares y cafés de excelencia, hoy con platos, gramajes y precios incrementados porque sí… sitios en los que los recipientes de papel o envolturas de cortesía derivan ya en jabas de nailon –cuando las hay– o en un insípido “si le conviene bien, sino no, no compre. Próximo”.
No hablemos ya de las roturas en equipos, problemas asociados a la falta de electricidad, o a ausencia de materias primas, pues podemos entender los golpes del bloqueo y demás.
No obstante, cierres fortuitos, carteles de “no trabajamos hoy”, cierres antes de hora y cuadres de cajas a destiempo se intercalan entre otros infortunios con “estamos en inventario” u “hoy no brindamos servicio”.
No digo que sean todos los establecimientos, pero sin duda, y quitémonos las camisas, las transformaciones en el sector del Comercio, que para bien debían “servirnos”, a la fecha nos esclavizan tanto o más que sus predecesores.
Y ya se lo dejaba ver a usted entre líneas, amigo lector, el problema del cubano no es que siempre empiece bien… no, es que siempre termina mal. Y, lastimosamente, en el campo que nos ocupa, se perpetúa la cultura del mal servicio, al tiempo que subsisten concepciones de atención erróneas.
Ya le digo, ejemplos se sobran, usted de seguro tendrá para llenar alguna agenda.
Y me pregunto… así como ponemos excelentes reseñas de algunos sitios en las redes sociales y nos etiquetamos con fotos y demás en tales recintos, ¿por qué también no exponer y compartir con los demás las malas atenciones y servicios pésimos?
Bien cree quien suscribe que ya es hora, igualmente, de volver tendencia lo mal hecho. Exponer o denunciar la mala calidad o las deudas con nosotros, los clientes, sería quizás una forma de tratar de revertir un mal que se augura siniestro.
No es que en lo privado se deba tirar el sofá por la ventana, ya que los “buenos días”, “gracias por su preferencia”, “vuelva pronto” y “estamos para servirle”, de conjunto con un servicio impecable, convierten en maravilloso el más humilde de los lugares. Bien lo sabremos nosotros.
Hagámosles las cosas difíciles, y devolvámosles “el favor” a quienes encuentran justo el “horripilante arte” del mal servicio. Quizás, quien sabe, a lo mejor mañana una mala reseña pueda convertirse en el temor o la quiebra de quienes tienen y extienden hoy extensas deudas al mostrador.