A Humberto Pérez Landeiro la ganadería le viene por tradición. Fue en las lomas de su San Andrés natal donde se enamoró del rodeo y supo que lo acompañaría durante toda su vida.
Todos le dicen El Mexicano, pues a su porte característico de vaquero se suma un talento especial para cantar rancheras y hasta componer sus propios temas.
De La Palma llegó a la parte sur de Pinar del Río hace ya más de 30 años. En Cuba Nueva creó una familia y se afincó a la tierra para hacerla producir como campesino y cooperativista; sin embargo, nunca ha podido desprenderse del mundo de los lazos ni de la adrenalina que implica salir al ruedo a mostrar habilidades.
CON LAS BOTAS PUESTAS, SIEMPRE
“Desde pequeño aprendí a montar caballo y a trabajar el ganado, porque crecí en una familia de ganaderos. Mi amor por el rodeo viene, más que todo, por mi hermano. Él me llevaba a sentarme en la grada. Ver la destreza que mostraba en los distintos eventos me fue enamorando del deporte.
“En cuanto cumplí los nueve años le dije que me apuntara en el rodeo pioneril. Ya con esa edad yo montaba algún ternero. Es lo que llamamos monta de manigua, con el animal amarrado a una palma. Me fui preparando y creciendo en ese mundo”.
Desde 1986 comenzó El Mexicano con el equipo de La Palma. Luego se casó en Consolación del Sur y, como se había graduado de Zootecnia, fue a trabajar a la empresa pecuaria Camilo Cienfuegos. Allí se unió al equipo de rodeo del municipio.
“Hacía tres eventos: montaba toros, derribaba reses y enlazaba terneros. Estuve allí muchos años, hasta que tuve un accidente cuando montaba un toro y me lesioné los dos pies y una mano. Pasé muchos meses encima de una cama. Sabía que nunca más iba a poder trabajar una res en el rodeo, pero no podía alejarme, entonces me incliné por la locución”.
Fue así como El Mexicano comenzó a prepararse de manera autodidacta para narrar esos tipos de eventos: “En la cama me armaba un line up y narraba. Poco a poco perfeccioné la dicción y las habilidades de cada modalidad, y me hice locutor de rodeo”.
En la “Camilo Cienfuegos” trabajó en la ganadería hasta que se divorció de su primera esposa. Un día llegó a Punta de Palma con el equipo de La Palma y conoció a la mujer con quien formaría una familia hasta hoy.
“Me uní al equipo pinareño, pero solo me dediqué a la narración. Confieso que es difícil, porque tienes que dominar el lenguaje de cada modalidad y cómo se manipula verbalmente cada accionar, ya que en las gradas hay un montón de personas con diferente nivel cultural y pueden malinterpretar cualquier cosa que digas o cuestionar una mala decisión.
“Es un deporte de riesgo. El evento más noble es el enlace del ternero, pero lleva mucha habilidad y rapidez, pues el lacero cuenta solo con 30 segundos para enlazar e inmovilizar las patas del becerro.
“El derribo de reses a mano es muy riesgoso. Tengo un compañero, Miguel González, que lleva cerca de 25 años en una silla de ruedas por un accidente en esta modalidad que le provocó lesiones graves en la médula espinal”.
Uno a uno va describiendo El Mexicano las interioridades de los eventos que realizan los vaqueros. En la voz se le nota la devoción que siente por un deporte de mucha tradición en Cuba y también en el occidente de la Isla.
“Conozco vaqueros del país entero, pero mis ídolos, mis espejos, son Omar Vigil y Raúl Albeja. Este último, de Alonso de Rojas, fue quien más me motivó a convertirme en vaquero, el que me mostró lo que es la disciplina y el respeto.
“Porque eso sí, lo primero que debe tener un buen vaquero es disciplina, y esa uno la va moldeando desde que comienzas en ese mundo. Además, lo exige el deporte. Lo primero es que para participar en un evento de ese tipo, con animales, no se pueden ingerir bebidas alcohólicas.
“Lo otro es la vestimenta. Es un deporte caro. Solamente imagine cuánto cuesta un caballo. Un lazo, por ejemplo, vale hoy cerca de 9 000 pesos, un sombrero está por los 6 000, un par de botas puede llegar a 11 000 y un cinto piteado de cuero curtido ronda los 3 000 pesos.
“Tú puedes ser el mejor vaquero del mundo, si vas a un evento con un par de zapatos, una camisa de manga corta o un pulóver sin cuello y una gorra, nadie te tiene en cuenta. Sin embargo, puedes ser el peor, pero si usas un par de botines de casquillo, un pantalón ‘pitusa’ con un buen cinto, una camisa de mangas largas y un sombrero tejano, la gente dice ‘qué clase de vaquero ese’.
“La apariencia física dice mucho en el mundo del rodeo. Cuando el vaquero es bueno, siempre se esfuerza por mostrar el mejor porte”.
EL RESPETO ANTE TODO
Aparte del rodeo, El Mexicano tiene mucho que contar: lamenta no haber continuado sus estudios de violín cuando era adolescente. La inexperiencia y la dinámica de aquella alma joven lo llevaron a alejarse de la música que hoy cultiva como aficionado y atesora en un lugar especial.
“Estudié también algo de solfeo, por eso mientras participaba en las peñas de música mexicana en la casa de cultura Pedro Junco, logré hacer mis propias partituras, pero un buen día las perdí”.
En la CCS Gabriel Lache, donde labora hace más de 10 años, de vez en cuando deleita a sus compañeros de trabajo con alguna que otra ranchera.
Con orgullo habla de su paso por el sindicato de trabajadores agropecuarios y forestales, cuando fungía como cuadro que atendía los organopónicos y las UBPC del municipio.
En la actualidad, como productor y miembro de la junta directiva de la cooperativa, insiste en la importancia de defender las raíces humildes de los campesinos y en no olvidar los fundamentos sobre los que Fidel siempre decía que debía sostenerse la Revolución.
“Veo que para muchos es fácil desprenderse de sus raíces, y no sé si será porque nací en el campo y toda la vida mi familia ha creído en esta Revolución, pero yo no cambio mis principios por nada, a pesar de las dificultades que enfrentamos.
“Un día me pasó algo increíble: venía caminando por la carretera y de pronto veo una caravana que me pasa por el lado. Los carros paran y de uno de ellos sale un hombre alto, moreno. Era Hugo Chávez que andaba por La Campana.
“Aquel hombre me puso la mano en el hombro y, como si me conociera de toda la vida, me preguntó cómo estaba y qué yo creía de Fidel. Ni sabía qué decir de lo nervioso que estaba. Caminé un tramo a su lado, luego se despidió de toda la gente del poblado que salió a verlo. Dijo que tenía que apurarse porque Fidel lo esperaba a la una de la tarde y no le gustaban las impuntualidades”.
Aunque El Mexicano se convirtió en cooperativista nunca ha abandonado el rodeo. Todos los años asiste al evento que en San Andrés se dedica a la flor del café y al natalicio de Martí. Tampoco hay actividad de ese tipo que se realice en la provincia a la que él no asista.
De todo lo que ha hecho, de todo lo que es, ¿qué es lo que más le gusta?
“Me gusta la relación del hombre con la tierra, y mi pasión es el rodeo, pero lo que más me gusta es el respeto que tengo por mí mismo. Eso me ha dado la posibilidad de tener muy buenos amigos. Cuando uno se respeta a sí mismo, hasta el enemigo te respeta”.