La vista no le acompaña como quisiera, y a veces hay que hablarle alto porque también le falla la audición, pero, “prefiero perder la vida antes que perder la mente”.
Y así, exacto como un reloj, me dice su nombre: “Vicente Pérez Arenas y de otras hierbas que el chivo no come”, (risas). Tal vez sea por eso que, a sus 106 años, se pueda conversar con él largo y tendido, cual privilegio que muy pocos alcanzan a tener.
Cuenta que nació el 26 de octubre de 1918, en Viñales, cerca del hotel Los Jazmines, en una zona conocida como El Calvario.
“No creas que por el nombre aquello era un infierno con el viento a su favor, que va, era un vallecito de lo más bonito, con siete u ocho viviendas y un rincón criollo. Era una vida muy tranquila, pero con muy poco desarrollo.
“Éramos 13 hermanos, criados con mucho requisito, sin poder salir a ningún lado. Íbamos a la escuela bañaditos, pelados y vestidos de limpio, pero sin zapatos.
“Había de todo, pero triste era, porque no teníamos ni un quilo para nada, menos para comprar zapatos. Eso sí, se criaba mucho: cochinos, gallinas, vacas. En mi casa, cada vez que había un cumpleaños se asaba un lechón. Mi mamá llegó a tener 100 gallinas. Nos criamos sin hambre, pero con mucha miseria”.
A los 20 años,Vicente decidió salir a “buscar ambiente”. Le consiguieron trabajo en obras públicas durante el gobierno de Grau San Martín.
“Eso fue en el ‘44, estuve hasta el ‘48 trabajando en la construcción. Recorrí todo Pinar del Río y empecé a hacer mis quilitos. Después, llegó Carlos Prío Socarrás al poder. Ese era un bandolero y acabó con los fondos de obras públicas. Me puse a buscar trabajo por aquí y por allá, pero para El Calvario no regresaba”.
Un amigo que laboraba en San Luis le dio una dirección para que probara suerte por allá. Llegó a una finca tabacalera y, con cara de lástima, le dijo al dueño que le resolviera algo, aunque fuera dando pico y pala.
“Cuando aquello yo estaba acorazado, pesaba como 140 libras; sin embargo, hoy solo peso 40, pero no importa, esas no son pa’ vender ni pa’ comprar, solo alcanzan para vivir”.
Entre bromas y anécdotas relata que le dieron dos días de prueba, según el dueño, para que no perdiera el viaje.
“Sabía que me estaban probando, al segundo día le dije al hermano del dueño que me iba. Enseguida me respondió: ‘Muchacho, pa’ donde tú vas. Mira, vete y si encuentras uno igual que tú lo traes también’. Para no hacerte el cuento muy largo, empecé por dos días y allí trabajé 10 años”.
En San Luis no solo lo atrapó el mundo del tabaco. Al conocer a Obdulia se asentó allí definitivamente.
“Cuando vi a ese monumento, dije: ‘de aquí pa’ lante no hay más pueblo’, y así fue. Llevamos ya 73 años de matrimonio, tenemos tres hijos, ocho nietos y siete bisnietos”.
Rememora Vicente cuando inició el noviazgo con Obdulia. A la suegra no le hacía mucha gracia, según ella, tenía cara de chulampín. Y lo corrobora su esposa, que a sus 93 años aún se emociona al recordar aquellos ojos verdes y la cabellera rubia, que mantiene intacta, aunque el tono le ha aclarado un tanto, quizás a causa del paso de una centuria.
“Al poco tiempo de casarnos nació el primero de los hijos. La cosa estaba difícil, después de Prío vino Batista. Ninguno servía para nada, con ellos se echó a perder Cuba completa. Trabajábamos mucho, pero teníamos que vivir amordazados, si abrías la boca te metían preso o te mataban, hasta que llegó la Revolución.
“Un día llegué al trabajo y un amigo mío me dijo que Batista se había ido, cuando nos enteramos de que era verdad, todo el mundo salió para la tienda a tomar ron, a celebrar.
“Enseguida cambió la cosa. Cuando Fidel dijo ‘la tierra es de quien la trabaja’, me alegré. Aquí no podías ni hacer una casa en el camino real, porque los ricos querían todo el terreno, solo para decir que era de ellos, mas ná’.
“Eso fue veneno pa’ esa gente. Cuando comenzaron a entregar tierras, un hermano de Obdulia me dio un pedazo para construir y sembrar. Nosotros pagábamos alquiler y era muy duro con un niño pequeño. Entonces, como me gustaba el tabaco y la agricultura, acepté”.
Hasta 1985 vivieron Vicente y Obdulia en la zona del Retiro, en San Luis, afanándose codo a codo en el campo.
“Ella se pegaba conmigo como un hombre, hasta yuntas de buey arreaba, con un arado americano, más rápido que yo. Después sembraba al parejo mío, y de clases de tabaco no hay quien la haga cuento. Te puedo decir que me encontré con la horma de mi zapato”.
Hace 40 años que viven en Pinar del Río. En la calle Rosario encontraron un nuevo hogar que levantaron juntos, poco a poco.
A ratos, uno de los nietos va y besa a Vicente. Obdulia no puede permanecer sentada mucho rato, no está en su naturaleza. Asiente cuando su esposo narra alguna de sus historias, como fiel testigo de lo que han vivido por más de siete décadas.
Vicente, ¿qué es lo que más le gusta?
“Las mujeres, digo, mi mujer” (sonríe pícaro). Bueno, te puedo decir que si llego a tener estudios hubiera sido músico, porque me encanta el piano, la guitarra. Una vez en la escuela, un compañero le puso un brazo y cuerdas a un cajón de bacalao. Me lo regaló y empecé a inventar y a sacarle música a aquello. Después le pedía la guitarra a un amigo y aprendí. No te voy a decir que soy danzonero, pero hasta tocaba mis cositas en el piano”.
¿Cuál es el secreto para llegar a esa edad con tanta vitalidad?
“Bueno, fíjate que yo solo padezco de broncoestasia, y nunca en mi vida he fumado, pero trabajé entre fumadores mucho tiempo. Si uno tiene asignado vivir 100 años, tiene que hacerlo, aunque sea con las tripas al hombro, pero vale mucho el estilo de vida que uno lleve. Claro, no es solo por eso, hay quien ni fuma ni bebe y muere joven.
“Un viejo maltratado se muere pronto. Nosotros hemos llegado a esta edad y en estas condiciones por el amor y el cariño que nos dan. Tenemos unos hijos y unos nietos especiales, nos cuidan más de la cuenta y nos consienten mucho. Cuando estás enfermo y maltrecho, tienes una muerte segura. Puedo decir que soy millonario, solo por contar con una familia como esta”.
Dicen que la mente es un misterio, y que mientras más años se vive más claros surgen los recuerdos de la infancia.
“Tengo recuerdos de cuando tenía tres o cuatros años, y me parece que fue ayer. Te voy a contar una anécdota: ‘Yo era un muchacho muy recogí’o, apenas salía del caserío. Tendría unos cinco años cuando vi a una persona negra por primera vez. A aquel hombre le decían Carrión, al verlo caminando entre aquellas vegas me mandé a correr asustado, pensé que era algún brujo, o que lo habían pintado”.
Más de un siglo de historias tiene Vicente para contar. Habla un poco de su carácter y de que no soporta a la gente hipócrita. Habla del respeto con que se debe tratar a las personas, sin distinción alguna, de lo importante que son el amor y el cariño para construir una familia y una vida feliz.
¿Qué es lo mejor que le ha pasado en la vida?
“Me han pasado muchas cosas buenas”. Entonces mira a Obdulia y sin reparos afirma: “Pero mi mayor felicidad ha sido empatarme con ella”.