Sobreponerse al dolor, sanar, física y espiritualmente, forma parte de la propia sobrevivencia; lo hacen los animales que aún sin atención médica aprenden a caminar y no apoyan la pata herida; nosotros, los humanos, vamos ocultando en sitios recónditos los recuerdos dolorosos y nos montamos en el carrusel de la rutina: ayer, hoy, mañana…
Hace apenas unos pocos días la nación volvió a estremecerse con la pena colectiva, el fallecimiento de dos rescatistas y un anciano en La Habana, como consecuencia del derrumbe de un edificio, sito en calle Lamparilla, entre Villegas y Aguacate. El lamentable suceso generó numerosas expresiones de respeto, acompañamiento a familiares y amigos, entre otras muestras de empatía.
Al menos, la dureza de estos tiempos no nos ha arrancado la sensibilidad, y sin demeritar ni un ápice la magnitud del sacrificio, en lo personal, no quiero seguir sumando mártires; sé que esos bomberos conocían los riesgos de la profesión elegida, que optaron por desafiar el peligro para salvaguardar a otros; sin embargo, me angustia que dos personas, en plenitud de capacidades, truncaran sus vidas bajo el desplome de unas paredes.
Que su sacrificio no sea inútil, es asunto de los sobrevivientes, y hay que empezar por reconocer errores, entre ellos, indudablemente está la política de la vivienda. Los daños acumulados en el fondo habitacional de Cuba ponen en evidencia que hace décadas esto no se enfrenta con aciertos.
Porque las voluntades no bastan, hace falta una mirada con la prioridad que requiere el asunto a nivel de país, que, junto a la alimentación, la situación electroenergética y el abasto de agua son los problemas que mayor agobio causan a la población.
Específicamente, carecer de una casa, o de una que cuente con las comodidades mínimas indispensables, repercute sobre la calidad de vida, el deseado crecimiento poblacional y muchos otros aspectos que transitan por la estabilidad de un matrimonio, la plenitud sexual, la economía familiar…
Planificar en consonancia con la realidad, y no con lo deseado, es una urgencia, ¿para qué seguimos construyendo obras innecesarias en los momentos que vivimos?
La prosperidad que se anida en proyecciones no es tan alentadora como la satisfacción real de una necesidad, y sí, claro que no sería suficiente para restablecer todo el fondo habitacional, pero esos recursos, empleados eficientemente en los sitios que demandan con mayor premura reparación, mitigarían el desasosiego de quienes van a la cama con el miedo de que les caiga encima su techo; algunos ni siquiera tienen eso, y solo basta recorrer Pinar del Río para constatarlo.
Los errores son inherentes a nuestra naturaleza humana, reconocerlos para subsanarlos, es lo que nos toca; y el país necesita de alegrones, para que la tenencia de una vivienda sea más que el sueño irrealizable de varias generaciones que se aglutinan en un mismo espacio y se cristalice el artículo 71 de la Constitución: “Se reconoce a todas las personas el derecho a una vivienda adecuada y a un hábitat seguro y saludable.
“El Estado hace efectivo este derecho mediante programas de construcción, rehabilitación y conservación de viviendas, con la participación
de entidades y de la población, en correspondencia con las políticas públicas, las normas del ordenamiento territorial y urbano y las leyes”.
Como diría mi abuela: “Hemos navegado con suerte”, porque un fenómeno de la magnitud del tornado que azotó la propia capital el 27 de enero de 2019 o el huracán Ian, que incida sobre Centro Habana o La Habana Vieja, podría ser catastrófico; nuevamente correrían lágrimas y no quiero…
Hace poco más de un año lloramos por los que sucumbieron en batalla contra las llamas en la base de Supertanqueros, dolor que se sumó al de las víctimas de la explosión en el hotel Saratoga, a las del avión que acababa de despegar con destino a Holguín, a los que perecieron a causa de una pandemia, especialmente los que lo hicieron en medio de aquella carencia de oxígeno para los enfermos; a la congoja por los que no sabemos cómo murieron porque lanzarse al mar, a una travesía incierta, les pareció más esperanzador que el mañana que avizoraron para sí y los suyos como habitantes de esta Isla.
La crisis, el bloqueo, el alza de los precios en el mercado mundial son reales, también lo es que seguimos repitiendo fórmulas ineficaces para enfrentar males antiguos; y ese no es el camino para la Cuba que queremos, en la que no sea necesario que hijos buenos pierdan la vida en medio de un derrumbe porque paredes resentidas con la lluvia colapsaron, a fin de cuentas, vivimos en el trópico y la humedad seguirá acompañándonos, tenemos que ser capaces de resistirla, a ella y a otros embates que intentan doblegarnos.
Y si algo quiero, son héroes que regresen victoriosos a casa tras cada jornada, aupados por el agradecimiento infinito de una nación en la que borraron la desesperanza.