Como se anunció el pasado viernes, la sala-teatro La Edad de Oro fue el espacio escogido, una vez más, para que los pinareños pudieran presenciar y disfrutar del legítimo arte. En esta ocasión, el espectáculo Caminos de Fuego, basado en el libro homónimo de la autoría de Luis Hidalgo Ramos, nos mostró ampliamente cuánto se logra, a pesar de los innumerables inconvenientes contextuales, si se entrega corazón y talento, así como voluntad y tenacidad, para conseguir el resultado.
La excelencia dominó toda la realización, de principio a fin, ya que una labor promocional intensa y variada, que no escatimó ni desaprovechó modos y alternativas, marcó la diferencia, y devino un lleno de público que colmó el recinto con 30 minutos de antelación, tiempo que fue cubierto, inteligentemente, para la proyección de un material audiovisual de magnífica factura, el cual cumplió una doble función: la informativa y la empática.
Todo, absolutamente todo, se tuvo en cuenta, de manera que se creó una atmósfera muy favorable para el goce estético. Y el líder indiscutible fue el experimentado -y más que probado- Luis Hidalgo, multiplicado en su condición de director, guionista, presentador, entrevistador, cantante, declamador…, en fin, hombre orquesta o show-man. Yo prefiero llamarle: un artista completo.
Pero, por encima de todo, quedó demostrado un “saber hacer” en materia comunicacional, que pondera justamente el acto creativo original, o sea, la obra literaria en sí y la confluencia, o mejor, integración de las demás manifestaciones artísticas: música, danza, canto, poesía, y para que no escapara ninguna, hasta las artes visuales.
Lo anterior le insufló a la puesta un dinamismo y un ritmo, que el tiempo de duración, de una hora con 20 minutos, transcurrió de forma ciertamente imperceptible.
Se trata, sin dudas, de un maestro que domina el medio y sabe con creces sazonarlo muy adecuadamente, con una locuacidad y dicción impecables. Sin tonos apologéticos afirmo, con total responsabilidad, que la cultura en Vueltabajo lo tiene a él como una gran fortaleza. Claro, también posee un don de convocatoria y un carisma insuperables, que le posibilita rodearse de un equipo muy competente. Mención especial merece en este sentido el infatigable Yosvel Hernández como productor general.
El elenco artístico que respondió afirmativamente fue de lujo, integrado por figuras y agrupaciones imprescindibles en cada uno de los géneros y expresiones. Mencionar a unos y omitir a otros sería realmente imperdonable, por eso he decidido no nombrarlos: en definitiva fueron incluidos detalladamente en todos los carteles y avisos. Y qué decir del diseño de luces, el sonido, el montaje coreográfico y el vestuario, en los que técnica y belleza se entremezclan para conmover al espectador.
Vayamos, entonces, al libro: indiscutible protagonista, omnipresente a cada instante, con ese aliento único del cantaor Miguel Poveda, destacado exponente del flamenco español en nuestros días. En sus páginas late -con una contención y concentración admirables- la voz del poeta que ya es Hidalgo Ramos. Bastan 18 poemas para la demostración suficiente y, sobre todo, para el homenaje sincero y merecido.
Me permito citar un par de versos con un carácter abiertamente declarativo:
“Un hombre en el cincel de sus canciones
me esconde y yo lo esculpo hasta en la greda”.
La editorial mexicana Nave de papel se ha unido a este esfuerzo para entregarnos un producto cautivador del espíritu y la emoción. Otro será el momento para un análisis más serio y profundo desde el punto de vista lingüístico y literario. Ahora queda como promesa y reto: solo anticipo, como mérito innegable, la estructuración orgánica que se advierte en una sola y ágil ojeada.
Y como colofón de lo narrado y lo descrito, solo me toca subrayar la interculturalidad que se respira transversalmente entre libro y espectáculo: España, México y Cuba unidos por coordenadas más que convincentes.
Aplausos y una gran ovación para todos los involucrados. Otros escenarios ya aguardan para acoger esta producción tan digna y oportuna en el marco de la Jornada por el Día de la Cultura Nacional.
Por el máster Luis Pérez González
Miembro de la Uneac