Inalvis Berra Gigato es una muchacha linda por dentro y por fuera. Ella es educadora de la Primera Infancia, y dicen los que la conocen que es amorosa con los niños y que tiene unas manos especiales para crear medios de enseñanza con papel maché.
Con esa creatividad motiva mejor a los pequeños en sus actividades y transmite, de forma idónea, los contenidos y habilidades.
La encontramos en un salón del círculo infantil Amiguitos de la Ciencia, rodeada de niños: “Tita mira esto”, “Tita fulanito me hizo…”, “Tita este tren está bonito…”. Así, cada uno con su mundo a pequeña escala, recababa su atención, y ella, con un amor incondicional, atendía sus reclamos.
Mucha ternura encierra el rostro de esta joven de 26 años, que nació y se crio en la calle Retiro de la capital pinareña, y que entre sus planes nunca estuvo el ser educadora de los niños más pequeños.
“Verdad que no”, nos dijo con sinceridad y de forma espontánea. Cuando terminó el preuniversitario le llegó la carrera de licenciatura en Español, pero ese no era su camino.
Un buen día comenzó como auxiliar pedagógica en el círculo infantil, y con su empeño y sacrificio logró la licenciatura en la Primera Infancia. El tiempo y su desempeño profesional la hicieron enamorarse de lo que hace. “Me gusta mi trabajo, disfruto lo que hago”, nos dijo con desenfado.
Hace cerca de seis años que trabaja en el “Amiguitos de la Ciencia”, y en conversación con sus compañeras supimos que era una muchacha muy trabajadora, entusiasta, participativa, apreciada por las familias y los niños, sobre todo, muy capaz.
CON SUS PEQUEÑOS
Valeria, Ailyn… son solo nombres de una larga lista de pequeños que cada día reciben su atención. Inalvis, junto a otras educadoras, labora actualmente con el cuarto año, con cerca de 35 infantes.
“En estas etapas trabajamos con ellos para crear hábitos alimentarios y de aseo, para que sean independientes y se valgan por sí mismos. Logran vestirse y desvestirse, asearse, comer, ponerse los zapatos…”.
Nos destaca, también, las habilidades que se forman en ellos en el área del aprendizaje, y cómo planifican con mucho cuidado cada una de las actividades, en las que tienen diferentes aspectos en cuenta como las características del subgrupo, el nivel de desarrollo y si hay algún niño con necesidades educativas especiales.
Disfruta de manera especial apreciar cómo los chicos aprenden, y es, precisamente, lo que más le gusta de esta edad temprana y de su profesión.
“Lo primero es el apego que ellos tienen con uno, su cariño incondicional, y el vivir cada mañana cómo ellos llegan y de forma natural te abrazan y besan, esa sensación es única”.
La responsabilidad que conlleva este trabajo la aprendió con el tiempo. Comenzó desde muy joven.
“Fue poco a poco, tal vez al principio no era tan fácil, pero el tiempo y la experiencia ayudaron”, nos dice mientras atiende a un pequeño travieso.
Nos habla de los que ya han pasado por sus salones y que hoy la saludan cuando van de camino para sus escuelas. Siente emoción, de la de verdad, de la genuina, y lo vemos en su forma de expresarse, en el tono, en la cadencia de su voz, en su cara…
El rostro se le ilumina mientras nos cuenta de aquel niño con necesidades educativas especiales, el mismo que requirió de todo el empeño de ella y de sus compañeras para ayudarlo, tratarlo y trabajar con él. Así de grande puede ser la tarea de las educadoras.
Esta no es una labor sencilla, ellas tienen una enorme responsabilidad, pero sobre todo, un horario complejo que suele iniciar, a veces, muy temprano en la mañana o culminar tarde, y se torna difícil para poder llevar y recoger del círculo infantil a su hijita Ashley.
Entonces, Inalvis agradece la ayuda de su mamá Isbelina, con quien cuenta siempre para todo.
Su niña es lo más grande que tiene, su todo, nos confiesa la joven. Esa pequeña, quizás, sea el motor impulsor de esta pinareña, el incentivo que la hace levantarse cada mañana, enfrentar la vida con optimismo y tratar de forjar un mundo mejor para ella.