“Quién dijo que todo está perdido,
Yo vengo a ofrecer mi corazón”
Fito Páez
A pesar de mi edad, me considero un joven todavía, pues aunque al interior del concepto no quepa la palabra “puro”, que es lo que comenzaría ya a definirme, todavía sigo soñando despierto y cargo conmigo aquello de que “todos tenemos un poquitico de muchachos”.
Siempre fui osado, rebelde, independiente, inconsecuente con regaños y advertencias de mis mayores, e incluso, un poco malcriado, características algunas que todavía conservo. Y no me apena admitirlo, porque ser joven es, en alguna medida, precisamente eso.
Lo digo por aquello de salirle al paso a lo que la sociedad erróneamente se ha encargado de estigmatizar que “la juventud está perdida”. Pero si lo pensamos y analizamos un poco mejor, tras un ligero debate nos percataremos de que si algo hay que achacarles a esos retoños, es que simplemente son diferentes.
De forma personal no creo que los jóvenes en general seamos tan malos, irrespetuosos, carezcamos de valores o nos aprovechemos de situaciones específicas ante los mayores.
Recordemos que toda época tiene sus particularidades. Como nosotros, en su justa medida, también fueron y actuaron nuestros padres y abuelos… sí, igualmente fueron rebeldes. Ninguno de ellos podría negar u olvidar sus años mozos.
Como nosotros, ellos luchaban por sus derechos, escuchaban música revolucionaria para la época, vestían modas extravagantes en contra de la sociedad y encolerizaban si alguien violentaba sus razones.
Es cierto que existen algunos jóvenes que no responden a los buenos procederes, a las buenas conductas, a una educación revolucionaria. No creo que sea la mayoría, y como en tiempos de antaño, existen las frutas podridas. ¿O es que en generaciones anteriores no había jóvenes irrespetuosos?
La virtud reside, según nuestro Apóstol en que “(…) todo tiempo futuro tiene que ser mejor”. No luchamos en la Sierra, pero lo hacemos día a día salvaguardando las conquistas de la Revolución que orgullosamente nos legaron.
Marchamos a la vanguardia en todas las tareas necesarias y nos mantenemos en la inventiva eterna, en campos como la medicina, el deporte, la educación y otros.
Expresamos nuestra solidaridad sincera en misiones internacionalistas y nos esforzamos por forjar cada día un futuro más brillante para todos.
Es cierto que tenemos carencias, miles. Es cierto que estamos muy lejos de ser perfectos o de siquiera cumplimentar el sueño de libertad, justicia e independencia económica que queremos.
Para ello y por ello, y sin tapujos, la juventud siempre da el paso al frente y decide echar el resto en cada tarea asignada. No olvidemos tampoco que son hoy los jóvenes los que demuestran sus valías al frente de equipos médicos en otros continentes, alzan una medalla en lides internacionales o comandan el sector campesino.
Somos más los que creamos desde lo objetivo y no callamos ante lo mal hecho, atajamos los malos ejemplos y enfrentamos las desigualdades y las apatías.
Somos nosotros los que ayudamos a suplir escaseces desde el compromiso y la participación popular; por ende, nos reinventamos cada día para cultivar lo que mejor sabemos: nuestro futuro.
Nuestra juventud no está perdida, solo somos consecuentes con el tiempo que por derecho nos tocó vivir, y a nuestra forma defendemos cada espacio donde tengamos el protagonismo.
Quizás en un futuro no muy lejano, seamos nosotros los inconformes con la juventud del momento, aunque en el fondo sabremos que alguna vez, también fuimos así.