Desde días previos, en cada centro laboral se veían los preparativos en saludo a la fecha. Y aunque no es un año en el que tengamos muchas razones para festejar, el Día Internacional de los Trabajadores nunca se pasa por alto en Cuba.
Mientras se engalanaba la ciudad, cientos de hombres se enfrentaban a la furia de las llamas en medio de bosques devastados, con la piel curtida por las altas temperaturas y la vista nublada de tanto humo.
Mientras se convocaba a la marcha, muchos pinareños se afanaban, en jornadas extendidas y en medio de constantes nubes de polvo, en terminar una obra en la fecha pactada, una obra que es tan inmensa como necesaria para mitigar la actual crisis energética.
Son esas las proezas que sirven de inspiración para asistir a un desfile que, históricamente, se ha convertido en plaza proletaria, en el escenario ideal para que la voz del obrero se haga sentir.
En los últimos días de abril se multiplicaron las manos y las voluntades de hombres y mujeres que no hacen más que cumplir con su deber. Han sido horas y horas de sacrificio para que “La Barbarita” se conectara al SEN; han sido horas y horas de desvelo para que en Las Minas, San Juan o Viñales no se siguiera perdiendo flora y fauna.
Y sí, es cierto que no hay mucho que celebrar por estos días, cuando, precisamente, son los trabajadores quienes más ven perjudicada su jornada productiva por la falta de energía eléctrica; cuando al mismo tiempo son exiguos los salarios ante tanta inflación y disparo de precios.
Son precisamente esos trabajadores quienes, a pesar de su entrega incondicional, tienen que hacer malabares cada mes para planificar su economía doméstica y sobrevivir a una crisis que lacera y agobia.
Sin embargo, como cada Primero de Mayo se desbordó la “calle real” de Pinar del Río. Tal vez como recordatorio de que seguimos aquí; luchando contra viento y marea, defendiendo las causas más justas, aunque el modelo económico esté plagado de distorsiones y desordenamientos.
Me atrevo a decir que desfilamos por Cuba, por su gente, por un proyecto social que nos empeñamos en defender, a pesar de todo. Desfilamos por el futuro, por no perder la esperanza ni las fuerzas, para realmente cambiar todo lo que debe ser cambiado.
Y aunque no haya tantas razones para festejar, la ciudad se vistió de esos médicos que permanecen en los hospitales, a pesar de las carencias de recursos; de los maestros que después de una noche sin dormir llevan al aula la mejor sonrisa para enseñar; de los linieros que arriesgan su vida tras el paso de un huracán; de los campesinos que desafían miles de obstáculos para hacer producir la tierra…
Pues aún tenemos hombres y mujeres que, en un contexto tan adverso, hacen de su trabajo una prioridad, muchas veces por un bien mayor, aunque se hagan en las peores condiciones o sin acceso a todos los recursos.
Quizás, desfilamos por esos que hoy peinan canas y entregaron su vida entera a trabajar por un mejor país, y aunque prefieran mantenerse en el anonimato, aún sienten la confianza y la seguridad de que el futuro será mejor.