Una de las mejores cosas que le puede suceder a un ser humano a lo largo de su vida es trabajar en lo que siempre soñó, en lo que en realidad le gusta, y, además, vivir decorosamente de ese trabajo.
Hay quienes son afortunados en ese sentido, otros, no tanto. No me refiero a nada específico: estudios universitarios, grados científicos, ni siquiera al sueño de ser artistas o atletas. Cada cual, pienso, nace con una habilidad, un talento o una vocación para algo.
Sin embargo, el escenario cubano actual ha trastocado aquella realidad que, por ejemplo, se respiraba en los ‘80 o ‘90 del siglo pasado. Dondequiera escuchabas a un niño decir que quería ser policía, o te encontrabas a una niña dándole clases a sus muñecas.
En la secundaria o el pre, el sueño era alcanzar una ingeniería, Medicina, Periodismo, Letras… Los intereses de hoy no son los mismos, incluso, desde el hogar, muchas veces se fomenta la elección de “atajos” que lleven a una rápida remuneración monetaria. La frase más común es “no vale la pena quemarse las pestañas, si total…”.
Y no es que esté mal pensar así, está claro que la universidad no es para todos, porque también se necesitan oficios y fuerza laboral que produzca para el desarrollo, de eso también vamos cortos ya hace un tiempo.
Tal pensamiento no es más que el reflejo de la situación económica y social que se vive en el país, de las condiciones en que las familias intentan subsistir, con el agua al cuello, la mayor parte del tiempo.
Los negocios privados en Cuba están hoy cargados de médicos, maestros, actores que dejaron a un lado su vocación para poder aportar a la economía del hogar. Aquí o allá ves a un ingeniero que encontró en la barbería el sustento para sus hijos pequeños; el atleta retirado que “botea” Pinar-Habana; la maestra jubilada que vende artesanías en el Fondo de Bienes Culturales.
Si indagamos a lo largo y ancho de la Isla, más de una historia le sacaría las lágrimas a cualquiera, de tantos sueños y metas postergados o abandonados porque no quedó otro remedio.
Basta solo mirar un poco hacia atrás y recabar algunos datos. Según cifras de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), entre 2021 y 2023 Cuba perdió cerca de 90 000 profesionales de la Salud.
Ese éxodo no es solo referente a las salidas del país, sino a otros destinos con mejoras económicas, como es el caso del sector privado.
En la comisión económica del Parlamento Cubano, previa al V Periodo Ordinario de Sesiones de la X Legislatura, el pasado mes de julio, se expusieron cifras que dibujan en gran medida el panorama laboral del país: al menos 1 303 017 trabajan fuera del sector estatal, lo que representa el 31,5 por ciento de las personas ocupadas en el país, (4 136 560); 496 535 cubanos laboran hoy bajo la modalidad de Trabajo por Cuenta Propia (TCP).
De acuerdo con una encuesta nacional de ocupación, divulgada por la ONEI en 2024, si se eliminan los propietarios, los empleados del sector privado representan el 19 por ciento de los ocupados en el país.
Hoy el salario medio no supera los 6 000 pesos, una cifra que no alcanza ni para empezar el mes. Incluso, el aumento en varios sectores como Salud y Educación siguen sin estar en correspondencia con su valor real, pues el poder adquisitivo del cubano es cada vez más reducido, si se tiene en cuenta que continúa la inflación.
Y no ha sido solo una cuestión de salarios bajos, sino de otros incentivos para que se mantenga la motivación, como son las condiciones laborales y los recursos necesarios para ejercer, entre muchas otras cuestiones que, en cada escenario o sector, no por diversas dejan de ser importantes.
Son varios poquitos que van llenando la copa hasta el punto de apartarse del romanticismo que una vez movía desde niño o adolescente, decisiones que, no por inmediatas o necesarias, dejan de ser difíciles y marcan para toda la vida. Muchas veces, con la vocación, lamentablemente, no alcanza.










