“La falta de amor es la mayor pobreza del ser humano”, escribió la madre Teresa de Calcuta y en otra ocasión señaló que hay males que no pueden curarse con dinero, solo con amor. El amor mueve a los hombres a la grandeza, a la belleza y a la posteridad.
Un hombre sin amor es como una roca, o un cadáver. “Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor soy como un pedazo de metal ruidoso; soy como una campana desafinada”, advierte el Corintios 13 de La Biblia.
El amor ha mantenido viva la esperanza en estos tiempos tormentosos que vivimos. Hemos aprendido a amarnos incluso mejor y a valorar más los afectos que ya atesorábamos. Es por amor a su profesión que muchos galenos y enfermeros arriesgan sus vidas cada día en las salas hospitalarias donde la COVID-19 hace piruetas endemoniadas sobre el hilo frágil de la vida de personas ansiosas de seguir en este mundo, de salir afuera y abrazar más fuerte que antes a sus seres queridos.
El reto estriba en estar atentos y disfrutar con mayor intensidad las pequeñas cosas cotidianas: los chistes de tu padre en la sobremesa, el arroz con leche de la tía, los cuentos de siempre que repite el abuelo, los primeros pasos de tu hijo, dormir de cucharita con tu pareja u observar lo bonito que ríe.
Aunque la pandemia nos niegue el disfrute de salir afuera este 14 de febrero a disfrutar de una cena romántica o simplemente a caminar de noche tomados de la mano, no perdamos la oportunidad de celebrar el amor, de dignificar ese sentimiento en la intimidad del hogar.
Apostemos cada día por un amor más puro, menos contaminado de egoísmos y miserias humanas. La violencia disfrazada de amor no es amor. Quien te aleja de los tuyos, te impide dar rienda suelta a tus pasiones, menosprecia tus habilidades, invade tu privacidad y te impide ser tú mismo, no te ama.
“El amor no consiste en mirar al otro, sino en mirar juntos en la misma dirección”, escribió el autor francés Antoine de Saint-Exupery, creador de El Principito y guardaba razón. Se trata de un proceso de crecimiento mutuo cimentado sobre el apoyo y la confianza.
Hay amores mediocres que se apagan con los años y otros que chispean como fuegos y son responsables de milagros, de obras maestras, de la supervivencia de un cachorro callejero, del crecimiento de un árbol, de la sanación de una persona… Deberíamos alimentar sus llamas para que no se extingan nunca.