Quien haya visitado alguna vez las playas de Bailén o Boca de Galafre, seguramente habrá notado, durante el recorrido, un chalet que sobresale en el municipio de San Juan y Martínez.
En el consejo popular Campo Hermoso se conserva aún esa maravilla de antaño, y en él habitan historias, hazañas y vivencias de uno de los tantos hombres valientes que ha dedicado su vida entera a la Revolución Cubana.
Allí vive Raúl González Brito, un señor de baja estatura y complexión menuda. Sin embargo, quienes lo conocen, saben que es un cubano de talla mayor, de esos que dejaron todo atrás para luchar por las causas justas.
A sus 86 años, no sabe lo que es la jubilación, no está en su naturaleza quedarse inmóvil viendo la vida pasar. Su casa se convierte en puesto de mando en casos de contingencia, pero también es donde, cada tarde, se analizan y tratan de solucionarse las principales dificultades de los lugareños.
UN SANJUANERO EN EL ESCAMBRAY
Apenas era un adolescente cuando Raulito, como lo conocen todos, se vinculó a quienes en San Juan realizaban acciones para derribar a la tiranía. El triunfo de enero del ‘59 llegó justo antes del alzamiento que preparaban en las lomas de Pica Pica, entonces se unió al Ejército Rebelde.
“Estuve poco tiempo porque mi abuela, quien me crio, se enfermó y tenía que atenderla. Pero en octubre se crearon las milicias campesinas y me seleccionaron como jefe de patrullas. Luego de pasar algunos cursos y de estar un tiempo en la Cordillera de los Órganos, junto al Comandante Pinares, nos dieron la misión de ir para el Escambray”.
De aquellos tiempos difíciles cuenta Raulito muchas anécdotas, algunas que aún le calan bien hondo en la memoria y lo obligan a hacer una pausa en la historia para recuperar la voz entrecortada por el nudo en la garganta.
“Adonde primero llegué fue a La Campana, en Manicaragua, y nos dieron la tarea de preparar a los milicianos que iban a subir a capturar a los bandidos. Apenas llegamos y tuvimos la primera experiencia difícil: los contrarrevolucionarios secuestraron un avión de cubana y asesinaron al piloto. Afortunadamente, logramos interceptar el vuelo y capturamos a 25”.
Varios fueron los enfrentamientos de Raulito y de su compañía por aquellas montañas. Disímiles las vivencias tristes que tuvo que presenciar mientras peinaban y cercaban a los “alza’os” por aquel lomerío.
“En las Llanadas de Gómez estaba la jefatura de Osvaldo Ramírez. Con prácticos llegamos a Loma de Gavilanes, y a pesar de que un espía le avisó al bandido, lo cercamos y conseguimos darle captura a él y a 20 hombres más.
“Allí tenían un hospital de campaña, municiones, y hasta una pista habían hecho con reflectores que alumbraban al cielo para hacer señales y recibir armamento. Peinamos la zona y apresamos a una docena más. Aquello fue una alegría tremenda en la tropa, mis hombres disparaban al cielo, en eso llegó Pinares preguntando qué pasaba”.
Con una larga pausa describe el recuerdo de aquella victoria, y acto seguido narra lo que quizás, hasta hoy, sea uno de los momentos más difíciles de su vida.
“Todos los días, después de las cinco de la tarde, me iba para la orilla del río que había cerca del campamento. Uno de los muchachos que llegaba de pase se acercó a donde yo estaba, pero se iba y volvía, así hizo como tres veces, hasta que le pregunté qué pasaba.
“Me dijo que había hablado con un miliciano que era de San Juan y que me mandaba a decir que mi mamá (abuela) había fallecido. Fui para Trinidad y llamé por teléfono, cuando aquello eran de magneto, de los que daban un timbre largo y otros cortos.
“La había dejado a buen cuidado, pero estaba enferma. Cuando hablé con mi prima me dijo que hacía un mes que había fallecido. Pinares me dijo que fuera a la casa, pero no tenía sentido ya. Él insistió en que fuera al menos un día y así lo hice. Fue muy duro saber algo así y no haber estado con ella. Luego regresé a terminar la misión”.
Raulito recuerda los días de Girón y cómo lo seleccionaron después para, en caso de una nueva agresión, defender las costas del Mariel.
“Posteriormente, en el ’62, hubo que apoyar la parte norte del país, desde Corralillo hasta Calabazar. El jefe de los bandidos allí era Tondike, un criminal nato que mataba por placer, violaba a las mujeres. Tenía la zona aterrorizada, pero le hicimos un cerco. Fíjate si era malo, que, escondido dentro de la caña, le tiraba con la pistola al helicóptero. Después le pegaron candela al cañaveral y aquel negro no salía. Pero lo cogimos”.
Al terminar la lucha contra bandidos, Raulito asumió las misiones encomendadas durante la Crisis de Octubre. Como jefe de plana mayor del batallón 85, era el encargado de defender la zona Bailén-Galafre. Su recorrido activo en la vida militar lo terminó en el ‘76, pero alejarse de lo aprendido nunca fue un plan para él.
SIN DESCANSO EN EL TERRUÑO
Las Milicias de Tropas Territoriales en San Juan y Martínez contaron con su experiencia en la preparación, también las de Pinar. Por 16 años fungió como metodólogo provincial de la asignatura de Preparación Militar (PMI) en la Dirección Provincial de Educación, hasta su jubilación en el 2000.
“Pero desde el ‘82 y hasta hace dos mandatos fui delegado de la circunscripción, y por 18 años presidente del Consejo Popular. Esa también ha sido una tarea difícil, porque hay que tener mucha sensibilidad para atender y tratar de resolver los problemas de la población”.
Por más de dos décadas estuvo Raulito como jefe de la Zona de Defensa, hoy encabeza el grupo económico y social, su puesto de mando está en el chalet. También preside la sección de combatientes Máximo Lugo. Como aseguran la familia y quienes lo conocen, es de los que salen a evacuar personas ante un huracán o de los primeros en salir al paso ante algo mal hecho, alguna injusticia.
Con más de ocho décadas de vida, solo padece de artritis, “pero hago ejercicios todos los días, los que tocan por la rehabilitación y los físicos que requieren el trabajo diario en la tierra y en la casa, eso no me puede faltar”.
Raulito se enorgullece de la familia que ha creado. Piensa en los jóvenes y en esa frase que a muchos les gusta repetir sobre lo perdida que está la juventud: “Eso no es así, a los jóvenes hay que saberlos guiar, y no solo desde la familia, sino desde los que lideran y dirigen. Claro que siempre hay algunos que se nos van de las manos, pero no es la generalidad”.
De lo que ha vivido confiesa que lo más duro fue el tiempo en el Escambray, algo que, acota, lo asumió con mucha voluntad y decisión. Hoy mantiene su posición antimperialista y anticapitalista, (enfatiza bien en ambas palabras), y aunque reconoce que son tiempos difíciles, no duda en responder cuando le pregunto por la mayor felicidad de su vida:
“La Revolución tan grande que tenemos”.