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Portada Opinión

Lo que no dicen los números

Yolanda Molina PérezPorYolanda Molina Pérez
agosto 21, 2021
en Opinión
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Tere perdió un tío el lunes y el viernes a su mamá, ambos a causa de la COVID-19; días antes Nubia se enlutaba por la muerte de su esposo César; las dos lloraron a sus difuntos en la soledad del hogar, porque no hubo velorio ni despedidas…

Ninguna sabe cómo fueron contagiados sus seres queridos, esos que perdieron irremediablemente a pesar de las medidas y cuidados, porque en cada caso, creían estar protegiéndose adecuadamente.

Son las historias que no cuentan los números que ofrece el doctor Francisco Durán en su conferencia de prensa diaria, cuando cada mañana informa las decenas de fallecidos en el país, diseminados por toda la geografía insular.

Tampoco hay en esos dígitos una expresión del dolor de las familias, de los lamentos, de los ruegos, de la culpa, de las lágrimas, los suspiros y mucho menos de las renuncias e interrogantes que quedan abiertas, porque en Cuba hoy la pandemia está costando vidas jóvenes, personas con sueños, esperanzas, ansias…

En esta semana los contagios en Pinar del Río han ido en ascenso y por primera vez superaron el millar de casos para una jornada, casi diariamente se reportan decesos y varios pacientes permanecen en las salas de terapia intensiva en estado grave o crítico.

Una amiga me cuenta que ya no le quedan en casa ni pomos ni vasijas con tapas; abuela, hermana, primas, tíos y tías estuvieron ingresados y les enviaba alimentos; como tiene una hija pequeña, aguarda rigurosamente por el periodo indicado para el alta epidemiológica antes de recoger sus utensilios; ella no ha perdido a ninguno de los suyos, pero las horas y jornadas de angustia no las compensarán el completamiento de útiles de cocina, porque al decir de los especialistas, el sufrimiento “persiste en el recuerdo y se resiste a desaparecer”.

Esa congoja hoy la viven miles de pinareños, pues el número de casos activos supera los 4 000 y por cada enfermo hay un grupo de allegados o conocidos que padecen junto a él.

También está el miedo, que lacera la salud emocional por la cercanía de los contagios.

Ante la obligatoriedad de salir en busca de sustento o por razones laborales amedrenta la exposición ante la irresponsabilidad ajena, esos que insisten en hacer visitas, bajarse el nasobuco y violar el distanciamiento físico.

Está el temor por los vulnerables que amamos y por la imposibilidad de sentirse a salvo.

La presencia de la variante Delta del virus SARS-CoV-2 en el territorio aumenta los índices de propagación, en consecuencia, es necesario extremar las medidas de precaución.

En las estadísticas de cada día no se contabiliza la desesperación por el encierro y el impacto que tiene sobre nuestros niños, adolescentes y jóvenes por la pausa impuesta a sus existencias; por la postergación de sus proyectos y el incremento del tiempo de uso de las nuevas tecnologías, elementos que a la postre también tendrán un efecto nocivo sobre esas generaciones. 

No hay manera de cuantificar la ansiedad que produce la espera de un resultado para confirmar si otra vez “escapamos” o pasamos a formar parte de los positivos.

Las vacunas no serán la solución a nuestros problemas: tenemos que cuidarnos, detener las cadenas de transmisión y volver a replantearnos qué es lo verdaderamente indispensable antes de salir de casa; esto también es válido para los que siguen convocando a reuniones, actos y celebraciones, como si hubiese premura o conmemoración alguna que valiese la pena poner en riesgo la sobrevivencia.

Porque hoy son mayores las posibilidades de presentar síntomas severos al contraer la COVID-19, así como de morir: esto no es pesimismo sino realidad que cada día nos golpea con personas sanas que fallecen, en las que lamentablemente ya se incluyen varios decesos de mujeres embarazadas o recién paridas.

Tere y Nubia no viven en Pinar del Río, pero sí en Cuba, y nosotros, pese al aumento de casos, todavía no figuramos entre las provincias con mayor letalidad, aunque de seguir como hasta ahora ese escenario puede cambiar porque los trabajadores de la Salud son consagrados pero no milagreros.

Prestemos atención a la evolución de la pandemia y a todo lo que podemos hacer para disminuir los actuales picos, eso tampoco formará parte de las estadísticas, pero puede marcar la diferencia entre que usted y los suyos se encuentren a salvo.

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Yolanda Molina Pérez

Licenciada en Periodismo de la Universidad de Oriente.

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